Desde el barrio: Efectos especiales
Martes, 22 Mar 2016
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de cada martes
Terminó la cantada feria fallera de la “renovación” con síntomas preocupantes que se intentan ocultar tras una cortina de, suponemos, bienintencionado triunfalismo. Pero, si somos realistas, el balance de Valencia no da para tanto optimismo, más que nada porque el nivel ganadero de las corridas ha estado bajo mínimos.
Quién sabe si el tardío invierno del campo español en este 2016 haya influido en la falta de fuerzas y de fondo de una absoluta mayoría de encierros descastados y deslucidos, pero más frío ha debido hacer en Salamanca y el único lote realmente completo de juego y con embestidas incansables ha sido el de la divisa charra de Garcigrande…
Es cierto que a orillas del Turia han pasado algunas cosas buenas durante esta feria josefina, pero no tantas ni tan trascendentes como nos vende la publicidad. Sólo el paso arrollador de Roca Rey con su fresco y espontáneo valor y las buenas actuaciones de José Garrido y Juan del Álamo han servido para justificar el lema y el sentido de tantas combinaciones “renovadoras”, porque el paso del avanzado López Simón, ante tres toros de triunfo, sembró algunas dudas entre el aficionado, por mucho que el madrileño también saliera a hombros de la plaza.
Entre los veteranos, desapercibidos o a menos la mayoría, únicamente El Juli y Alejandro Talavante –el uno con oficio y tensa raza, y el otro con pureza y reposo- plantaron cara a esa nueva generación que, como se repite ya hasta la saciedad, está llamada a pelearles las palmas… aunque aplicándose en un concepto y unos modos que merecen un análisis más detenido y aparte de los simples resultados estadísticos.
Y es que se está hablando mucho de la gran variedad de suertes que interpretan estos nuevos toreros en sus “imaginativas” faenas, pero, curiosa y significativamente, no tanto de su calidad a la hora de hacer el toreo fundamental, que en muchas ocasiones dejan aparcado en un segundo plano en busca de una más fácil conexión con el tendido.
En una sociedad donde el efectismo se ha adueñado de la comunicación, del cine, de los deportes e incluso hasta de la política, con ese revuelto Congreso de los Diputados convertido en un palenque de gestos de cara a la galería, ni el público de los toros ni los nuevos toreros están siendo capaces de sustraerse a una corriente que busca más el impacto de un refinado y evolucionado tremendismo que el regusto del buen toreo.
No está mal eso de que nos salgamos de la rutina, pero no tanto como para que esos lances y muletazos efectistas, casi siempre premeditados y no surgidos de la inspiración, acaben por soslayar y desdeñar la esencia del toreo más auténtico y arriesgado –ese que consiste en pasarse muy despacio y por la faja las embestidas de los toros- para acabar siendo, como se ve cada vez más a menudo, la base de todas las faenas.
Es así como, siguiendo la pauta de los de otras figuras recientes, los trasteos son ahora de mucho mayor metraje y duración, incluso a veces más allá de la lógica lidiadora. Sin querer caer en la generalización, casi todos los planteamientos de faena se apoyan en una primera parte que, tras una apertura espectacular, no pasa de ser una sucesión de pases anodinos y livianos, recetados y ligados con una colocación poco comprometida y que por eso mismo no provoca ningún entusiasmo en el tendido.
Ya cuando los toros van perdiendo gas e inercia, más por el desgaste del movimiento continuo en la “noria” que por la exigencia de la muleta, es cuando inevitablemente llega el “arrimón”, el “ojedismo” mal entendido y la ya consabida y “variada” sucesión de circulares invertidos, luquesinas, arrucinas, vitolinas, rodillazos y demás efectismos diversos, más propios de ejecutarse en experimentos de tentadero que como única justificación para el corte de orejas ante un público fácil de impresionar.
Que nadie tome estas palabras como un alegato “purista” de aficionado viejo y aguafiestas, sino sólo como un raro y aislado aviso contracorriente de la peligrosa deriva que puede tomar el toreo por la vía de la “variedad” superficial, ese concepto que apenas deja memoria más allá del arrastre del último toro de cada corrida.
Los complementos y los adornos nunca pueden convertirse en la base y la estructura de una faena realmente buena, porque de ser así la tauromaquia se convertiría en un ejercicio circense muy alejado de su profundo y más trascendente sentido artístico.
Pero mejor consolémonos pensando que estos usos “modernos” son únicamente un recurso de toreros nuevos en busca de la obligatoria regularidad en el triunfo, un simple y perdonable pecado de juventud que los más capaces olvidarán en cuanto les desaparezca la ansiedad y adquieran el verdadero poso de ese toreo de calidad que parece que ha dejado de estar de moda. No se extrañen de que Salvador Vega se haya aburrido y se haya tenido que tomar un tiempo sabático…
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