Todos los seres vivos necesitan alimentarse para sobrevivir. Los humanos somos omnívoros que nos desarrollamos gracias al consumo de carne y vegetales. Los hombres de las cavernas cazaban animales para su alimento y vestido. Siglos después, Jesús resucitado, expuestas las heridas infligidas en la Cruz, comió un trozo de pescado con los apóstoles.
Los animales son pues, fuente de alimento. El toro no es la excepción: lo comemos también. Este es otro aspecto importante con respecto a la existencia de la tauromaquia. Si lo vemos de esta manera, la creación artística viene a complementarse con una utilidad alimentaria. Con la diferencia de que al toro se le mata en la plaza dentro de un marco artístico y con la oportunidad de salvar la vida, mientras que a las reses que son llevadas al rastro se les aniquila, ahí sí con crueldad, por detrás, traicioneramente, no de frente, como hace el estoqueador. Así lo comprobé hace algunos años en un matadero veracruzano.
Días atrás, el saltillense Catón escribió en Reforma una columna en la que coincide con nuestra percepción sobre el oportunismo político que envuelve la amenaza de terminar con los toros en el Distrito Federal y que llevó ayer a los taurinos, encabezados por Juan Castañeda, a externar su sentir afuera de la Asamblea Legislativa:
"Conforme al mandato bíblico o por el distinto grado de su evolución, el animal sirve al hombre, y no el hombre al animal. Así ha sucedido desde los albores de la humanidad, cuando el hombre domesticó algunos animales y los usó para su servicio (…) Comemos la carne de los animales, nos valemos de su piel o de su pelo; aprovechamos otras partes de su cuerpo (…) Lo más irónico de esta campaña contra la Fiesta Brava es que la promueven algunos que han propuesto la pena de muerte para el hombre, y ahora dicen combatir esa Fiesta para salvar la vida de los toros. ¿Podrá encontrarse una mayor inconsecuencia? Igual que sucedió en Cataluña y en otras partes, lo que está sucediendo en México no es cosa de humanidad o ecología: es cosa de política".
Otra opinión valiosa la vertió hace unos días Raschid Mohamed en La Razón de México. En su espacio, censura a quienes quieren desaparecer deliberadamente una industria generadora de medio millón de empleos directos e indirectos, y limitar los derechos y libertades de un importante sector de la población que está a favor de las corridas. Remarca: "Las corridas de toros no incitan a la violencia. Por el contrario, enseñan orden, respeto, valentía, coraje, belleza y disciplina. Las plazas de toros son verdaderos centros de arte y cultura”. Y remata con una sentencia: "Yo voy a llevar a mi hijo a la plaza de toros antes que al futbol. ¿Cuándo se ha visto en una plaza la incitación a la violencia que se ve en los estadios?".
Reaparece Napoleón
Gustó tanto la sentida actuación de José María Napoleón ante dos vacas bravas en la hacienda hidrocálida de Chichimeco, que fue invitado por Eloy Cavazos para participar en el festival que se realizará el domingo 17 de junio en la plaza "Alejandra" de Durango. Alternará con el propio Eloy, Manolo Arruza, Arturo Macías y Gerardo Vela hijo, con novillos por designarse. Este festival marcará la reaparición en público del querido y admirado "Napo" como torero.
Además de su destacada trayectoria como compositor y cantante, Napoleón es matador de toros de alternativa. ¡Que tenga mucha suerte!
Más toreros ingleses
Luego de que la semana pasada hablamos aquí de toreros ingleses, Xavier González Fisher se sumergió en el Támesis de los recuerdos y encontró más nombres de diestros nacidos en el país de la reina Isabel. Nos dice que Santiago Tapia Robson, nacido en Sunderland en 1896, fue discípulo de Frascuelo y llegó a ser "el primer matador anglo español en 1912", habiendo actuado en Sevilla, Huelva, Valencia y Madrid. La legendaria publicación semanal española "El Toreo" da fe de la actividad taurina de Tapia en su número del lunes 25 de mayo de 1914.
David Tuggle, editor de la publicación trimestral de la Asociación de Bibliófilos de Estados Unidos, enterado por Xavier del contenido de la columna que publicamos hace ocho días, le contó de otro torero británico. Se trata de John O’Hara, un militar destacado en Gibraltar "que tomó el toreo suficientemente en serio para que se le considerara como novillero. Cossío hasta le dedica un párrafo (en su monumental obra). Es uno de los dos o tres toreros mencionados por Joyce en su Ulises".