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Tauromaquia: Doble realidad actual

Lunes, 03 Abr 2017    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
"...Y sin embargo, ahora la cosa tuvo su miga..."

Cuando Manuel Benítez "El Cordobés", en el clímax de su popularidad arrolladora,  emprendió aquellas locas giras por la república que lo mismo lo llevaban a los cosos señeros del país que a poblaciones donde apenas se daban toros, pero hasta las cuales su extendida fama era también capaz de convocar multitudes, se anunció en Uruapan este cartel singular, que por cierto clausuraba la segunda de tales giras, inmediata a la primera: dos toros de Rodrigo Tapia para Benítez –a lidiarse en 2o. y 5o. lugares– y los cuatro restantes para sendos veteranos que ya casi no toreaban y se beneficiarían con volver a vestirse de luces a cambio de unos pesos, pues con o sin su concurso las entradas iban a agotarse a instancias de la fiebre cordobesista.

Efectivamente, los más que curtidos Juan Estrada, Jorge Medina, Paco Rodríguez y Gabriel Soto estuvieron lo bastante aseados aquella tarde del 25 de febrero de 1964 como para no incomodar a los presentes, incluida la estrella del cartel, que naturalmente respondió a las expectativas, despachó dos menguadas reses sin más sobresaltos que los despertados por sus famosas y esperadas extravagancias, y cumplió con el propósito de prolongar todo lo posible su audaz emprendimiento, sumando a lo insólito de la ocurrencia las toneladas de dólares que el maratoniano gesto trasladó a sus cuentas bancarias. Solamente por cada corrida en El Toreo de Cuatro Caminos, El Cordobés cobró ese año 20 mil dólares (250 mil pesos al cambio de entonces).

La México, hoy

Así como nadie negará que lo de Uruapan fue bastante original, no seré quien objete la curiosa idea que llevó a la empresa capitalina a concebir el formato de su cuaresmal fin de temporada, la serie de corridas intitulada Sed de Triunfo que concluyó ayer en el coso de la colonia Nochebuena.

En sus tres primeros festejos no se trataba de espadas propiamente veteranos –aunque alguno se colara–, ni menos aún de utilizarlos como relleno, sino más bien de ponerlos a competir. Sí la empresa insistió en autocopiarse el poco exitoso experimento inicial de su temporada chica, en lo de reservar los dos últimos bichos para quienes mejor desempeño hubiesen mostrado ante su toro (a partir de criterios nada claros, que más de una vez enturbiaron la designación de los presuntos "triunfadores").

Presuntos porque los triunfos han escaseado, algo que ya se temía –tanto lo temía el público que se abstuvo de asistir–, desde el momento en que se anunció a toreros poco placeados, enfrentados a bichos con la edad en la boca, en los pitones y en la bolsa escrotal, en contraste con lo que se vio y lidió durante la fase estelar de la temporada y de todas las temporadas y corridas de los últimos tiempos cuando se anunciaron los ases del elenco.

Una constante, esto último, que con sus más y sus menos abarca toda la historia moderna del toreo. Y sin embargo, ahora la cosa tuvo su miga, que lo digan si no las cornadas que tales bichos han causado, muy grave la de Antonio Romero –autor del mejor toreo de la corta serie– y bastante seria la que por partida doble recibió Gerardo Adame. ¿No decía usted, me han cuestionado algunos, que lo que actualmente se lidia en México son puros animalitos inofensivos? Sí y no, habría que responderles. Todo es cuestión de señalar visibles diferencias e ir puntualizando qués y porqués.

Dos realidades en una

Una cosa es el post toro de lidia mexicano, otra lo que vino a la México los cuatro domingos últimos. Es verdad que todos parecen estar emparentados por una ya endémica carencia de vigor, pero existen notorias diferencias entre unos y otros en materia de hechuras y comportamientos. Mientras lo que torean las figuras –y los que sin serlo alternan habitualmente con ellos– son animales a menudo cebones y desbravados, para los cuales ya casi es un anacronismo estorboso la suerte de picar y la única faena posible se basa cada vez más en reiterados alardes de encimismo, los encierros enfrentados por cuatro modestos en busca del tiempo perdido lucían bastante menos adiposos y más ágiles de salida, y mal que bien aceptaban el castigo de los montados.

Ninguno ha sido tan bravo como, por ejemplo, el Barralva de la confirmación de Paco Ureña –seguramente el toro más completo de la temporada–, y más de uno dobló los remos repetidamente. Pero sin duda, en estos domingos de marzo han saltado más astillas de los burladeros blanco de secos derrotes que durante toda la larga serie estelar, y volvió a resonar en la plaza entera el ruido peculiar de un capote en el instante de ser rasgado por el pitón. Y no una sino varias veces.

