Banners
Banners
altoromexico.com
Banners

Historias: Suerte de varas de Iriarte y Posada

Miércoles, 02 Ene 2019    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo FC   
...El propósito del que había que dejar testimonio era...
Entre la pintura de Hesiquio Iriarte (que data de 1896) y el grabado de José Guadalupe Posada (fechado en 1890), existen enormes semejanzas, pero también marcadas diferencias sobre un mismo hecho: la suerte de varas, ese pasaje del primer tercio de la lidia que reviste tanta importancia.

Por un lado, tenemos la obra del pintor mexicano quien ya había comenzado a publicar apuntes desde 1851, lo cual indica que para 1896 ya es un personaje bastante mayor, aunque todavía con la firmeza del trazo en su haber. En el caso de Posada, tenemos a un artista con alrededor de cuarenta años, en plena producción que ya para ese entonces, está plenamente definida.

En uno y otro caso, ambos se inspiran en la suerte de varas que se practicaba al finalizar el siglo XIX, lo cual es indicativo en el hecho de que no se usara todavía el peto protector, mismo que vino a usarse en México hasta el 12 de octubre de 1930. Era también una época donde para, una “mayor” protección, los varilargueros adozaban a las cabalgaduras de unos trozos de cuero que, despectiva o peyorativamente el pueblo llamó "baberos". 

No era, ni por casualidad la elegante anquera, pieza que era de uso común, y que tenía por objeto no solo el adorno, pues la había muy bien labradas. Se trata de una especie de "enagüilla de cuero grueso que cubre el anca del caballo y va ribeteada alrededor de su parte baja con zarcillos o brincos, hermosamente calados, de los cuales cuelgan algunos adornos lamados "higas y cascajos" a los que la gente de campo llama "ruidosos". Este aditamento sirve para amansar al potro y asentarle el paso y es muy útil para ayudar a su educación, además de que lo defiende de las cornadas de los toros".

Pues bien, al observar una y otra estampa, encontramos que el propósito del que había que dejar testimonio era la para entonces muy importante suerte que los de a caballo realizaban en medio de constantes sobresaltos, pues de no haber sido hábiles vaqueros, como muchos los fueron, aquello habría tenido tonos bastante desagradables. Se dice, por ejemplo, que hubo piquero el cual conservó su cabalgadura en más de una tarde, y esto supone el buen desempeño a la hora del encuentro, pues con ello no se producían las estampas de tumbos y ataques arteros que tendrían los toros sobre los jacos en la arena.

Uno de los más hábiles picadores de aquella época fue Vicente Oropeza, considerado luego, entre el círculo de sus amistades, como "el mejor charro del mundo", lo cual no es poca cosa. Fue integrante de la cuadrilla de Bernardo Gaviño, y posteriormente en la que integró Ponciano Díaz, para luego separarse de la misma, casi al finalizar el siglo XIX, cuando pasó a formar parte de la "troupé" de Búfalo Bill, con quien recorrió buena parte del territorio norteamericano.

Seguramente, y por las características que de él tenemos, justo quien se convierte en el protagonista de las imágenes es el propio piquero, de origen poblano (1858-1923) Vicente Oropeza. También por aquellas épocas, circulaba un buen e integrado grupo de picadores, como es el caso de Celso González, Alberto Monroy, Arcadio Reyes "El Zarco", Salomé Reyes, Domingo Mota, José María Mota "El hombre que ríe" y muchos más, cargados de leyendas y aventuras.

Sin embargo, y como la ocasión me obliga, hay que regresar a las ilustraciones para detallarlas un poco más.

Entre lo que puede apreciarse es que en ambos casos, la suerte de varas se practicó de acuerdo a los usos y costumbres, con lo que estos personajes fueron certeros haciendo mojar el chuzo. Sin embargo, en el caso de la obra de Iriarte se observa que el toro entró a la jurisdicción sin humillar. Más bien con la cabeza arriba, poniendo en riesgo al montado, quien por eso pierde el sombrero jarano (no el castoreño, que ningún picador mexicano lo llevó por entonces), y con todo Oropeza logra detenerlo y controlarlo, pues así es de imaginar por la solemne tranquilidad que presenta el peón de brega que se encuentra a la izquierda. Poco más atrás, y si la ocasión ameritaba, se encuentran dos picadores reservas listos para entrar en acción.

