El público que llenó los tendidos de la Plaza de toros de La Misericordia de Zaragoza expresaba la gran expectativa que generó el cartel estrella de la Feria del Pilar, combinación de toreros que convocó a los aficionados locales a los que se sumaron forasteros que llegaron de toda España e inclusive del exterior; es que la nómina de ensueño encabezada por Finito de Córdoba, acompañado por Morante de la Puebla y El Juli, sobre el papel ofertaba un espectáculo de categoría superior.
Apenas se abrió la puerta de cuadrillas y por ella apareció la terna de lidiadores que recorrió el ruedo en un emocionante paseíllo marcado por la acusada personalidad de los toreros, que con su pausado caminar y circunspectos rostros ya subrayaban su condición de figuras de dimensión distinta, muy distinta a la mayoría de enlistados en larga tropa de espadas que pasean su adocenamiento y vulgaridad por los diferentes escenarios que conforman el circuito taurino actual.
Más allá de las particulares tauromaquias de uno y otro, lo que más tarde se evidenció en la arena, confirmó lo indispensable que resultan estos nombres a los que se debe, necesariamente, agregar un puñado de coletas, no muchos más; para enfocar con precisión quienes son en estos tiempos los que sostienen los conceptos fundamentales de la fiesta de los toros como son la autenticidad, el valor, la capacidad y el arte.
Es que en los días de las prisas y de las faenas de copy paste, se agradece el esfuerzo de la gente que no se traiciona a sí misma, no transa con el sistema y preserva a rajatabla su determinación de origen.
Sobre el desilusionante comportamiento de los toros de Zalduendo y de Vellosino, surgió como un milagro de la Virgen del Pilar, el imponente toreo a la verónica de Finito en el primero de la tarde y una sobrecogedora secuencia de pasajes monumentales al manejar la muleta en el cuarto. A su momento Julián echó mano de su asombrosa técnica al cortar una oreja impensada al tercero de la tarde al que metió en la tela roja con poder y autoridad. El artista de la Puebla del Río rescató preciosos detalles de gran torería en su primero y, como se debe, resolvió de prisa en su inservible segundo.
Lo cierto es que sobre el saldo final de la corrida, en el ruedo de La Misericordia se vivió el toreo vital, el toreo que estremece, el toreo eterno.