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Liber taurus: Toreros por un día

Viernes, 18 Oct 2013    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Opinión   
La columna de este viernes
Una  respiración profunda casi desgarrada parece surgir desde el fondo del alma para inhalar y exhalar no el aire vital, sino un torrente de sensaciones encontradas difíciles de asimilar y explicar. Todo sucede en forma vertiginosa como que el tiempo se relativiza con las emociones pasando a formar parte de un flujo poderoso que impulsa al hombre a buscar la contracara de la opresión para enfrentarse a sí mismo, desafiando al miedo.


El rostro circunspecto, los músculos tensos, la sequedad en la boca y la imaginación repasando a última hora el repetido ejercicio de terrenos, alturas, momentos y toques; reflejan a minutos del momento soñado, la inquietud que se desborda, reclamando del hombre toda la templanza posible que le impulse a dar el paso adelante, para ejercer el dominio de la voluntad sobre los instintos y derrotar a la "jindama", como dicen los gitanos.


De un momento a otro todo parece detenerse, ahora el crono se ralentiza,  la alegoría del paseíllo y el cumplimiento del protocolo taurómaco lejos de aligerar ánimos y ansiedades, suma una carga importante de responsabilidad al ver el graderío lleno de un público que concurrió a la plaza reclamando un espectáculo.


En ese instante el aficionado práctico deja de ser tal, para asumir por un puñado de minutos el papel de torero; al fin y al cabo eso es lo que hará, lidiar un novillo o una becerra en la idea de alimentar su afición y entregar un voto de admiración y respeto a los profesionales del toreo.


Es que ser aficionado práctico impone una serie de requisitos que desde la disciplina llega a la preparación física y técnica para enfrentar el compromiso con la mayor solvencia posible y si es el caso, expresando sus sentimientos con el capote y la muleta.


En la arena con la res al frente, el torero aficionado trata de decir que la fiesta de los toros vive merced al sobrecogimiento que produce en sus actores de primera línea y en los espectadores. Los lances y pases se suceden con diferente arquitectura y contenido, en alguna ocasión el diestro amateur logra arrancar un ¡Ole! desde la grada y la realización espiritual empieza a vivirse y con ella, la magia del toreo.


La faena culmina entre aciertos y dudas, con el aficionado con el corazón en un puño tras haberse sentido y mostrado torero. El breve lapso de recuperación del aliento y de racionalización de lo vivido es lo que media entre degustar la satisfacción y soñar en la próxima vez.


Este torrente de emotividad y gozo es el que vive todo aficionado práctico; hombres que recibieron la bendición de contar con la dosis de valor indispensable para declarar en el ruedo su amor por la fiesta de los toros.


El caso es que en el Ecuador la ya reconocida Feria del Aficionado Práctico permitió que más de medio centenar de lidiadores se apunten en los carteles y se entreguen en la arena. Más allá de la diferencia de experiencias y habilidades, todos, uno a uno, expusieron con honestidad su alegato taurino; la afición en estado puro mostró su dimensión superior más allá de edades y nacionalidades.


En la memoria queda la imagen del respetable de Raúl Aramburu Tizón que con más de sesenta años de edad llegó del querido Perú para sostener una centenaria tradición familiar que ha convertido al apellido en una institución de soporte y promoción de la fiesta. No en vano Raúl en sus varias décadas de aficionado actuó junto a figuras de la importancia de Conchita Cintrón y Antonio Bienvenida; en Tambo Mulaló aún vimos pinceladas de su añeja tauromaquia.

En el apartado de faenas sobresalientes aparecen las de José María Morán, José Alfredo Koeclin, a la postre triunfador del ciclo, Raúl Aramburu Romero, Rodrigo Patiño, Juan Sebastián Roldán, Mario José Solano, Francisco Roldán, Juan Carlos Sabay, Marcelo Almeida y Gonzalo Dueñas.

Labores que deben ser valoradas por su forma y contenido; varias de ellas de sorprendente nivel técnico, sostenidas en la vocación como lo explica con acierto José María Morán  al considerar que la tauromaquia es el último espectáculo atávico real, donde el hombre enfrenta a la muerte de forma permanente, solo con su valor, arte e inteligencia, venciendo de forma heroica a su propio miedo.   

El caso es que el grupo nuclear de la afición a la fiesta de los toros del Ecuador encuentra en el luminoso verano andino la ocasión para manifestar su razón de ser, materializando un sueño común con el capote y la muleta en sus manos, componiendo la figura, llenándose el alma,  sintiéndose toreros al menos por un día.


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