Así que Vicente, quien viste una chaquetilla charra, nos deja admirar la forma en que consiguió dar esa buena vara, controlando con la mano izquierda las riendas del caballo evitando con ello el tumbo inminente.

Del grabado de Posada, también apreciamos que destaca la figura del poblano, quizá en el mínimo detalle del bigote con el que se hacía lucir nuestro personaje, así como por la vestimenta, un híbrido de las prendas que vinieron a imponer los españoles, pero que no lograron convencer a los nuestros quienes de una u otra forma, intentaron seguir saliendo al ruedo con elementos decorativos como el sombrero jarano, ese de ala ancha, que también se conocía como de "piloncillo". 

Ahí si podemos observar que el toro, aparentemente berrendo en negro de pinta (y que entonces se le conocía en el argot campirano como pinto prieto) entró a la cabalgadura humillando, hasta el punto de que el picador, afianzado en la silla de montar, pero sobre todo en el manejo también muy hábil de las riendas, consiguió consumar la suerte en forma apropiada, mientras el peón sólo hace las veces de pieza decorativa, sin presentar el capote.

Con la intensidad del colorido, y lo austero en el solo grabado, los artistas Iriarte y Posada nos permiten entender, a la luz de sus obras, el significado de una suerte hoy día tan cuestionada, pero que debe recuperar su grandeza partiendo del solo hecho de realizarla "como Dios manda", sin tapar la salida, sin estiras ni aflojas o bombeos, y sin el deliberado propósito de echar a perder elementos valiosos para la faena de muleta.

Las opiniones al respecto son encontradas. Sin embargo, es preciso poner al día ciertos fundamentos de la lidia, y estos en alianza directa con el reglamento taurino vigente, para que entonces se entienda de mejor manera el propósito que persigue. Es preciso poner en práctica concursos, como los que suelen celebrarse en ruedos franceses, y donde quienes brillan por su espectacular protagonismo son precisamente los picadores, hulanos o varilargueros, realizando la suerte de conformidad con lo establecido por la costumbre y no por otra cosa que sea esta.

Al perder valor, e ignorar el público asistente sobre esa circunstancia, la primera respuesta que se tiene nada más aparecer en escena durante la lidia, es la hostilidad, el desprecio y una oportunidad menos de apreciar en toda su dimensión, la razonable utilidad que tiene o tendría dicha suerte de practicarla como lo demanda la afición.

Desde Juan Corona, esto a mediados del siglo XIX, y que se hizo célebre por usar una vara de otate, hasta las celebridades de nuestros días, y que lo son y deben seguir siendo esos personajes que en lo histórico y simbólico perdieron protagonismo, sobre todo cuando el reinado de Felipe V avanzaba en medio de una forjada ilustración que se negó a aceptar costumbres de este tipo en España. Aun así, y al pasar a otra escala en el desarrollo de la lidia, su intervención sigue siendo obligada (con lo que se evitaría que se convierta, como ya lo es, lamentablemente, en solo un elemento decorativo).

Creo que en una necesaria y urgente puesta al día del reglamento taurino, circunstancias como las que rodean al segundo tercio de la lidia, deben ser sometidas no necesariamente a cambios, sino a la sana petición de que se recobre y dignifique la suerte de varas y que no sea causante también de esos juicios infamantes que provienen de sectores contrarios o que se oponen al desarrollo del espectáculo taurino que ya tanta carga de desprecio y devaluación han causado sin tenerla ni deberla, pues son otros –justo muchos de sus protagonistas–, quienes siguen empeñados en hacer de esto un remedo.

La fiesta de nuestros días, en este ya muy avanzado siglo XXI, debe seguir siendo un ejemplo de conservación, sobre todo porque se trata de una representación que acumula simbolismos muy especiales y que, por omisión o desaire, pierde tan importantes valores.
Estamos obligados a enaltecerla.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


Comparte la noticia


Banners
Banners