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Tauromaquia: Morante, el acabose

Lunes, 26 Nov 2012    Puebla, Pue.    Horario Reiba | Opinión   
La columna de este lunes en La Jornada de Oriente

Como todo portento, surgió prácticamente de la nada. Una nada representada por un toro sin un adarme de bravura, trotón e incierto durante los dos primeros tercios de su lidia, que derrotó en el peto y se escupía enseguida, con tendencia a huir y arrollar. Nada hacía presagiar que Morante, muy concentrado y serio, pudiera extraer provecho alguno de semejante morlaco, calamochero y topón más por mansedumbre que por malicia.
 
Así que, entre pititos y chuflas de los impacientes, nos dispusimos a presenciar un trasteo de aliño, iniciado por el de la Puebla con doblones al abrigo de las tablas. Y en ésas estábamos cuando, dejando de lado los tanteos, de pronto decidió pararse y correrle la mano derecha, sin demasiada convicción todavía. “Chatote” embestía al paso, seguía atropellando y le costaba un mundo repetir. Morante, citando de perfil para que el bicho tomara confianza, iba desgranando uno a uno –muleta baja, cariciosamente– derechazos que daban fe de su empeño por no irse en blanco. Pero, muletazo va, colada viene, allí no parecía haber posibilidades.

¿Cuándo fue que aquel persuasivo empeño ante un animal rebelde y remiso, que había doblado los remos un par de veces, empezó a insinuar algún atisbo de faena? Cuando, con la sarga en la zurda, Morante consiguió ligar dos, cuatro, hasta seis naturales de viaje completo, el liviano engaño casi a rastras en viajes exquisitamente deletreados, suavísimos… y luego, tras mucho insistir y sin solución de continuidad, siete más igual de milagrosos, extraídos del fondo de aquel pozo tan áspero y seco en apariencia. Entonces sí, quedaron atrás los primeros olés de sorpresa y se levantó en la plaza el rugido monumental de las grandes ocasiones. 

Lo que sigue es indescriptible. Porque a partir de ese momento, Morante se puso a la distancia precisa –muy cerca pero al hilo del pitón, para no forzar en absoluto al de San Isidro– y le fue extrayendo las embestidas una tras otra, trenzadas entre sí con el hilo invisible del temple más exquisito y la más rigurosa maestría. Y cuando en la siguiente tanda, iniciada con un cambio de muleta giratorio que fue sevillanía pura, ligado sin solución de continuidad a  cuatro naturales de oro, "Chatote" de plano se frenó, reculó y quiso rajarse, primero le pegó en el morrillo con la espada, y luego le hundió la puntita de la misma, buscando, con esa especie de amistoso pellizco, avivar su sangre de horchata; sólo así pudo sacudirle la modorra al manso, y obligarlo a cuatro, cinco viajes más que fueron otros tantos olés profundos y lentos, como los dormidos naturales de un Morante dueño ya del éxtasis de una plaza entregada.

Luego de una pausa para echar fuera tanta emoción contenida (y compartida), volvió a la cara de "Chatote" para trazar también por el derecho –el pitón más deslucido del sanisidreño– alguna tanda de temple y redondez inconcebibles, pausado y sereno, en medio de ese clamor tan de la México que parecía llegado del fondo de otros tiempos.  Media estocada en la yema, algo tendida, de efectos inmediatos, nos devolvió a la realidad. En ella, un Morante fatigado por aquella travesía febril, paseaba las dos orejas del toro bajo un runrún confuso y feliz.    

Increíblemente, una horda etílica –y seguramente pagada– quiso reventar la posterior salida en hombros. Se trata de una de tantas manifestaciones nefastas que han invadido esta fiesta nuestra, atacada desde dentro y desde fuera. Y a pesar de todo grandiosa.

La clase de Daniel Luque. No imagino una foto de Daniel Luque, toreando, que no sea digna de portada en un magazine de arte: se trata de uno de esos tipos elegantes hasta para bajarse a escupir. Además el chico torea, a veces incluso muy bien, relajado y erguido pero al mismo tiempo reunido y templado, pues lo suyo no es aliviado posturismo sino cabal y armonioso ceñimiento. En otras ocasiones, el remate de los pases le sale embarullado. Pero hay mimbres para ir extrayendo de ese fondo perceptible ya una futura figura de gran calado. Y entonces, sus faenas seguirán la línea ascendente que no siempre tuvo la que le cuajó a "Luna Brava", de La Estancia, sin duda el toro de más alegre boyantía de cuantos han saltado al ruedo de La México en esta temporada.

Este sevillano, clásico y contemporáneo a la vez, está en la línea de esos nuevos artistas del toreo, preocupados por romper con la monotonía de los dos pases y el doble remate. En su fresca, magnífica faena, vimos desde la dosantina con que abrió su primera tanda en redondo, hasta ese toreo sin ayuda del estoque cambiando el engaño de mano para ir hilvanando templados muletazos por bajo, incluidos naturales con el revés de la muleta, desdenes ceñidísimos y pases de pecho esculturales. En conjunto, una lidia preciosa –excelentes el señorial saludo capotero y las asfixiantes chicuelinas del quite–, justamente premiada con las orejas de "Luna Brava" –toro de arrastre lento– una vez que la remató con un estoconazo en la yema.

