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El crepúsculo de los dioses

Viernes, 02 Feb 2018    Morelia, Mich.    Quetzalcóatl Rodríguez | CC Tres Marías   
Una de las obras taurinas del escritor y dramaturgo Rafael Solana
El dramaturgo, narrador y ensayista Rafael Solana, además de novelista y poeta, que de forma permanente incluyó a la tauromaquia dentro de las demás artes, tenía estudios de leyes y filosofía y letras, y arrancó su carrera periodística en 1929 escribiendo crónicas taurinas en el diario El Universal. Fue asiduo colaborador de la revista Siempre, en cuyas páginas, con voz enérgica, daba rienda suelta a sus convicciones.

Bajo el pseudónimo de José Cándido, publicó el libro de tema taurino "El crepúsculo de los dioses", llamado así en honor al conjunto de óperas pertenecientes al ciclo del "Nibelungenring" de Richard Warner. Este texto parte y toma de la memoria del autor ciertas pinceladas, a manera de paisajes, de las principales figuras del toreo mexicano de la primera mitad del siglo XX, entonces aparecen uno a uno Rodolfo Gaona, Luis Freg, Juan Silveti, Juan Espinosa "Armillita", Pepe Ortiz, Fermín Espinosa "Armillita Chico", Heriberto García, Alberto Balderas, Carmelo Pérez, Jesús Solórzano, José González "Carnicerito" y Lorenzo Garza.

El investigador teatral Edgar Ceballos notifica que Solana fue un prolífico dramaturgo e hizo su debut como autor en "Las islas de oro", dirigida por Luis G. Basurto, su cultura escénica y literaria aparece en su "Crepúsculo" en forma de metáforas y símiles para dar ejemplo de aquellos toreros fuente de exaltación y partidismo de los aficionados de antaño, que supieron hacer del "Gaonismo", "Orticismo", "Garcismo", etc… unas verdaderas religiones taurinas con sus dogmas, sus ritos, con sus intransigencias e intolerancias, donde todos como soles brillaron y, a hasta el fin, alcanzaron el ocaso ya sea por el olvido o por la muerte.

Su novela "El sol de octubre" matiza los diversos caracteres de una metrópoli tan compleja y tan vasta como la Ciudad de México y que para el investigador Mario Saavedra conforma, junto con "La región más transparente", de Carlos Fuentes, y "Casi el paraíso", de Luis Spota, la gran tríada de la narrativa citadina mexicana. Una ciudad que vio con desconsuelo la retirada de Gaona, conformándose con su aire señorial que engalanaba las calles, un Indio taimado con aires de gran conquistador en tierras extrajeras y que, en su última tarde torera, dice Solana: "brindó a todos el último toro de su vida, de regalo, y se hundió en un crepúsculo voluntario, salpicando de destellos brillantísimos la memoria de todo un pueblo, como un anchuroso y llameante sol que se anegara en un estanque".

Como ensayista, no desistió jamás en su oficio por ejercer la crítica certera y verdaderamente aleccionadora, cronista por herencia familiar, como él mismo lo notificó al periodista cultural Marco Aurelio Carballo cuando le menciona: "Escogí la crónica porque era lo que hacía mi padre (…) Me obligó a dejarlas don Jaime Torres Bodet cuando me nombró secretario particular, porque los enemigos que me echara con los artículos serían también de él".

Enemigos que sin duda pudo ganar fácilmente con los admiradores de Chucho Solórzano que, ante su mirada, no pasó de ser un inventó periodístico de Carlos Quiroz "Monosabio" y que, a su parecer: "únicamente con su pluma como arma poderosísima, inventar una figura del toreo donde no había sino un segundón, conquistarle popularidad y gloria a quien jamás había interesado a los públicos (…) se formó una camarilla íntima de amigos, compañeros de bar, parientes ricos y dandis provincianos".

Solana fue sonetista de enormes vuelos e hizo de esa estructura poética una de sus etapas más vivas, precisamente cuando fundó junto con Octavio Paz y Efraín Huerta la revista Taller, que en palabras de Alicia Correa Pérez: "Los de Taller heredaron la modernidad de los simbolistas, la inspiración de la poesía surrealista, el sentido totalizante en la poesía de los Contemporáneos (…) en esa época en que triunfaban el nacionalismo y el realismo socialista".

Nacionalismo que Solana veía encarnado en la figura de Juan Silveti y pronto lo advierte al lector diciendo: "El Meco de Guanajuato (…) resultaba para las gentes de aquellos días la representación viva del mexicanismo (…) y por eso a él se acogieron los asoleados, los parias, que veían en él realizados sus propios sueños, que le sentían carne de su carne y sangre de su sangre, uno de los suyos, verdaderamente, que no renegaba, y que no cambiaba la guayabera bordada por el chaquetón campero como los otros".

En "El crepúsculo de los dioses", el intelectual mexicano pone a manos del lector doce grandes figuras que brillaron en el cielo taurino mexicano, con un público que supo hacer gloria y mito de sus ídolos y que, tarde que temprano, a favor o en contra, son referencia ineludible de la llamada "Escuela Mexicana del Toreo", un paraíso donde sólo habitan los elegidos que llegan a su ocaso precisamente en el cielo de esta obra.

Bibliografía:

Carballo, Marco Aurelio. "Rafael Solana" en De Quijotes y Dulcineas, Colección Periodismo Cultural, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2011.

Ceballos, Edgar. Diccionario enciclopédico básico de teatro mexicano, Siglo XX, Colección Escenología, México, 1996.

Correa Pérez, Alicia. La generación del taller su revista y sus exiliados, en Decires Revista Electrónica, Vol. 2, UNAM, 1999.

Saavedra, Mario. "Rafael Solana: Escribir o morir", Universidad Veracruzana, 2007.

Solana, Rafael "José Cándido". "El crepúsculo de los dioses", Ediciones Multitudes, Ciudad de México, 1943.  del Taller, la presencia de Federico García Lorca en la revista y en Octavio Pl. 2, No. 2, México, Centro de Enseñanza para Extranjeros UNAM.


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