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Juan José Arreola: El torero católico

Viernes, 31 Ago 2018    Morelia, Mich    Quetzal Rodríguez | Foto: El Universal   
...Quisimos ser toreros principalmente, debo confesarlo...
Con Juan José Arreola nos encontramos ante un territorio donde el lenguaje transita entre la veracidad y la contundencia, pero siempre con un toque de fantasía. Donde el humor nos envuelve con sus atmósferas evocativas, mediante novedosos atributos que en varias de sus obras conforman su trama narrativa y su dimensión estética hurga en eso que lo conocedores habrían de llamar realismo mágico.

Un aficionado a la tauromaquia que nació  en Zapotlán el Grande Jalisco, un lugar que según sus palabras era un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento. A la par de un creyente fervoroso que en algún momento de su vida así lo expresó: "Soy católico y aficionado a los toros. Hace cincuenta años que no voy a misa ni voy a una corrida, pero sigo siendo hasta el fondo católico y torero (…) durante una etapa importante de mi vida la cruz del estoque fue la cruz de mi parroquia".

En su paradigmático texto "La Feria" (1963) establece un diálogo con la tradición literaria, a la vez que absorbe múltiples elementos como la sátira, la ironía y la risa, donde los discursos imitan una forma de habla mexicana y los acontecimientos hacen referencia al pueblo natal del autor. Una feria de discursos donde se encuentran los niveles culto y popular con sus combinaciones y diferencias generacionales.

En la parte central del texto, lo religioso cobra un carácter apocalíptico, donde ocurre el instante del temblor y la confesión colectiva, eso religioso que no deja de ser un guiño en la vida mismo de Arreola cuando menciona: "Perdónenme todos ustedes, pero nunca sentí yo tanto la afinidad de vida o muerte, de pérdida o salvación, como en una plaza de toros (…) Que conste, cuando después de una larguísima agonía murió Gitanillo de Triana, mi hermana Elena y yo rezamos todo un novenario".

Para Juan José Arreola lo religioso implica todo un leiv-motiv, tanto en su vida como en su obra, pues según el literato su infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera. Y en este tenor detalló: "Ya en materia de toros y religión, nadie puede valer más de lo que vale ante el toro de la Verdad, ya sea ante el altar o la mitad del ruedo, ya que el sacerdote y el matador se juegan la vida por nosotros".

En aquella infancia con escasos doce años entró como aprendiz al taller de José María Silva, un maestro encuadernador y luego a la imprenta del Chepo Gutiérrez de allí –confesaría Arreola– nació su gran amor a los libros en cuanto objetos manuales, y confesó que en esa mocedad leyó a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de su estilo literario: Papini y Marcel Schowb.

En ese infantil universo del pequeño Juan José escuchaba las canciones y los dichos populares, donde de repente asalta el recuerdo: "Hacia 1922 llega Juan Silveti a Zapotlán circundado por una fama de gran torero bebedor y matón (…) Un ruedo central bordeado por su callejón redondo, salida de escape mediante el artificio de las barreras: una especie de interludio entre la vida y la muerte Fíjense muchachos –reclamaba mi papá– Juan Silveti va a torear un toro que lo puede matar".

Por otra parte, Arreola poseía un natural "genio verbal"  donde su conversación era una verdadera fiesta del espíritu y un monumento a la literatura, pero sobrepujaba ampliamente en su dramatización de las palabras, en el lado teatral que hay en todo discurso. Parte del misterio de Arreola fue que leyendo en voz alta era tan asombroso como hablando. El texto más fofo, desarrapado y predecible se ennoblecía en voz de Arreola, siendo todo un virtuoso en el arte de la fonética matizada.

El recuerdo remoto de Juan Silveti para la vida del niño Juan José, significó un hecho por demás relevante ya que: "Desde entonces, Rafael (su primo) y yo quisimos ser toreros principalmente, debo confesarlo, porque ese día antes de acostarnos jugamos al toro y le pedimos a nuestras hermanas mayores que nos hicieran trajes de luces".

En el arte escénico, hizo su debut teatral en la puesta "Corona de Sombra", en 1947 y como dramaturgo con su obra "La hora de todos", obtuvo el primer premio del festival dramático del INBA en 1955. Asimismo, cómo no mencionar sus cuentos magistrales "El Guardagujas" o "El prodigioso miligramo". Claro y apuntar también su taurino pasaje "La maligna travesura", porque como el mismo Arreola cuestiona: ¿cómo podría yo, alimentado desde niño por la sopa de letras no envolver el prestigio de los toros en un aura poética?.

Bibliografía:

Arreola, Juan José. "Confabulario", Colección Narrativa Mexicana Actual, Planeta-CONACULTA, 1999.

Murrieta, Heriberto. Juan José Arreola. "A mí mismo me toreo",  en Tauromaquia Mexicana, Universidad Nacional Autónoma de México, 2004.

Ceballos, Edgar. "Diccionario enciclopédico básico de teatro mexicano", Colección Escenología, México 1996.


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