Como advertirá el aficionado atento, ahí hay gato encerrado. Y quizás la gravedad de los percances últimos no sólo esté relacionada con excesos de entrega o falta de sitio de los diestros; tampoco con la resignada creencia en que “los toros cogen y las cornadas las reparte Dios”. Causas más terrenales debe haber que marcan diferencias tan evidentes, algún ingrediente de más o de menos en los sextetos de Rancho Seco, Piedras Negras, Marco Garfias y San Marcos que explique su diversidad esencial frente a la mayoritaria, monótona uniformidad de los restantes encierros de la temporada grande, ligada a la circunstancia de que, mientras éstos los eligen las figuras entre dos o tres ganaderías cuyo ideal cumplido es el post toro de lidia mexicano, los miembros de la parte inferior del escalafón tuvieron que salirles a morlacos de edad adulta, procedentes de ganaderías poco apreciadas por los ases. Lo que no significa que sean peores, más bien al contrario.

Por cierto

Ya que al inicio de esta columna se tocó el tema de las giras mexicanas de El Cordobés, no está de más recordar que fueron seis las emprendidas aquí por el fenómeno de Palma del Río entre 1964 y 1969. La que concluyó con el extraño cartel de Uruapan sería la más cuantiosa en número de festejos, aunque sólo un breve receso la separó de la primera. Para sus traslados, el mechudo diestro utilizó en ambas el avión particular de su reciente amigo Mario Moreno "Cantinflas", con el consecuente ahorro de gastos, tiempos y fatigas.  

Aunque ya había toreado Benítez dos corridas en El Toreo de Cuatro Caminos, donde se presentó el 21 de diciembre del 63, además de la navideña de Querétaro, su primera gira de festejos diarios la inició formalmente con su tercer paseíllo en el coso aledaño a Ciudad Satélite, el sábado 18 de enero de 1964, para continuarla el 19 en Mérida, el 20 en León, el 21 en Aguascalientes, el 22 en Tampico, el 23 en Morelia, el 24 en Querétaro, el 25 otra vez en El Toreo –mano a mano con Rafael Rodríguez, que por segunda vez se le fue por delante–, el 26 en Monterrey, el 27 en Saltillo y el 28 en Torreón; no hay registro de actuaciones suyas desde ese día hasta el 8 de febrero, en Cuatro Caminos (debió actuar el 5 en Orizaba: al suspenderse por lluvia esa corrida se efectuaría el 12, en plena segunda gira). Luego toreó el 9 en Monterrey, el 10 en San Luis Potosí, el 12 en Orizaba, el 14 en Monterrey, el 15 en Ciudad Juárez, el 16 en Tijuana, el 17 en Nuevo Laredo, el 18 en Aguascalientes, el 19 en El Toreo (matutina por el Día del Soldado), el 21 en Querétaro, el 22 en El Toreo, el 23 y el 24 en Guadalajara y el 25 en Uruapan, según lo comentado. 

Sus otras giras por México

Ese mismo año, El Cordobés volvió a nuestro país en plena temporada española para torear diez corridas consecutivas por los estados entre el 4 y el 13 de julio. E independientemente de sus actuaciones normales del invierno de 1964-65, cuando al fin compareció en la Plaza México –de entonces datan sus cuatro únicas actuaciones en la Monumental–, lo volvimos a tener aquí, en giras relampagueantes, durante el verano de 1966 y dos veces en 1969, ahora con Manolo Martínez como alternante permanente por cuenta de la empresa y en plazas de Leodegario Hernández.

Lo más notable de estas millonarias incursiones del torero de Palma del Río fue que ningún otro espada, mexicano o extranjero, había concebido jamás empresa semejante, ni por supuesto ha habido quien intente repetirlo (lo de Hermoso de Mendoza tiene otro rango y un eco incomparablemente menor). El éxito de taquilla, prácticamente absoluto en los primeros años, no lo fue tanto en el último, y aunque lo mismo El Cordobés que sus alternantes cosechaban cantidades impresionantes de apéndices, la insignificancia del ganado, invariablemente afeitado y muchas veces sin sortear –hubo más de una denuncia en ese sentido– reduce a casi nada el mérito taurino de tales maratones. 

Dejémoslos en ejercicios de resistencia física, amparados en una publicidad desbocada y en la inmensa popularidad del celebrado diestro, al que animaba el propósito de arramblar dólares por carretadas en el menor tiempo posible. Y poco más.


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