Banners
Banners
altoromexico.com
Banners

El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 13 Jun 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...con una cicatriz aún fresca surcando su cuerpo..."
La Feria de San Isidro se ha visto plagada de triunfos… y también de varias cornadas, algunas de gravedad, como las que han sufrido Manolo Escribano y Román, o la que le pegaron apenas ayer al reconocido banderillero Víctor Hugo Saugar "Pirri".

Y en medio del glamour de las tardes de clavel en la solapa, o en otras corridas de menos relumbrón, la muerte acecha escondida en los diamantes de los pitones de los toros, cuyo instinto de defensa es el ataque que se transforma en embestida.

Desde luego que a nadie le gusta ver cornadas; bueno, por lo menos eso se sobreentiende. Sin embargo, el hecho de que sí pueda haberlas, es un uno de los ingredientes de un espectáculo de alto riesgo en el que nunca se sabe qué va a suceder. Ahí radica parte de su gran atractivo.

De tal forma que la corrida de toros, en sí misma, el eterno transcurrir de la vida y sus avatares, y que deja al descubierto los valores que hacen del ser humano alguien valiente ante la fuerza bruta de la naturaleza, representada por el toro de lidia, en esta puesta en escena tan viva –y tan cruda– cuando los toreros caen heridos.

Pero su vocación es tan grande, tan sincera, que tienen bien asumida la posibilidad de no saber si volverán al hotel a apagar esa veladora que se quedó encendida junto a sus imágenes religiosas, o si pasarán la noche en la fría cama de un hospital, con una cicatriz aún fresca surcando su cuerpo.

Y a veces, de tanto ver toros todo el año, se nos olvida que en cada corrida subyace el peligro de ser testigos de momentos terribles, que nos obligan a recordar la grandeza de un ritual sin artificios, ahí donde la realidad no es otra que un toro con dos pitones como dos puñales, que sale del toril dispuesto a matar.

La sangre derramada por los toreros en la presente Feria de San Isidro debe servir para recordar el respeto que todo el público –llámense aficionados o espectadores ocasionales– deberían mostrar hacia todos los toreros, independientemente de su condición de figuras o aprendices.

Pero no siempre es así, por desgracia, y la carencia de sensibilidad genera agresiones verbales inadmisibles, aquellas que son hirientes y ofensivas. Y aunque se pague un boleto para entrar a la plaza, eso no le da derecho a una persona a increpar, de forma grosera, o hasta despiadada, a ninguno de los lidiadores.

El respeto, ante todo, es lo que se debe imponer dentro de una plaza de toros. El respeto a la muerte que ronda, y también a la vida de un hombre, ya que en medio de ambas se teje un hilo muy fino que en cualquier momento se puede llegar a romper.


Comparte la noticia


Banners
Banners