¿Torero de dos tercios?

En los dos festejos del fin de semana dedicado a la Revolución, El Zapata fue el único mexicano que logró tocar pelo. Y contra cierta corriente de opinión, fue la de "Caudillo" una oreja bien merecida. No obstante, la horda etílica que ese lunes sonó más estridente que nunca, la protestó con fuerza. Aquello no tenía sentido, pues pocas veces se habrán visto faroles de rodillas ligados con la limpieza y ajuste que tuvo el saludo de Uriel a "Caudillo", que hubiera sido un buen toro si no se apaga tan pronto y deriva hacia los tableros, completamente rajado. O el vistoso e imaginativo quite –un ojalá rematado como caleserina, de pura creación zapatista–, inédito en La México. Luego, en banderillas, tras engarzar con enorme desparpajo y torería su tres en uno –monumental, violín y sesgo por dentro, previo galleo en la cuna–, hubo de saludar una ovación estentórea.

Faltaba ver si era capaz El Zapata de mantener ese nivel en el último tercio. A mi entender, lo mantuvo. No en cuanto a ligazón y emotividad, porque "Caudillo" dio en acortar y regatear la embestida. Sí en orden a su dominio y saber estar, buscándole las cosquillas al remiso y estando por encima del toro. Además, se entregó en el volapié, cobrando media de rápido efecto.

Para mí, oreja de ley, mal que les pese a los protestones. 

Digna reaparición

Primer espada en la cuarta de la serie fue Nacho Garibay, rescatado de la congeladora en que la caprichosa empresa lo mantuvo por años. No perdió en ellos su estilo sobrio y sin florituras y su buena disposición habituales. Contendió con dos bichos algo inciertos de La Estancia, probón el primero y más propicio el cuarto, "Luna Llena", un precioso berrendo en cárdeno al que recibió a porta gayola y a punto estuvo de cortarle la oreja: a despecho del fuerte viento, le corrió la mano con un temple de muleta baja en varias tandas en redondo, entre ellas una superior por naturales, antes de que animal, a partir de un inoportuno desarme, de plano se rajara. En los adentros, Garibay intentó mantener el hilo de su faena, valeroso pero con fortuna desigual. Finalmente, fulminó al berrendo de un estoconazo.

Y aunque hubo cierta petición, Jorge Ramos –tan dadivoso bajo empresarial presión– no la tomó en cuenta. Y como había ocurrido a la muerte de su primero, Nacho saludó dignamente desde el tercio.  

Mauricio, el paso que falta. José Mauricio tuvo a su disposición un lote bastante propicio, formado por un salpicado girón encastado y con mucho que torear, y un precioso colorado, “Rojo Atardecer”, repetidor y noble. Él puso a contribución valor y clase, un valor sereno y una clase que debe ser la de mayor sabor y expresividad que hoy tiene México. ¿Por qué, entonces, si hizo dos faenas plausibles y toreras, no alcanzó el triunfo que tanta falta le hace? Porque a su decidida entrega le faltó impregnarla de vibración. Y como torea poco le faltan tablas y, sobre todo, malicia. Torea bien plantado y exponiendo siempre… pero más en el primer muletazo que en los subsecuentes. Además, corta frecuentemente sus faenas, justo cuando el público empezaba a entrar en calor, y ese continuo ir, venir y recomenzar perjudica su comunicación con el tendido. Y a veces con el toro. De ahí las altas y bajas de tensión emocional. Y como con la espada anda sin sitio, sus estocadas son defectuosas y los animales tardan en doblar.

Esta vez, el capitalino volvió a gustar –hizo quites valientes, con la muleta citaba y aguantaba de largo y corrió la mano con temple, y sus doblones rodilla en tierra tienen empaque y brío–, pero, a despecho de las posibilidades de su lote, no pasó de sendos saludos desde el tercio.

Estamos, pues, ante una especie de Hamlet taurino, situado sobre el punto de quiebre del ser o no ser. José Mauricio tiene la última palabra. Y un plazo para pronunciarla que se va acortando dramáticamente.

Guadalajara

Las crónicas a profundidad de Juan Antonio de Labra y los estupendos videos de Charly Flores nos han permitido vivir muy de cerca la temporada en el "Nuevo Progreso". Y si algo queda claro es la diferencia entre los encierros lidiados en la capital tapatía, arrogantes y magníficos en términos generales, y las fofas mansadas traídas a Insurgentes. Entre el rigor de los jueces de plaza de allá y las antojadizas decisiones de los de acá.

El domingo 18, para no ir más lejos, los tapatíos disfrutaron de una espléndida tarde de toros, con un encierro de Santa María de Xalpa que ni mandado a hacer para el espectáculo, incluso si atendemos a la variedad de pintas, la hermosa estampa… y desde luego la nobleza y  bravura de casi todos. Gran encierro, que permitió a los tres espadas –Talavante, Saldívar y Sergio Flores– andar a gusto y cuajar faenas acordes con la expresión y personalidad torera de cada cual. Corrida de cuatro orejas –todas de plaza grande, solicitadas por una afición exigente y conocedora–, con salida en hombros para Arturo Saldívar, el único que cortó par de ellas, una a cada toro de su lote.


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