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Mónica Serrano, en busca del equilibrio

Viernes, 29 Nov 2013    Quito, Ecuador    Juan Antonio de Labra | Foto: JR Nacif   
El reflejo de una personalidad
La mansión está en calma. Son las 10:30 de la mañana en punto. La paz de aquel gran salón, sólo se interrumpe por el leve sonido del golpe de un tenedor sobre un plato. Ese constante tintineo desvela la presencia de alguien que está desayunando en el comedor, quizá no tan ajeno a mi espera.

Aprovecho el tiempo y repaso las preguntas que he redactado para el encuentro con Mónica Serrano, cuya cita es en la casa de su padre. Pasan los minutos y la torera no llega. Por un instante presiento que me dejará plantado. Sé que no le gustan estos encuentros con la prensa; que detesta las fotos; que prefiere guardar silencio. Y no se trata de un asunto de noñería. Es una cuestión de timidez. Timidez en su más pura expresión. Mónica se siente demasiado vulnerable, quizá porque aún no se ha creído el personaje.

Sí, es torera; siempre lo ha sido. En el alma le hierve un sentimiento que fluye muy de vez en cuando. Aún no encuentra esa válvula de escape que lo haga detonar con fuerza. El miedo escénico le preocupa. No quiere pegar un petardo; le pesaría. Porque cuando un torero fracasa, la cruda moral que experimenta no tiene parangón. Es depresiva; rotunda. Quema el alma. Sólo el tiempo te hace olvidar, igual que en un fracaso amoroso.

Lejos de la pose

A las 10:45 aparece la guapa amazona. Viene vestida de manera casual. Luce unos jeans que hacen juego con una sudadera de una tonalidad similar, pero un poco más encendida, la misma de sus zapatillas de deporte. Sujeta su cabello con una liga. Su maquillaje es discreto, a tono con la sencillez de su atuendo. La acompaña "Buda", un bulldog inglés, que viene abrigado con una curiosa prenda de lana que incluye un gorro con flecos de pelusa, Naif, sin duda. Menudo perro; qué gracia tiene. Mónica se disculpa por la demora; viene de dejar a su hijo pequeño en el colegio.

A unos cuantos días de reaparecer en la Plaza México, la caballista se abre a la conversación. Supongo que le agrada el hecho de que no llevo grabadora, ni cámara. Es como si nos hubiéramos reunido ahí para conocernos y charlar un rato, aunque ya sabemos de sobra quiénes somos.

Seguramente ya no recuerda que una noche en un bar cubano de la colonia Roma, hace más de 15 años, vino un amigo suyo a preguntarme si yo "era algo de los toros". Le contesté que "sí era algo de los toros". Entonces me preguntó que si la conocía. No tuve reparo en decirle que no la conocía, una mentira piadosa que sólo deseaba avivar la curiosidad de aquella conversación de madrugada. Él me dijo que ella era rejoneadora, a lo que respondí que me perdonara, pero que no la identificaba porque nunca la había visto torear, lo cual era cierto. En vez de molestarse con mi tirantez, la respuesta le hizo gracia y fue a transmitirla a Mónica, que estaba a unos cuantos metros. Al escuchar el recado, ella hizo una mueca de enfado y se dio media vuelta y me dio la espalda.

Desde luego que sabía quién era, y pensé, como mucha gente, que aquella niña de sociedad sólo buscaba protagonismo en la Fiesta, se una pose continua, cobijada por el incondicional apoyo de su padre. Hoy debo reconocer que me equivoqué, porque Mónica es una mujer sencilla. Su humildad la obliga a decir que aún no tiene merecimientos para matar dos toros en la Plaza México, sino sólo uno, como está anunciada el próximo domingo. Que para que eso ocurra deberá ganárselo en el ruedo.

Una compleja relación

Su grado de responsabilidad es tan alto que ha sido el motivo de que su carrera no haya tenido continuidad. Pero ahí está, ahora, ante este reto, consciente de que es preciso establecer una estrategia adecuada que le permita torear más corridas. Porque el torero a caballo es su verdadera vocación; la llama interna de su ser; eso que le sirve para sentirse plena y enseñar a sus dos hijos que en la vida hay que tener seguridad en uno mismo.

El talante perfeccionista de Mónica es enfermizo. Cuida hasta el más mínimo detalle espoleada por esa invertebrada costumbre de su padre, un hombre que la ha marcado, en muchos sentidos, a lo largo de su vida. Aquellos primeros recuerdos de su infancia revolotean en su mente cuando evoca la figura de su padre toreando vacas en el rancho, rodeado de caballerangos, en medio de yeguas y caballos. Ese es el mundo de Mónica Serrano: el de los caballos. Es ahí donde está en su "elemento".

