El jueves, con más gente en el callejón que en las gradas, según parece ser la secreta aspiración de la empresa, la Plaza México fue escenario de eso tan doloroso como inusual que es un percance grave. El 5º de la noche, “Sangre Nueva” de nombre, hierro de San Marcos, con preciso movimiento de su bien arbolada testa prácticamente extrajo del burladero en que acababa de refugiarse al veterano banderillero Mauricio Martínez Kingston y, ya caído y a merced de sus derrotes, le infligió gravísima cornada penetrante de tórax –tiene varias costillas y el pulmón izquierdo destrozados-- antes de que nadie acertara a quitárselo.
Que los toros cogen y hieren es algo que en México casi teníamos olvidado, copados como están carteles y corraletas por pacíficos especímenes del post toro de lidia mexicano, para tranquilidad de los matadores y sus cuadrillas. Pero este otoño, los jueves taurinos están convertidos en el pretexto ideal para echar al foso de los cocodrilos a la tercera fila de nuestra menguada baraja taurina, a entendérselas con un tipo bovino sistemáticamente eludido por figuras, figurines y figurantes. Animales de ganaderías que aún suelen criar toros de lidia, no su pasmado y decadente sucedáneo. Con uno de ellos tuvo la desgracia de topar Martínez Kingston, subalterno curtido y cumplidor, si bien algo excedido de peso. Continúa muy grave, porque el verdadero toro, cuando coge, rara vez perdona.
Olvido del riesgo
La oscura labor del peonaje es primordial para el buen desarrollo de la corrida. Un matador con una cuadrilla disciplinada, capaz y bien coordinada lleva mucho camino andado aun antes de partir plaza. Pero eso es algo que fácilmente se olvida. Como se echa al olvido que hasta el subalterno más modesto arrostra, ante el toro de casta brava, un riesgo potencialmente mortal. Pero claro, si la práctica del toreo han procurado vaciarla de peligro –y con ello de sentido-- los propios espadas de renombre, la tendencia general es olvidar tan sencilla ecuación; así, solemos asistir a las plazas con el mismo aire despreocupado con que se va al teatro o al cine. La devaluación global de la fiesta atraviesa este deplorable y contradictorio avatar. Hasta que nos hace volver del tedioso entresueño la cornada brutal a un subalterno. Torear es tener y mantener a la muerte como referencia.
Vidas en peligro
El corolario más temido de un parte facultativo reza así: “lesiones que ponen en peligro la vida”. La de Martínez Kingston lo está porque “Sangre Nueva” era un toro, ni más ni menos. El mejor armado del encierro sanmarqueño, un hato con trapío pero más bien ligero, si bien éste pesó media tonelada. No fue ni bravo ni fácil y desarrolló mucho sentido, sobre todo después de la cornada, por lo que su matador, Xavier Ocampo optó juiciosamente por abreviar faena.
Sangrienta historia
En la misma Plaza México vio peligrar su existencia Juan Espinosa “Armillita” cuando, banderilleando a las órdenes de Luis Miguel Dominguín, resbaló a la salida de un par y fue empitonado en el bajo vientre, nada aparatosamente, por “Cañí”, de Rancho Seco (21-12-52). Juan arrastró secuelas de esa cornada hasta su muerte, ocurrida en 1964. Dos décadas antes, en El Toreo de la Condesa, otro ranchosequeño, llamado “Cazador”, le había abierto el muslo derecho en canal –cornada de 50 cm., según el parte médico firmado por los legendarios doctores Xavier Ibarra y José Rojo de la Vega-- a Román “El Chato” Guzmán, peón de confianza de Jesús Solórzano (28-04-40). De menor envergadura, pero graves también, los percances sufridos por Serafín Vigiola “Torquito” --por el 5º de Piedras Negras del primer mano a mano entre Armillita y Garza, “Pilsner” de nombre (03-03-35)— y Pepe López, de la cuadrilla de Heriberto García, al banderillear a “Guerrillero” de Zotoluca (10-11-29).
En El Toreo de Cuatro Caminos, le tocó pagar su tributo de sangre a David Siqueiros “Tabaquito”, prendido bárbaramente contra las tablas por un toro de Jesús Cabrera que correspondía a Gabriel España (15-03-59), en situación muy semejante a la del también banderillero Anselmo García Barrera, asistente aquella tarde del rejoneador Juan Cañedo: “Navajito”, de La Laguna, lo saco del burladero y le atravesó el muslo derecho (06-03-66).
En la México
Además de Martínez Kingston y Juan “Armilla”, y hablando solamente de corridas de toros, a trece subalternos les fueron atendidas heridas de mayor o menor gravedad, infligidas mientras bregaban, al poner banderillas o a la salida de un par.
