El viernes, El Relicario presenció una gran faena. Palabras mayores. Una buena faena, y aun una muy buena –la de Joselito Adame al cuarto., por ejemplo– no tendrán nunca la jerarquía de una gran faena. La distancia va de las buenas sensaciones a un profundo sacudimiento interior; del reconocimiento al éxtasis. Lo bueno satisface, produce gozo; lo grandioso conmueve, hace vibrar.
Característica de toda gran faena es ese poder de evocación que inevitablemente conlleva: lo que hace que, repasada in mente, rememorada, resulte todavía mejor, limpia ya de las imperfecciones –toda creación humana las tiene–, que la fuerza del arte atenuó mágicamente. Si el regusto supera al gusto, al inasible sabor del instante, ésa es la señal. Sin darle más vueltas, cuando la memoria nos devuelve esplendorosa y expurgada una obra torera, cuando somos capaces de recrearla después una y mil veces, es que se trató de una gran faena.
Como la de Arturo Saldívar la noche del viernes, en Puebla, al quinto. toro de San José, “Por tu vida”. Armonioso de hechuras, respetable de cuerna, cuajado y serio en todos sus detalles. Y de una pinta rarísima: negro como el carbón, y sobre ese lóbrego manto, lunares diminutos de un blancor níveo sobre el rostro –caribello y lucero–, los cuartos traseros –nevado–, ambas axilas –doble axilado. Y además bragado corrido y falso girón. Técnicamente, un salpicado en mulato. Visualmente, bellísimo.
Y además con clase para arar la arena con el belfo y hundir la testuz en los engaños con despacioso y acompasado son. Tuvo, no obstante, el pero de una debilidad de manos que, en el primer tercio, llegó a ser alarmante, especialmente al deshacerse la reunión del único puyazo, que en realidad no lo fue: Rodolfo Acosta lo señaló apenas, y eso le valió una ovación clamorosa. Ver para creer.
Lo de Arturo, sublime. Cuidadoso más que lucido en el recibo capotero –las manos altas para no forzar al toro– Arturo Saldívar sorprendió con un vistoso quite por zapopinas que levantó la primera ovación. La faena tardaría en calentar la grada lo transcurrido entre el saludo por alto, despatarrado y ganado terreno hacia los medios, y el derrote con que “Por tu vida” le rasgó el terno canela y oro por la nalga derecha en el tercer derechazo, un parpadeo del que el torero emergió transfigurado. Porque de ahí en más, su muleteo iba a cobrar un brillo especial. Un mando reconcentrado –el pitonazo de advertencia no había sido en vano. Y un temple ahondado, que fue a más conforme se sucedían las tandas alternando ambos pitones. Ahondado y alado al mismo tiempo, con dos series cenitales de naturales tan saboreadas e hipnóticas que la muleta se estiraba perezosamente, como lengua de fuego que acariciara al nobilísimo toro de San José sin que éste la tocara nunca. Y los de pecho izquierdistas como sello y bandera: largos, ceñidos, perfectos.
Con la derecha, cuando las energías del mulato salpicado --que nunca perdió clase ni fijeza-- parecían agotadas, Arturo redujo a cero las distancias, dejaba que el diamante del pitón le acariciara muslo y cadera para, sosegadamente, provocar cada nueva embestida y llevarla con dormida lentitud a través del medio círculo del pase o incluso a sus espaldas, cuando ya era ésa la salida natural de tan encunado que estaba.
La plaza, no hay que decirlo, era un clamor. Y los gritos de torero-torero estallaron de manera espontánea aun antes de ver ligadas tres dosantinas de pasmosa quietud y lentísimo recorrido, previas al pinchazo sin soltar, correspondido –y esto dará idea de la tensión emocional lograda y de las dimensiones que la faena a “Por tu vida” había alcanzado– con una ovación que expresaba al mismo tiempo estímulo y admiración incontenibles. Saldívar dejó a continuación un pinchazo hondo, descabelló con acierto a la primera y se resignó sin un mal gesto a que el juez le negara una oreja unánimemente solicitada. A lo que no pudo renunciar fue a la vuelta al ruedo más aclamada de la jornada, justa compensación a tan enorme faena.
¿No hay un más allá?
Lo hay, claro que lo hay. Porque si la de Saldívar a “Por tu vida” reunió los requisitos indispensables de toda gran faena –ir siempre a más, y conmocionar, literalmente “poner fuera de sí” a cuantos la presenciamos--, faenas aun más logradas, importantes y expresivas registra la historia del toreo, obra de toreros plenamente maduros y dueños de su arte. Y el joven espada de Aguascalientes aún no llega a tanto. Aunque sus logros apunten a ese futuro posible donde sobreviven no ya las faenas grandes sino las irrepetibles, históricas, imprescindibles.
Torero en celo
Joselito Adame venía de bañar, en la feria de San Marcos, a sus mismos alternantes de la noche poblana. Se topó de entrada con un animal burriciego, que al no ver ni obedecer a los engaños hacía imposible el lucimiento. Para peor, “Pionero” tenía una percha y la ponía por delante a cada intento de estocada, de modo que Joselito pinchó mal un par de veces y erró tres descabellos antes de acertar. Había sonado un aviso y los impacientes silbaron.
El desquite, inevitable cuando un torero está tan puesto y dispuesto como José, llegó con “Querido”, cárdeno oscuro que cambió la cornamenta veleta de sus hermanos por la de los toros cornipasos, y que además de astifino era el más pesado, con sus buenos 532 kilos. Además, con la casta y la fuerza que hacían falta para retar el gran momento que vive este torero. José estuvo veleroso aunque algo eléctrico en sus lances de recibo y en el ovacionado quite de Chicuelo.
