¡Viva la fiesta de los toros! Hoy es uno de esos retos que nos gustaría tener todas las tardes. Los sentimientos se agolpan, las emociones aún impiden la serenidad para describir lo más objetivamente posible lo que vivimos. La base fundamental de una tarde esplendorosa, como la de hoy fue el encierro: Jaral de Peñas. Algún día veré en los corredores de la finca del Sr. Barroso Díaz Torre, el cartel que anunció un 21 de febrero de 2016, en la plaza de toros "Nuevo Progreso" la lidia de seis hermosos ejemplares de su hierro. Fueron siete, pero al de regalo no vamos a invitarlo a la foto.
Si a eso le agregamos una terna que se entregó a tope, sin cortapisas. Que se jugó la vida alegremente. Que no rehuyó la competencia con sus compañeros de cartel, ni a la más importante: la competencia consigo mismo, entonces sucede lo que hoy en Guadalajara: el esplendor del toreo y su fiesta.
La tarde fue de la fulgurante estrella peruana, Andrés Roca Rey. No sabemos a qué altura va a llegar; tiene empaque, técnica, valor, clase, cabeza torera, una intuición excepcional, dominio de la escena y –por si fuera poco– un impresionante carisma. A “Presbítero” primero de su lote, que por un error –vaya usted a saber de quién– echaron al ruedo en segundo lugar, cuando debió haber saltado en tercer sitio, lo recibió con toreo de capa, más de tanteo, que de lucimiento, para comenzar la vorágine en el tercio de quites. Alejandro Talavante realizó en su turno chicuelinas combinadas con tafalleras, y una media muy sabrosa.
El peruano replicó con el capote por detrás. Oculto el engaño por su cuerpo –a la José Tomás– esperó a pie firme la arrancada desde tablas para, en el último instante, en esa fracción previa al ¡Ay! desplegar la capa en cuatro saltilleras, una más embraguetada que la otra, rematar con una revolera y dos brionesas, y escuchar la primera gran ovación de la tarde. Ya con la muleta para empezar, entendió al ensabanado mosqueado, pronto y a cabalidad, para recrearse –recrearnos– en una primera serie con mucho aguante, enseguida cuajar muletazos en los que embarcaba allá y terminaba más allá.
Para más INRI, cuando el toro de repente le ganó la intención y se fue encima del torero con aviesas miras, lo cambió por la espalda como si tal. Vinieron tandas alternadas por derecha e izquierda, con remates imaginativos y oportunos. Cuando el jaraleño, por razón natural se agotó, Roca Rey comenzó a pisar terrenos vedados; tan vedados, que el toro le levantó las zapatillas de la arena, y así de cerquita estuvo de una seria cornada. Más toreo, pases por la cara y a matar. Se tiró con entrega, para dejar una entera delanterilla que provocó el derrame. Unánime petición, para que Arnulfo Martínez se pusiera de pie para mostrar un pañuelo. Se sentó enseguida y no hubo protestas, pitos, mentadas o poder humano que lo hiciera ponerse otra vez de pie. Dos vueltas al ruedo para el espada, entre prendas, sombreros y ovaciones a granel. Faltaba lo mejor.
Sí señor. Faltaba lo mejor. El sexto de la tarde “Cardenal”, un castaño bragado corrido, vuelto de pitones astifinos, que –como todos sus hermanos– fue aplaudido al saltar al ruedo presentó mejores condiciones que el primero. Claro, con el comportamiento del toro con edad, pero con son en la muleta, no tanto en la capa, pero en el último tercio, se prodigó el de Jaral de Peñas. Como no estaba sobrado de fuerza, el castigo en varas fue sólo para cumplir el reglamento, pero fue al único que no le metieron ni las cuerdas. El quite fue un arrebato tres tafalleras de alarido –literal– abrochadas con una tijerilla. Así que llegó entero para una faena larga, pero muy bien construida.
Por cierto. Cabe hacer mención que Ignacio Garibay le había solicitado permiso para anunciar un toro de regalo y el reglamento ordena que la solicitud deberá realizarse, antes que el último espada coja estoque y muleta. Como el capitalino estaba en su sitio en banderillas, al otro lado del ruedo, tuvo la cortesía de esperar a que Garibay cruzara el ruedo, para ofrecer el regalo.
Bueno, al toro. Roca Rey se fue al centro del anillo. Ahí recibió a su toro con tres cambiados por la espalda, cambio de mano a la izquierda, una trincherilla por bajo y un recorte sensacional. Lo que siguió fue una borrachera de bien torear, con temple, con largueza, con imaginación y fina improvisación. La locura. Los gritos consagratorios ¡Torero, torero! El broche de arrucinas ceñidísimas y bernadinas en las que no cabía un billete entre muleta y cuerpo culminó con tres cuartos de espada delanterillos que tuvo un efecto inmediato.
Otra vez, pañuelos, otra vez pitos, otra vez gritos y coros; pero el juez se mantuvo firme en no soltar el segundo pañuelo. Bronca monumental. Qué necesidad. Digo yo. De cualquier forma, el triunfo iba ya en la espuerta del torero. Dos vueltas al ruedo, una de ellas con el ganadero. Otra vez, ahora criador y espada, sorteando prendas de vestir, sombreros botas –aquello parecía bazar– y el cariño de un público que hoy vio sobrepasadas sus expectativas.
El extremeño Alejandro Talavante peleó las palmas en serio. El peruano, aunque debió salir en tercero, como ya explicamos, al tomar el hispano el turno tercero, ya iba el otro por delante. Así que “Vaticano” un negro veleto de gran juego, por fortuna le permitió de inicio verónicas con ritmo, una chicuelina ligada con una tafallera, una larga cordobesa y el remate de media pa’ cartel. Llevó al toro al caballo por tapatías y quitó con aguante por saltilleras. La gente, claro, en un puño. En el tercio de muerte, Talavante esperó en el centro del ruedo a su enemigo con la muleta plegada en la mano izquierda y la abrió hasta el último instante para desplegarla y ahí mismo ligar hasta cinco naturales largos y templados que remató con un kilométrico de pecho.
El toro no era fácil. Era bravo, que eso es otra cosa; pero no fue obstáculo para la imaginación y el bien torear del espada ibero. Todo impecable, en el mismo sitio del ruedo. Culminó con manoletinas de frente, ovacionadas en serio. Espadazo hasta el pomo… delanterilla y, como que a don Arnulfo no le gusta eso de párate, siéntate y espérate. No, de una sola vez sacó los dos pañuelos. El segundo de su lote fue el de menos calidad. Incluso fue a refugiarse a tablas. Talavante abrevió.
Me ha gustado la actuación de Ignacio Garibay. Serio, con pausa, centrado y con entrega. El público también lo ve así. De hecho le pidió que saliera a recibir la bienvenida al concluir el paseíllo, aunque optó por compartir la ovación. A su primero le cuajó una faena que emborronó con la espada, pero no lo suficiente.
Con el segundo de su lote, los procedimientos fueron aún mejores, aunque no con la toledana. El público le hizo con respeto dar una vuelta al ruedo. El de regalo tuvo menos imponencia que sus hermanos y eso, aunado a que buscaba la querencia, no hubo material. Sin embargo, el capitalino se metió con él a la querencia, y el clímax fueron una par de dosantinas con cambio de mano que el público le ovacionó fuerte en serio. Mal con la espada pero aún escuchó palmas de reconocimiento. Una gran noticia ver a Garibay de nuevo en los ruedos.
Próximo domingo 28. Seis de San Miguel Mimiahuápam para el hispano Diego Urdiales, José Adame y Octavio García “El Payo”