La lista es la siguiente: Agustín Salgado “El Muelón” (09-04-61: su matador era El Callao; toro “Rondeño”, 6º de Mimiahuápam), Víctor Miranda (02-02-69: Fabián Ruiz; 6º de La Laguna), Alfonso Barrientos “El Ejecuteo” (07-2-69: El Viti; “Coralito”, 5º de Reyes Huerta), Juan Escamilla (24-02-71: Ruiz Loredo; “Andarín”, 6º de Mimiahuápam), Juan Vázquez (02-03-72: Curro Rivera; “Atrevido”, 5º de Mariano Ramírez), Ignacio Carmona (04-03-73: picador de Guillermo Montes “Sortibrán”; 7º de la Viuda de Fernández), Alberto Ortiz “El Chaval de Orizaba” (13-04-74: Eloy Cavazos; “Solterón”, 1º de Torrecilla), Ramón Negrete (16-04-78: Raúl Ponce de León; “Colorín”, 4º de Zotoluca), Alfredo Acosta (05-12-93: Jorge Gutiérrez; “Destapado”, 2º de Real de Saltillo), Carmelo Sánchez (03-12-95: Enrique Ponce; “Caracazo”, 3º de Rodrigo Aguirre), Francisco García (20-11-97; Hernán Ondarza; “Duende”, 7º de Sierra Ortega), Juan José Trujillo (27-10-2013: Alejandro Talavante; “Tipete”, 5º de Barralva) y Mauricio Martínez Kingston (17-12-15: Xavier Ocampo; “Sangre Nueva”, 5º de San Marcos).
Homenaje al subalterno
Del listado anterior pueden extraerse diversas conclusiones, pero lo único que hoy me interesa es enfocar la atención del lector hacia el torero menos reconocido como tal que, a pie o a caballo, contribuye al lucimiento del matador en una medida que corrientemente nos pasa inadvertida. El riesgo al que se exponen picadores y banderilleros es patente. También los picadores, cómo no.
En Europa, el último torero caído en el cumplimiento de su misión fue el picador andaluz José Antonio Muñoz (Vic-Fezensac, 23-05-99: el 6º de Victorino Martín, para Uceda Leal, lo sepultó debajo de su caballo). Y en México, el peligro al que estaban expuestos los varilargueros era asimismo latente: en la temporada de 1922-23, los dos más conspicuos, Juan Aguirre “Conejo Chico” y Felipe Mota, visitaron la enfermería de El Toreo, el primero conmocionado por un Zotoluca (03-12-22: no despertó hasta el día siguiente) y el segundo, víctima del 6º de Santín, con una extensa cornada en el muslo (18-03-23). Evidentemente, no montaban los percherones de ahora, que agobiados bajo toneladas de peto y pasados de tranquilizantes, se caen solos mientras su jinete simula el monopuyazo al uso.
Los subalternos de a pie, por su parte, suelen venir de historias personales dignas de atención. Algunos, como Martínez Kingston, nunca fueron otra cosa que peones de brega. Pero muchos probaron antes suerte con la muleta y la espada hasta que, faltos de ilusión y de contratos, se decidieron por el capote de brega y los garapullos. Entre estos antiguos aspirantes a la gloria taurina los hubo que la saborearon fugazmente, como Rafael Osorno, autor de la mejor faena novilleril en la historia de El Toreo de la Condesa, la de “Mañico” de Matancillas (30.08.42). Y como él otros más, incluidos la mayoría de los actuales, algunos de los cuales alcanzaron incluso la alternativa, como Sergio González o Juan José Trujillo. El caso más patético es el de El Niño de la Palma, Cayetano, fundador de la dinastía de los Ordóñez (Antonio, su hijo menor), un clásico que fue figura y, empujado por la necesidad, partiría un día plaza con la cuadrilla de Pepe Luis Vázquez. Y el propio Juan Espinosa fue matador, el primero de la estirpe Armilla, antes de formar con su hermano Zenaido, y al servicio de Fermín El Grande, la mejor cuadrilla mexicana de todos los tiempos.
No sé si Mauricio Martínez Kingston superará –como lo estamos deseando todos—su crítica situación actual. Tampoco si esta columna ha dado cuenta cabal de lo que se proponía. Que no ha sido otra que enfatizar que la labor de las cuadrillas nada tiene de subalterna. No desde el punto de vista de la destreza que su oficio demanda, y el peligro que todo torero corre mientras haya un toro en la arena.
Un toro, se entiende, íntegro en todos los sentidos, incluidas la casta y la codicia inherentes a su sangre brava.