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Tauromaquia: Manzanares, el mediterráneo

Lunes, 03 Nov 2014    México, D.F.    Horacio Reiba | Opinión   
La columna de hoy en La Jornada de Oriente

Inesperada, fulminante, tristemente prematura. Así fue la muerte de José María Dols Abellán, el hijo de Pepe Manzanares –que debe haber sido un peón y banderillero finísimo, y padre del actual José María Manzanares. La mañana del martes fue encontrado inerte en su habitación de la finca que tenía en Cáceres, víctima al parecer de un paro cardíaco. Contaba 61 años. Y apenas 18 cuando, en la feria de fogatas de 1971, le dio la alternativa en su Alicante natal Luis Miguel Dominguín, El Viti como testigo. Casi nada.

De novillero, lo habían emparejado con José Luis Galloso. De matador, fue imposible encontrarle una contrafigura. Gustaba navegar a su aire y sobre mar serena, aunque tempestades mediáticas llegaron a alterar su natural ecuanimidad. Aromas salobres perfumaron su toreo, terso y templado como pocos. O remiso y cortante, si la mar picada anunciaba tormenta. Nunca fue lo suyo arremangarse y luchar. El toro por su terreno y el torero en el suyo. Alguna ventajilla a veces. Arte sin esfuerzo. Desde siempre supo que cargar la suerte significa lentificar el último tiempo del muletazo para sentirlo y paladearlo mejor. Toreo mediterráneo, con cadencias de barca mecida por olas que mueren en playas lustrosas de sol. Toreo cenital, pues.

Un toque de distinción. Estilísticamente, su toreo se nutrió de las mismas esencias que el de los Antonios Fuentes, Márquez, Bienvenida y Ordóñez. Y los Vázquez de Sevilla. O los Solórzanos, Caleseros, Juanito Silveti y Alfredo Leal, de este lado del Atlántico. Tan semejantes y tan distintos entre sí, lo unía a ellos la elegancia innata y la búsqueda del toreo puro. Pausada, nunca angustiosa. A José Mari, los cónclaves severos –Las Ventas, la México de antes– no acabaron de aceptarlo. Sí Sevilla, Nimes, Guadalajara, Lima y, desde luego, públicos acostumbrados a recibir de cara la brisa marina: Valencia, Málaga, Almería, Alicante desde luego e inclusive Barcelona.

En La México

En Insurgentes José Mari Manzanares confirmó su alternativa el 3 de diciembre de 1972, por José Huerta y ante Curro Rivera. Gustó y tuvo petición con el primero de Torrecilla, "Gorrión". Pero por más que en esa temporada y la siguiente lo repitieron bastante, el golpe decisivo no llegaba. Se quedaba en detalles, inclusive algunos de gusto dudoso, como arrodillarse tratando de forzar las cosas. Era en vano, pues tales jadeos poco tenían que ver con su sensibilidad y la de nuestro público. Por ese tiempo cortaban aquí el bacalao Martínez, Rivera, Cavazos, Mariano. Y de los españoles solamente El Capea, ídolo vitalicia de la México.

La década siguiente, forcejeos extrataurinos alejaron las corridas de la capital. Estando en ésas, se montó aquel mano a mano con Cavazos y toros de Garfias, soberbios de trapío y clase. Eloy cuajó con "Mesonero" la faena de su vida en la capital. Y Manzanares bordó a "Gazpachero", obra de arte mal rematada con la espada. Era el 27 de abril de 1984. Cuatro años después, en otra corrida-sorpresa, de nuevo con Cavazos y el rejoneador Trueba (27-04-84), cobró al fin, de "Vallartín", no una sino dos orejas. Con un pero: las autoridades encontraron que los pitones del fofo encierro de Teófilo Gómez habían sido manipulados. Y vuelta a empezar. Eso sí, por fuera –Guadalajara, Aguascalientes, Querétaro, Pachuca– el de Alicante triunfaba. Aunque una noche de abril del 88 la pasó en la cárcel de Texcoco, culpable de falsear ante la autoridad su fecha de alternativa. Todo con tal de que Mariano Ramos –que la tomó poco después que él (20-11-71)– saliera por delante.  

En otro viaje relámpago nos dejó su acaso mejor faena en el embudo, la de "El Zorro" de De Santiago, en mano a mano con Gutiérrez (03-03-91). Ya solo regresaría para decirnos adiós, con Capetillo y Miguel de compañeros y una labor bonita pero tan corta que supo a poco. Su peón de confianza, Luciano Núñez, armó un pequeño sainete, inconforme con la solitaria oreja otorgada a guisa de despedida. Ese último toro, muy pastueño, se llamó "Coquilla", de Vicky de la Mora (09-02-97).

Torero de toreros

Si se designa así a quienes, por su fácil entendimiento de las reses y de la técnica lidiadora causan mayor impresión entre los profesionales que entre las masas, otro torero de toreros, si bien de talante artístico muy diferente –Mariano Ramos, con quien tuvo José Mari sus más y sus menos, me confesó un día, con su inalterable sinceridad, que entre las mejores faenas que recordaba haber visto estaba una de Manzanares, alternante suyo aquella tarde en la Santamaría de Bogotá, plaza actualmente secuestrada por el furor taurofóbico.   

Ecos del primer día

Pues resulta que el patito feo de la terna inaugural terminó convertido en el orgulloso cisne de la combinación, porque al pavorreal importado se le destiñó y apelmazó el plumaje, y el gallito de la casa continúa afónico y con la cresta encogida. Total, tarde grande y tres orejas para El Payo –muy generosa la primera– y Morante dando quehacer al del clarín –cuatro avisos tuvo que mandarle—pero no a las musas. Se le notó, incluso, en mala condición física. Al contrario de Silveti, que, valeroso y dispuesto, penó por causas exclusivamente taurinas.  

En esto llevó también su cuota de responsabilidad el encierro de Barralva, apagado y mansurrón.  Salvó el honor de la divisa ese quinto, "Cardicito", con su fondo de clase y su reconcentrada casta, mostrada ante el caballo –hasta provocó un tumbo, una perla en estos tiempos. Octavio se fajó con él sin la mínima duda y lo domeñó torera y cabalmente en faena siempre a más, culminada de colosal volapié. Valía de sobra las orejas y el paseo en hombros que cerró la larguísima sesión.


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