Sobre la poesía taurina, que no es precisamente escasa, existen, al menos, dos certezas universalmente compartidas: 1) El llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, es uno de los mayores poemas en castellano de todos los tiempos, y en materia elegíaca, rivaliza sin desdoro con las Coplas (por la muerte de su padre) de Jorge Manrique (fallecido en 1479); 2) En tanto poemario taurino (volumen que reúne todos los poemas de un autor), la más elevada calidad corresponde a La suerte o la muerte, publicado por Gerardo Diego en 1963.
Como García Lorca, Diego pertenece a la llamada generación del 27 (Jorge Guillén, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Pedro Salinas, el nobel Vicente Aleixandre), cuya producción poética es equiparada por muchos con lo mejor del Siglo de Oro español. De todas las luminarias de dicha generación –que tuvo, por cierto, en el infortunado matador Sánchez Mejías a uno de sus mayores apoyos, tanto propagandístico como económico–, el santanderino Gerardo Diego (1896-1987) fue el más aficionado a toros. Y su poemario, del que ofrecemos en esta primera columna de 2016 una brevísima muestra, refleja con nitidez ese equilibrio feliz entre creación literaria de alto nivel, y sapiencia y amor genuinos por la fiesta.
Salida del toro
Es el comienzo. Es el alfa. / Y el chiquero –vientre y sombra– / arroja sobre la alfombra / una negra sed de alfalfa. / ¿Dónde está el arroyo fresco? / No hay más sombra de arabesco / que el capote, sierpe seca. / Todo es límite y resiste / y al álgebra ¡luz! Embiste / la negación que derrueca.
Verónicas gitanas
Lenta, olorosa, redonda / la flor de la maravilla / se abre cada vez más honda / y se encierra en su semilla. / Cómo huele a abril y a mayo / ese barrido desmayo / esa playa de desgana / ese gozo, esa tristeza, / esa rítmica pereza, / campana del sur, campana.
Media verónica. Uno, dos, tres, siete lances / columnas de un monumento. / No se deshaga en romances / que no se lo lleve el viento. / Falta la cúpula alta, / la rotonda que se exalta / sobre la teoría jónica. / Y la torera cintura / --flor de elegancia—clausura, / pura, la media verónica.
Suerte de varas
Cruje el rey sus soberanos / huesos. Qué poderío / Y el caballo alza sus manos / como tañendo el vacío. / Un minuto dura, eterno, / el alto pujar del cuerno / contra el pulso que se afianza. / Ni uno de los dos cediera / si el maestro no tendiera / la larga de la esperanza.
Caída al descubierto
La caída al descubierto / levanta a la plaza en pie. / El caballo se hizo el muerto, / muerto el piquero se ve. / Pero entre el jaco y pavura, / saltando pica y montura, / allá va –rayo—el espada. / Y el monosabio al urcola, / sirgando por la empopada, / tira y tira de la cola.
La alternativa
Hay una luz decisiva / en el ruedo de la feria. / El tomar la alternativa / es ceremonia muy seria. / Hamlet, la gloria de ayer / encaja el "ser o no ser" / al nuevo, flamante espada. / Faltan manos para el trueque / y abrazos. Vuela, alfaneque, / a ser o César o nada.
Naturales
El toreo se hace hondo, / a un tiempo se abisma y vuela / cuando va el toro en redondo / atado el cuerno a la tela. / Que naturaleza rija / el pulso, y que la sortija / de la suerte se acompase. / De frente, que el toro elija / y dibuje, cierre, exija / base, pase, clase, frase.
Pase de pecho
Entre un temporal deshecho / la gruesa nave embestía. / Al pasar por el estrecho / la plaza se estremecía. / Tú erguido, firme, derecho, / faro en tu roca vigía, / larga el brazo, álzale al techo, / rompa la espuma bravía. / Y allá va el pase de pecho. / Fue la noche y ya es el día.
