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Don Pedro Moreno, ¡Torero,! ¡Torero!

Sábado, 11 Abr 2020    Guadalajara, Jal.    Antonio Casanueva | Foto: Archivo   
Recuerdo a un gran taurino que llegó a torear con Joselillo
Mi profesor de ética, el doctor Ramón Ibarra, me decía que el objetivo de toda persona es esforzarse en ser tan hombre como le sea posible. Para explicarlo usaba una analogía taurina. Cuando un toro cumplió con lo que se esperaba de él, en el arrastre, el público le aplaude y grita "¡toro! ¡toro!", es decir, cumplió con el estándar para el que fue creado: fue tan toro como le fue posible.

El doctor Ibarra decía que él se esforzaba para que en su velorio le gritaran "¡Hombre! ¡Hombre!", señalando que fue una persona plena. En otras palabras, nada mejor para un humano que ser plenamente humano.

Sucede lo mismo con los toreros. Todo hombre que se pone delante de un toro aspira a ser Torero, así con mayúsculas. El público reconoce ese anhelo y, cuando su actuación es superior le grita: "¡Torero! ¡Torero!". No hay mayor gloria para quien se viste de luces que ser llamado "Torero". En palabras de Francis Wolff: "Lo mejor que puede ser un torero es simplemente serlo" ("Filosofía de la corridas de toros", Edicions Bellaterra, 2010, p.121).

Los matadores aspiran alcanzar el ethos del toreo, es decir, el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman la identidad de quienes se visten de luces. Pero este ethos es frágil porque para alcanzarlo el hombre tiene que poner su vida en juego y enfrentarse al toro que es imprevisible.

Conocí a don Pedro Moreno previo al inicio de una tienta en una ganadería en Zapopan, Jalisco. Le explicaba a los toreros lo que es el temple. Y lo hacía con todo el cuerpo. Exponía la posición de las manos en un lance. Movía la cintura y giraba el hombro contrario al cite. El temple –decía don Pedro– se da con el cuerpo, se torea con el hombro. 

Ya Santiago, su hijo, me había adelantado algunos de sus conceptos y que llevaba muchos años escribiendo un libro donde dejaría plasmada su tauromaquia. 

Me acerqué a don Pedro para aprender de toros. Después de explicar el temple, me habló de Manolete, de Lupe Sino y recordó anécdotas de cuando convivió con el Monstruo. Fue un deleite escucharlo y verlo, no sólo hablar de toros, sino su comportamiento durante la tienta. Era un hombre que vivía en torero.

Un día sonó el teléfono de mi oficina. Era don Pedro. Hablaba para felicitarme por un artículo que había escrito sobre el maestro Armillita Chico. En esa nota había citado una placa que se colocó en Valencia después de la faena al toro "Cortijano" de Miura en donde se decía que lo realizado por Fermín Espinosa era "la mejor faena que se ha hecho en España, se hizo en esta plaza, el día 25 de julio del año 1935".

"Yo tengo la crónica y el cartel original de esta tarde", me dijo don Pedro con gran emoción. Y me invitó a su casa para enseñarme los documentos y seguir hablando de toros. 

Tuvimos varias conversaciones similares. Le gustaba recordar a los grandes toreros y se quejaba que a los actuales les hacía falta personalidad y que muchos era únicamente "pega pases". Tampoco le gustaban los que son exclusivamente valientes y que basan su tauromaquia en quedarse muy quietos, "el tancredismo –me decía don Pedro, refiriéndose a la suerte de don Tancredo, personaje que, a principios del siglo XX, vestido de blanco se subía a un pedestal en medio del ruedo, como si fuera una estatua, evitando por su inmovilidad que el toro hiciera por él– no es torear".

La última vez que conversamos lo hicimos sobre José Laurentino López Rodríguez  "Joselillo", aquel novillero que causó sensación en las temporadas de 1945 y 1947. Don Pedro Moreno me dijo que fueron grandes amigos y que torearon juntos. Todavía se estremecía al recordar la cornada mortal que el 26 de septiembre de 1947 le pegó el novillo "Ovaciones" de la divisa de Santín. 

Hace unos días falleció don Pedro Moreno, un hombre apasionado, que expresaba su sentimiento con verdad y que vivió de acuerdo a los cánones del toreo y de la vida. Para expresarle mi admiración no queda más que decirle: ¡Torero! ¡Torero!


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