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"¡Dios lo bendiga, don Marco!" (fotos)

Viernes, 12 Jun 2015    México, D.F.    Redacción | Foto: GR     
Gustavo Robledo en compañía de su admirado amigo Marco Garfias
El aficionado potosino Gustavo Robledo nos envía un emotivo y sincero recuerdo del ganadero Marco Garfias, fallecido hace algunos días, en el que se puede apreciar la calidad humana del ganadero de dinastía, y en el que se entreveran recuerdos muy agradables y simpáticos de su persona.

Aquí está íntegro este ameno texto:

Era 1998 -tenía 12 años- y me encontraba afuera de la Parroquia de las Tres Ave Marías, donde era acólito. don Marco vivía cruzando la calle.

¿Usted es el ganadero Marco Garfias? –le pregunté con el desenfado que lo hace un niño.

Sí ¿Te gustan los toros, chaval?. ¡Te voy a llevar a mi ganadería!

Y desde entonces... su acompañante, su "registrador en el rancho", donde aprendí enormidades de registro y nacencias del ganado bravo, pero, sobre todo, tuve la gran fortuna de ser su amigo. Gracias a su confianza conocí una ganadería brava, y su rancho "El Palmar". En ese ruedo me dio el honor de recibir "turno" por primera vez en una tienta. Y ahí tuve ocasión de convivir con tantos y tantos toreros en muchos tentaderos; en esa mesa que da a una ventana del eterno paisaje de su desértico campo tunero: "Tú siéntate allá, tú aquí y tú allá", solía decir.

¿Sirvo el vino ganadero? –le preguntaba, y acto seguido le decía: "Bueno, primero me sirvo yo y luego a los invitados".
¡Ja, ja, ja, cómo serás cabrón! –me contestaba y soltaba esa risa larga y ruidosa que lo distinguía.

Y fuera de ahí, conocí a su gente, en su casa o donde fuera. Siempre tuve al alcance su mano amiga cuando lo necesitaba, aun y con su carácter y bravura, como sus toros. 

¡Vamos al rancho! –me decía con mucho entusiasmo

–Pero maneje despacito, ganadero... y ¡chin! 

¡Agarrateeeee y no seas llorón, ja, ja, ja! su larga y ruidosa risa de nuevo.

Y así recorríamos la carretera... o nos íbamos a México a ver toros.

¿Ya comiste? –me preguntaba siempre con amabilidad.
 
Ya "arqui", gracias. 

No es cierto, no has comido. ¡Sírvanle! Y ten esto, por si necesitas algo –me decía con esa generosidad que le caracterizaba. Y de nuevo su mano amiga que nunca me -y nos- falto. A todos la daba o la quitaba al que "quisiera pegar el derrote". Así fue, así era, así es...

¿Y su gran escritorio? En ese gran escritorio donde siempre tenía un trazo que dibujar o un texto que redactar de su puño y letra; donde sobraban bocetos de planos o diseños y faltaba espacio para las fotografías de sus restauraciones o museos; en ese mismo espacio de su oficina a fines del año pasado me mando llamar:

¿Cómo estás? ¿Y tus papás? ¿Ya te van a correr de tu trabajo?, ja, ja, ja esa carcajada de nuevo.

¿Usted como esta? –le pregunté con curiosidad, pues ya su estado de salud comenzaba a deteriorarse.

Pues fregado; pero estoy feliz, satisfecho –me contestó con una gran paz interior.
 
En este inolvidable encuentre me platico su satisfacción de vida. Me habló de su esposa, la señora Cristina, que para él siempre fue "la mujer más maravillosa del mundo"; de sus hijos y de sus nietos; de su obra que ahí queda. Nos abrazamos y lloré.
Pero su alegría y carácter de afrontar ese "toro en puntas" nos baño a todos. El único tranquilo en este ruedo de la vida era él. Y Dios concede ese privilegio la serenidad a los que gozan de paz en su interior.

Enterado de la última tienta en su rancho, a la que ya no pudo asistir, al salir de visitarlo del hospital y antes de llegar a la puerta solo me alcanzo a decir: "Lo único que me da gusto es que aún y yo aquí metido, la tienta se hizo, el rancho sigue".

Pues levántese que hay que ir a pagar las rayas –le dije para motivarlo Y de nuevo escuché su inseparable carcajada, ésa que aún sigo oyendo.

La vida siguió y ese fue el motor para el arquitecto, ese fue su aliciente para seguir "lidiando, estoico, ese toro que le tocó. La continuidad de su obra como esposo, como padre, como abuelo, como hermano, como ganadero, como arquitecto, como amigo...

¡El es el Gallito, un tinterillo, mi secretario particular! –decía bromeando y con orgullo. Ése era yo, así me presentaba a veces y sabíamos que no era cierto: ¡éramos amigos! Así fue, así era, y así seguirá siendo en mi interior.
 
Hoy estoy seguro que –como cuando recitaba emocionado: "Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de camborios...", hubiera recitado con la misma pasión en su despedida aquello de: "¡Vida nada te debo, vida estamos en paz!" ¡Enhorabuena ganadero! ¡Salud arquitecto! ¡Dios lo bendiga don Marco! 

Gustavo I. Robledo Guillén, San Luis Potosí, 6 de junio de 2015.


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