Ayudados por bajo
El toreo ¿sube o baja? / Aún recuerdo una faena / –ayudados en cadena – / de Juan Belmonte a un Murube. / Y fue verdad. Y yo estuve. / Suerte la mía, chiquilla. / Bilbao. El murube humilla. / Ay, qué pasión, qué tensión. / Qué hondo y largo y lento son / al doblar por la rodilla.
Torero mexicano
Esbelto, de goma elástica, / con otra luz y otra plática / vino el torero de México, / con su sabor de onomástica / y su novedad de léxico. // Y aunque se ve que es el mismo / cañamazo y alfabeto / hay un dechado, un guarismo / de sismático bautismo / y defendido secreto. // Sólo una Meca, un Califa, / entre el Roncal y Tarifa / quiso el padre del toreo. / un solo premio en la rifa / el hijo de Zebedeo. // Y una india matriz concibe, / más allá del mar Caribe, / un chamaco --¿un héroe, un golfo? –, / y lo cristiana y lo inscribe / con el nombre de Rodolfo. // El nuevo Martín Lutero / ya se estira y se apersona, / y se estiliza, altanero./ ¡Qué elegancia de torero / la de Rodolfo Gaona! // Pues su quiebro de rodillas / y su larga y su verónica, / su tercio de banderillas, / merecen, no estas quintillas, / otro Bernal y otra Crónica.// Lámina pura de oro, / flexible, sonora, huera, / riza y desriza ante el toro / el azteca meteoro de la sagrada gaonera. // De pecho con la derecha / va a ser el pase que estrecha / Menfis, Aldamas y Bali, / hieratismo con sospecha / de pirámide o teocali. // Después, y ya en pleno cisma, / las dinastías honrosas: / los Freg –sangres generosas–/ y los Armillas en prisma / de facetas espinosas. // Y Garza, que es ave rara. / ¿Y Arruza? Si se alquitara / su sangre, si no se cruza / ¿no es toda nuestra esa cara, / "veni-vidi-vici" Arruza?
Égloga de Antonio "Bienvenida" (fragmento).
De un Antonio a otro Antonio tiendo un arco. / Fábula de Antonio Fuentes. / Égloga de Antonio Bienvenida. / Arco de puente al río de mi vida. / Y cómo fluye el agua año tras año / llevándose en su espuma imperceptible / la repetida suerte, la increíble / revolera de engaño y desengaño… mientras que el dogma insigne de la gracia / por medio siglo permanece y crece / en la media docena / –oh tradición, linaje, aristocracia-- / de los grandes electos en cadena./ De Antonio y Rafael / a José y Juan, a Pepe Luis y Antonio / –con tres o cuatro más, que no excomulgo –… / va el toreo, va el río por su cauce / espejando en remansos que no quiero / la caña degollada de Granero / y del gitano Curro Puya sauce. / Égloga sueño este poema, Antonio, / mi puro testamento o testimonio / de la suerte o la muerte. / Égloga o elegía, / pues la alegría unida a la tristeza / en el toreo son naturaleza, / don de lágrimas hondo, y merecía / tu cruzar por la plaza paso a paso / el verso natural de Garcilaso.
Plaza vacía (fragmento)
Plaza de toros, vieja y noble plaza, / desierta al amarillo sol de enero. / Decoro renaciente, árabe traza, / circundando una ausencia de torero. // Yo gusto de asomarme al graderío, / lecho de humanidad torpe y prensada, / que hoy se me ofrece incólume y vacío, / concéntrico diafragma de la nada… Toda la plaza siente en sus costuras / nostalgias de ruinoso jaramago. / Reina el olvido, oh paz de las alturas, / y el incrédulo tiempo obra su estrago. // ¿Lagartijo existió? ¿Y aquella larga? / ¿Dónde la estela del vibrar cenceño? / Sobre la arena pálida y amarga, / la vida es sombra, y el toreo sueño.
Nota: Esta columna reincide en la costumbre de dedicar su primera entrega del año a un tema cultural relacionado con la tauromaquia. Y desea lo mejor para sus lectores en este 2016.