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Desde el barrio: Medios muletazos, medias faenas

Martes, 03 Oct 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...¿Cuántos muletazos completos habéis visto pegar este año?...
Hace unos días, en una de esas típicas tardes madrileñas en las que, con poca gente en los tendidos y poco brillo en el ruedo, la piedra de Las Ventas se convierte en improvisado lugar de tertulia, un banderillero madrileño, tan buen profesional como aficionado, hacía con sincera preocupación a quienes le rodeaban una pregunta que se antoja definitiva para tasar la calidad de la tauromaquia actual.

¿Cuántos muletazos completos habéis visto pegar este año?, nos soltó de repente, a bocajarro, condensando así, en una única y concreta idea, las críticas y las quejas que, durante unos minutos cada uno llevaba aportando a una reunión donde no había añoranzas sino constataciones de la realidad.

Y la verdad es que hemos visto pocos, demasiado pocos. Y, curiosamente, siempre ejecutados por los mismos y también escasos toreros que aún se resisten a dejarse llevar por la corriente de esa “técnica” especulativa que enmascara, con una falsa ligazón de movimiento continuo, la falta de intensidad y sinceridad en el trazo y el remate de los pases.

A simple vista, y más desde que varias figuras han envuelto el artificio con el papel de regalo de la “maestría” y  de la “capacidad lidiadora”, el deshonesto alivio de los medios pases empalmados no resulta fácil de distinguir siquiera por un aficionado que desde hace un par de lustros se ha desacostumbrado  a disfrutar de muletazos completos y ligados en toda su dimensión.

Pero no por eso la dinámica del ya manido recurso deja de ser claramente identificable: desde la posición cruzada de un primer cite que vende una aparente “pureza”, se provoca un primer muletazo que, sin mando concreto, solo busca desplazar al animal lo suficiente como para dejar al torero en sesgado con la embestida y en disposición para acompañar sin apuros la inercia de la segunda arrancada.

Claro que cada una de las embestidas que seguirán a continuación, en caso de que el toro las repita, ya no vendrán “enganchadas” en los vuelos de la tela, sino tras una muleta plana que, como una pantalla, tapará toda la vista del animal. Y aun así, sólo lo hará hasta el punto justo del recorrido en el que, con un breve y discreto giro de su figura, mucho antes del que sería obligatorio pero aquí inexistente remate del pase, el habilidoso diestro logrará mantenerse a la altura de la pala del pitón. Se trata, por tanto, de un toreo por las afueras, ejecutado desde la centrífuga línea de confort del matador y que, precisamente por no rematar los pases, por no apurar la embestida en toda su extensión, le ayuda a seguir "escondido" mientras empalma nuevos medios muletazos o, al menos, no completos.

La cuestión es que lo que podría ser considerado un lícito recurso en casos puntuales de toros descastados, con medias embestidas o de poco celo para ahorrarles esfuerzos o mantenerlos fijos en la tela,  como descubrieron sus primeros usuarios, lamentablemente ha ido convirtiéndose, por puro mimetismo, en una norma generalizada de concepto y actuación de una mayoritaria parte del escalafón, desde arriba hasta abajo, sin que nadie haya señalado con suficiente rigor el alivio y la aberración que supone.

La versión más evidente y deleznable es la de aquellos diestros que, sin rubor ni reparo alguno, se sitúan directamente en la oreja o, por qué no, en la misma tabla del cuello del toro para desarrollarla, como ejes ocultos de una noria en la que el animal no ve ante sus ojos más que una tela roja que no le exige mayor esfuerzo que el de caminar tras ella en el breve y elevado trayecto de los pases amontonados.

Es a este tipo de toreros a los que, ya era hora, se les está empezando a recriminar su actitud ventajista. En cambio, también se dan variaciones de estas mismas pautas que, por el hecho de que la muleta se presente muy por abajo (otra forma engañosa de tapar la vista del toro en los cites), incluso son calificadas asombrosa y elogiosamente por los incautos como "toreo poderoso".

Tal confusión de conceptos habla por sí sola de la pérdida de referentes de la crítica y la afición actuales, en tanto que ese aparente “poder” de la muleta “rastrera” que les tapa la cara no es más que una forma poco lícita -sin darles respiro, capacidad de elección ni una mínima ventaja- de apabullar la voluntad de los toros con capacidad de embestir con entrega y profundidad,  impidiendo que sus arrancadas fluyan y se deslicen como conseguiría el sutil, pero más arriesgado, mando de los vuelos.

Parece así que, a base de tragarnos subterfugios, se nos ha olvidado ya que ese preciso y último tramo del muletazo, el que elimina descaradamente este sucedáneo de toreo, es el que mide realmente tanto la mejor bravura como el verdadero valor. Porque sólo los toros de brava codicia y los toreros de sólido valor acaban rematando largos y por abajo sus embroques, el dilatado encuentro que se soluciona con un leve giro de la muñeca bajo la pala del pitón y que deja al animal situado en rectitud para iniciar una nueva arrancada, con la opción y el aire suficientes como para elegir entre el hombre y el trapo.

Sólo cuando los pitones pasan gobernados más allá de la segunda columna de seda y oro el toreo alcanza su mayor intensidad,  su auténtica dimensión de mérito y pureza. Es ahí donde está la más profunda emoción del toreo profundo, la emoción que no existe en la bullanguera noria de los medios pases empalmados, amontonados para crear medias faenas intrascendentes premiadas a medias ante toros que ofrecen triunfos rotundos.

Claro que todo esto, por aquello de que en las plazas de toros siempre se reflejó la sociedad de cada época, quizá no deje de tener una absoluta coherencia con las medias verdades con que dirigen el mundo y nuestras propias vidas los comerciantes de la posverdad.


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