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Desde el barrio: Embisten, y mucho

Martes, 17 Abr 2018    Sevilla, España    Paco Aguado | Opinión   
...esa forma de descolgar el cuello para seguir la muleta con...
Y bien. Algunos rayando casi la perfección en clase, entrega y profundidad. Porque la realidad es que los mejores ganaderos españoles de nuestros días han conseguido, tras la obligada y necesaria criba que impuso la crisis tras la masificación de los tiempos del "ladrillo", un altísimo número de toros con un nivel de bravura quizá predecible pero realmente asombroso.

La lidia ayer mismo, para no ir más lejos, de "Orgullito", de Garcigrande, –y no nos olvidemos de su hermano "Chumbo", también del lote de El Juli– es un ejemplo paradigmático y clamoroso de ello, de lo que la genética, la buena selección y el buen manejo han llegado a conseguir del toro bravo.

Nunca en la historia del toreo se había visto embestir a los toros –a los buenos, claro– con la profundidad y la entrega que han tenido docenas y docenas de ellos en los dos últimos lustros. Busquen, repasen, analicen videos, películas, fotografías y reseñas de todos los tiempos, que no encontrarán nada similar.

Como tiene muy bien estudiado el científico Fernando Gil Cabrera, la selección de los ganaderos de bravo ha conseguido al paso del tiempo estas auténticas máquinas de embestir, como ese "Orgullito", que ni fue bonancible, ni fue tonto, ni sumiso, ni servicial, ni ninguno de esos calificativos despectivos que le aplicaron los que ni se enteran ni se quieren enterar de las evidencias, sobre todo si van marcadas con el hierro de una ganadería de las que llaman "comerciales".

Pero Garcigrande, con todos los defectos y virtudes de una producción masiva, es, sobre todas las cosas, una ganadería brava, capaz de lidiar animales que como "Orgullito" –y como "Chumbo"– llevan el concepto de embestida hasta las cotas de lo sublime. Porque solo así cabe definir esa forma de descolgar el cuello para seguir la muleta con absoluta entrega, y con más fuerza, cojones, profundidad y temple cuanto más le exige el señuelo.

Es cierto que este año, en lo que llevamos de temporada española, muchas corridas han salido demasiado apagadas y afligidas, y que han provocado cierto sentimiento de preocupante decepción en el aficionado. Pero no hay de qué. Tan urbanitas como somos todos ahora, también el aficionado a los toros, solemos olvidar que el toro, animal rústico y criado al aire libre, está sometido a las leyes implacables de la naturaleza.

Y, por mucho que se le cuide y se le sobrealimente, los dos meses que el temporal de lluvias de este invierno prolongado les ha hecho pasar bajo el agua y sobre el barro han consumido muchas de sus calorías, de esas energías y ese brío que a muchos les han faltado en la plaza.

Claro que, aunque lo ignore tanto neoaficionado, nada de esto es nuevo bajo el sol del toreo, pues de toda la vida se supo que el toro de marzo y de los primeros días de la primavera, recién salido del invierno –en Salamanca no lidiaban hasta mayo o junio por tal motivo– era siempre más endeble que el más vivo y fiero toro de hierba de la primavera, mientras que el del verano, el del pienso del campo agostado, era fuerte pero templado.

Aun así, algunos de esos buenos y más capacitados ganaderos también han logrado vencer estos imponderables a base de  esfuerzo y de un inteligente trabajo a la hora del manejo y de la sanidad, como pasó con la bien criada, cuidada y vitaminada corrida con que debutó en la Maestranza la divisa de La Palmosilla, que dejó con tres palmos de narices a quienes esperaban morbosamente ver rodar a sus ejemplares por la arena.

Contra pronóstico de agoreros, los toros de Javier Núñez tuvieron un claro fondo de bravura y raza que salió a flote a pesar de los desaciertos de la terna. Así que el hecho de que fallaran después los encierros de Matilla y de Victorino Martín, en el que fue uno de los pocos pero más grandes fracasos de la ganadería cacereña, no es óbice para decir que, hasta el momento, no hayan embestido los toros en Sevilla, pues han sido ya unos cuantos –de Las Ramblas, de La Palmosilla, de Garcigrande, de Fermín Bohórquez en los rejones…– los toros más que propicios para que a estas alturas estuviéramos hablando de un  puñado de faenas para el recuerdo.

La cuestión más preocupante estriba es que, frente al gran trabajo de los ganaderos –algunos buenos ganaderos– para criar el toro de mejores embestidas de la historia y en número tan abundante y regular, la evolución del toreo, en cambio, no parece ir en paralelo y en la misma progresión, por no hablar de una clara regresión hacia lo defensivo y lo especulativo.

Porque ese toro casi perfecto, para ver correspondida su entrega, pide, exige y necesita que se le aplique un toreo de tan pura entrega, de tan firme mando, de tan sutil precisión y de tanta calidad que, visto lo visto y a fuer de no engañarnos a nosotros mismos, no está al alcance de la inmensa mayoría de los toreros del escalafón actual. Por mucho que, precisamente para confirmarlo tarde tras tarde, a muchos de ellos los veamos anunciados tarde tras tarde en las principales ferias. 


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