Pero pletórico, imponente con la muleta –abrió faena por alto, tomado de la barrera–, torerísmo en los de trinchera, vistoso en los cambios de mano y confiado y mandón en todo momento. Y todo esto con un cuatreño exigente y de boca cerrada. Al que le tuvo que aguantar parones para desengañarlo en las dos primeras tandas con la derecha, antes de recrearse plenamente en naturales cabales, de mano muy baja, macizo temple e impecable redondez.
La segunda tanda izquierdista, media docena de pases ligados en los medios con la suerte bien cargada, la cintura flexible y un temple dormido marcó el punto culminante de la espléndida faena de José.
Oportuno al adornarse, muy listo al ligar un tres ceñidos molinetes cuando “Querido” derivó a tablas y regateaba embestida, y contundente al volapié –por ejecución, colocación y efectos, la estocada de la noche– Joselito Adame iba a cobrar dos orejas indiscutibles y la salida en hombros correspondiente. Mandamos a España un torero capaz de plantarle cara a los mejores.
San José. Ejemplar presentación tuvieron los astados de Ramírez Mangas, toros hechos los seis –aunque al tercero hubo que apuntillarlo antes del segundo tercio porque se quebró la pata derecha--, no estaban sobrados de fuerza pero –descontando el inútil burriciego– todos tuvieron bastante que torear. Sobresalientes el 4o., por su encastada fiereza, y el 5o. por su delicioso temple; el segundo, que embestía a arreones y ante el cual Saldívar se plantó con su decisión acostumbrada, terminó rajado y remiso; Arturo, que lo pasó de faena, salió no obstante al tercio; de hechuras muy distintas fue “Apasionado”, el sexto, y Silveti le hubiera cortado la oreja si no se amorcilla, a pesar de que su faena no llegó a levantar vuelo ante un astado soso. Al berrendo en cárdeno que se lesionó lo había sustituido un zaino de La Punta bastante aplomado e insípido –reservón, alta la cara al salir de cada pase–; a ése le cortó Diego la primera oreja del festejo, más que nada por el efecto fulminante de un entregado volapié.
Si en nosotros está agradecerle al ganadero la esmerada presentación de su encierro, Joselito Adame seguramente lo hará porque tuvo un adversario cuyo encastado comportamiento le permitió lucir su vibrante estilo, y Arturo Saldívar por la deliciosa embestida de un ejemplar que le revelaría lo más puro y ahondado de su expresión toreras. Menos afortunado en el sorteo, Diego Silveti anduvo tan voluntarioso como desacoplado, y deja dudas sobre lo que hubiera logrado de tocarle “Querido” o “Por tu vida”. La imagen que ofreció se parece a la de la pasada temporada grande, cuando más de una vez tuvo el triunfo en bandeja y lo dejó ir.
Christhian y el juez
Diego tuvo el acierto de disponer que su banderillero estrella, Cristhian Sánchez, adornara el morrillo del cierraplaza. Fueron tres pares hermosísimos, alegrando en corto y reuniéndose al milímetro con la fuerte embestida para, en la misma cuna y aprovechando a rebufo el derrote, levantar rectamente los brazos y dejar los palos en lo alto con pasmosa precisión. Estampas de torería eterna que fueron tres relámpagos de luz en la templada noche poblana.
A salvo de los pitones pero no de las iras del pópulo, José Antonio Gaona fue un contradictorio juez de plaza. Correcto en general pero incongruente al negarse a atender la generalizada petición que, pese al pinchazo y el descabello, solicitaba la oreja de “Por tu vida” para Arturo Saldívar. Antes, se había apresurado a darle a Diego el primer apéndice por una estocada sin faena. Y para no parecer contradictorio con su rigor hacia Saldívar, prefirió ignorar a quienes solicitaban premio para el propio Diego a la muerte del cierraplaza. Difícil entender qué criterios aplicó.
Terna de lujo. Matizaciones aparte, qué tres toreros jóvenes tiene México en Adame, Saldívar y Silveti. Y qué torero su compromiso con la ética para, sobreponiéndose al efecto de una plaza a medio ocupar y al imponente trapío del ganado, concentrarse en lo suyo con una disposición y una responsabilidad toreras de primer orden. No podíamos tener abanderados más dignos en la inminente temporada europea, donde Adame tiene dos fechas por feria en Sevilla y Madrid, mismas plazas donde Arturo y Diego se van a jugar su temporada a una sola carta. Hacía tiempo que la afición mexicana no abrigaba tan bien fundada ilusión en tres de sus toreros de vanguardia.
Un profesor de ética que enseña con mentiras
Anda por México, dictando conferencias y concediendo entrevistas, el filósofo y matemático español Jesús Mosterín. Su objetivo no es ahondar en las profundidades científicas de las disciplinas de su especialidad, sino hacer campaña antitaurina en nuestro país, aprovechando sus éxitos ante el parlamento catalán para machacar con mentiras de bulto reiteradamente lanzadas a través de las páginas de El País.
Pero no son los capciosos y perfectamente rebatibles argumentos de Mosterín lo más preocupante, sino que la UNAM facilite sus aulas y auditorios y empeñe su prestigio para que este notorio taurofóbico se despache a gusto. La misma UNAM que hace poco canceló una mesa redonda en la que cuatro académicos mexicanos hablarían de literatura y cultura taurinas a quienes desearan escucharlos.
No cabe duda que los tiempos y los vientos están cambiando para mal. Y es una pena que, teniendo los toreros que tenemos, carezcamos de la cultura taurina y la conciencia y los redaños que hacen falta para organizar una defensa serena pero contundente de nuestra fiesta y sus muchos valores, seguramente más éticos que la oportunista explotación pseudofilosófica de lo políticamente correcto.