Su discreta incursión en el salto no le llamó la atención; necesitaba sentir el peligro que provoca el toro y vivir emociones fuertes que ayuden a serenar ese atractivo temperamento escondido que en ocasiones la orilla a que sus relaciones humanas sean tensas.

El proceso de divorcio, hace un año; la familia, los hijos, y tanta otras cosas circunstanciales, la han apartado temporalmente de los caballos en distintas etapas. Pero ahora ha renovado su afición y sabe que tiene que dar rienda suelta a ese cúmulo de emociones que habitan su interior, y son las que van a sacar la parte más emotiva de su yo interno.

Y en este aprendizaje constante de la equitación, el caballo ha sido uno de sus sicólogos más agudos. "Pa-ci-en-cia", así, dicho arrastrando cada una de las sílabas, es lo mejor que los caballos le han enseñado. Lo tiene claro. Es en el trato cotidiano con sus caballos lo que le ha permitido aprender a ser paciente. A no desesperarse tan fácilmente; a saber que para llegar al sitio que sueña tiene que dedicar empeño y sacrificio, pues aunque parezca que su vida ha sido fácil, ha tenido que luchar contra muchas cosas, entre las que más le obliga es la mirada inquisitiva de su padre. Esa es la cuestión. Porque su padre no sólo ha sido su mayor aliento; su mentor; el motivador de una forma de vida que, por otra parte, sigue atorada en alguna parte.

Nunca ha sido fácil ser papá de torero, y mucho menos papá de torero que fue toreo. Me queda claro. Sin embargo, en esta relación tan intensa, se fundamentan muchas de las razones por las que Mónica Serrano mantiene la ilusión de verse anunciada otra vez en la Plaza México, aún sin el rodaje suficiente delante del público, esa masa amorfa, exigente, sensible, que le grita cosas; que le alienta y la piropea, o le grita alguna grosería que se le clava como una aguja en las sienes, la desquicia.

¡Hay que "romperse"!

Por eso procura torear tan seria; tan concentrada; sin hacer caso alguno de que existe el público. Y es así como va en contra de la máxima de Juan Belmonte, aquella que reza que "se torea como se es".
En este caso, Mónica no es seria, pero es la imagen que proyecta. Su aparente altivez es un mecanismo de defensa en contra de ese aluvión de quien se sabe que no tiene “tablas” delante del público. Por eso le cuesta mucho trabajo romperse, preocupada siempre por estar bien pero olvidándose de que debe fincar una relación con los espectadores.

En sus anhelos, y para ello trabaja con dedicación, ella se vislumbra como una torera con aires vaqueros, de romanza andaluza; con poder, fibra y chispa, además de un estilo grácil y elegante. Uno de sus espejos es Diego Ventura, al que está unida por una amistad sincera. También ha aprendido muchas cosas de los portugueses Joao SalgueiroRui Fernandes, y de otros tantos rejoneadores con los que ha convivido desde hace muchos años. Le impresiona la temeridad de Mestre Batista, del que me habla con entusiasmo de torear siempre al límite.

Es consciente de que el toro de nuestros días no es el toro cojo, viejo, alto y feo, que en otra época tenía que zumbarse el rejoneador de turno en aquel "show del caballito", como ciertos taurinos y aficionados solían referirse al asunto de abrir plaza por delante de los toreros a pie. Ahora el toreo a caballo es otra cosa; se pueden cumplir los caprichos de la imaginación, porque hay ganaderías como la de Fernando de la Mora, que contribuyen mucho al arte del toreo a caballo. Y desde luego que ésta, y la de Pepe Garfias, son dos de las divisas con las que Mónica se siente más identificada.

No lo sabe con certeza si lo de volver a La México sea inconsciencia o arrojo. Quizá sea una mezcla de ambas cosas. Pero ahí está ya su nombre colgado del cartel, en una combinación muy bonita, al lado de toreros jóvenes mexicanos. La entrada será buena, confía Mónica. Y es una buena oportunidad de mostrarse, pues sabe que el factor sorpresa representa una baza a su favor. Digamos que, salvo la entonada actuación del año pasado, su tauromaquia casi inédita. Nada de lo que haga el domingo es previsible, como ocurre a otros toreros que ya están demasiado vistos.

Ahí está Mónica Serrano, en capilla, alejada de cualquier superficialidad, con la mirada puesta en La México, consciente de que le urge renovarse y encontrar su sitio dentro de la Fiesta; destruir los atavismos del pasado y granjearse la simpatía de un público que va a entregarse cuando ella consiga sacar en la plaza su esencia como persona, la de una mujer emprendedora que no se conforma con una existencia apacible; una mujer que busca el equilibrio en todos los órdenes de su vida, a través de una profesión tan riesgosa y fascinante como es el toreo.


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