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Desde el barrio: De Armillita a Belmonte

Martes, 07 Nov 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
"...ritmo pausado solo al alcance de unos elegidos..."

Este maldito 2017 no deja de llevarse buenos toreros ni en sus últimos arreones. Después de Chucho Solórzano, de Palomo, de Manolo Cortés, de Dámaso, de Fandiño… ayer le tocó a Miguel, a ese gran Armillita al que apodaron Chico por turno dinástico, que no por su dimensión artística.

A él fue quien, junto a David Silveti, correspondió sostener, durante los grises años taurinos del final de siglo mexicano, el testigo del concepto más racial del toreo de su tierra, el de ese ritmo pausado solo al alcance de unos elegidos cuyas muñecas laten al compás de los sentimientos de toda una nación. 

Aunque "españolizado" en las formas por sus inicios a este lado del Atlántico, Miguel Armilla tenía ese temple lánguido inconfundible de los grandes toreros de México y que le sirvió también, aunque fuera en un festival, para poner boca abajo la mismísima plaza de Las Ventas una tarde de mediados de los noventas.

Y ahora que él se ha ido, también demasiado pronto, vuelve a salir a la luz, inevitablemente, la historia de una dinastía que ha avivado la llama del toreo azteca durante tres generaciones, desde que Zenaido y Fermín Espinosa, los pioneros de la familia, se vinieron a España para llenar la época de la más gloriosa y rabiosa competencia entre toreros de ambas orillas.

En aquel tiempo prebélico, Armillita era, acá y allá, la primera figura. Y en concreto en 1934, una de sus grandes temporadas en la península ibérica, cuando aquel al que por algo llamaron el “Joselito mexicano” figuraba como líder indiscutible no sólo del escalafón –junto a Domingo Ortega y Manolo Bienvenida- sino también de la gran generación de paisanos que les robaban las palmas a los españoles en su propia casa.

Justo esa temporada de 1934 reapareció, entre otras viejas glorias, el mítico Pasmo de Triana. Y para la ocasión, se sospecha que como un encargo publicitario que le diera más realce a ese regreso, el magistral periodista Manuel Chaves Nogales escribió el que, todos coinciden, puede calificarse como el mejor texto de toros de la historia: "Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas".

Hace unos días se celebraron en Sevilla, organizadas por la Fundación Cajasol, unas jornadas dedicadas a reivindicar la figura de ese gran notario de su tiempo que fue el célebre escritor sevillano, pionero del que luego los yanquis bautizaron como “nuevo periodismo” y que reflejó con claridad, fidelidad, pasión y brillantez la tensión de la Europa de entreguerras y los momentos más convulsos de la contienda española.

En una de esas dos recientes mesas redondas sobre Chaves se habló precisamente de la novela belmontina, con la presencia en el estrado de Morante de la Puebla y del cineasta Agustín Díaz Yanes, que le dedicaron al texto y al autor los más merecidos elogios, en tanto que, como señalaron, su publicación sirvió para trascender el hecho taurino más allá de sus estrechas fronteras.

Con todo, puede que al moderador de la mesa, el periodista Jesús Vigorra, le faltaran datos para ir más allá de las evidencias y de los tópicos acumulados en torno a una obra cuyos orígenes y circunstancias ya describió perfectamente el compañero Juan Carlos Gil en un reciente estudio sobre Chaves. 

Y es que la famosa “novela” no se publicó en 1935, sino que fue entonces cuando se editó como libro una vez que el año anterior fuera apareciendo por entregas semanales en la revista “Estampa”, donde Chaves Nogales colaboraba junto con González Ruano o Josefina Carabias, entre otros excelsos periodistas.

“Estampa”, un semanario de tono popular y amable, revolucionó el periodismo gráfico en España, contando con trabajos de los mejores fotógrafos -Calvache, Santos Yubero, Gonshani, Campúa, Alfonso…- e ilustradores, entre los que se encontraba, además de Penagos o K-Hito, el también sevillano Andrés Martínez de León.

Fue este último -otro grande que fue represaliado por el franquismo- quien se encargó de acompañar con una colección de sus magníficos dibujos las distintas entregas en la revista del famoso texto de sobre Belmonte, que alcanzó tanto éxito como para ser publicado más tarde como el libro que todos hemos conocido.

Tras la muerte de Chaves Nogales en su exilio londinense, un oscuro manto de silencio cubrió su trabajo durante décadas por motivos políticos, hasta que en 1970 su compañera Josefina Carabias alentó a Alianza Editorial a reeditar el “Belmonte” en su colección de libros de bolsillo, en tanto que por su contenido taurino no tendría problemas con la censura franquista.

Fue gracias a esa gran decisión como los aficionados a los toros ya conocimos la genialidad de Chaves Nogales muchas décadas antes de que, en pleno siglo XXI, se le haya comenzado a reivindicar en otros ámbitos como uno de los más brillantes periodistas en lengua española y se hayan vuelto a editar el resto de sus obras.

Y no sólo eso, sino que la memoria de Belmonte, que estaba un tanto relegada desde su suicidio, volvió a agigantarse entre los aficionados gracias al soberbio estilo narrativo de quien escribió sobre él una de las mejores biografías noveladas del siglo XX. Bien podemos afirmar que su reedición devolvió al genio trianero su condición de mito con efecto retardado. E incluso por encima, injusta pero inevitablemente, de su rival y amparador Joselito El Gallo, que, sin escribas tan brillantes que le reivindicaran, fue el verdadero creador de la tauromaquia moderna.

Esa es la verdadera historia de una obra que, de ser un encargo periodístico, y cargado de licencias literarias, para envolver la reaparición de Belmonte, ha acabado convertida, por la grandeza de su autor, en un texto histórico más allá de sus intenciones.


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