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Desde el barrio: Qué pena, Chucho

Martes, 21 Mar 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
... te sabías artista, porque lo eras, y admirabas a los que, como...
Me hundí cuando me lo dijo tu sobrino Juan Antonio. Cuando, apenas a diez minutos del paseíllo, sonó el teléfono en el palco de Valencia y la noticia retumbó por la línea como una campanada tétrica, con un eco prolongado a melancolía y tristeza. Y es que nos has dejado por siempre sin tu elegante alegría, sin tu sabiduría socarrona, sin tu buen gusto taurino… 

Qué pena, Chucho. Porque cada vez queda menos gente, como tú, a la que escuchar hablar de toros con conocimiento de causa y cultura torera. Poco a poco, palada a palada, vais dejándonos solos y huérfanos a quienes pertenecemos a esa generación intermedia entre vosotros y esta "modernidad" taurina en la que no nos reconocemos.

Crecimos al toreo fascinados por vuestros relatos, por vuestros ejemplos, por vuestra apasionada forma de entender la vida y la tauromaquia. Pero fuimos educados y criados sobre unas bases aparentemente eternas e infalibles que, sin apenas darnos cuenta, el tiempo nuevo, el absurdo sistema actual y la propia sociedad se han encargado de dejar en el rincón de lo incomprendido.

Por eso, echar un rato contigo en Aguas o en el DF, o recibir esa llamada habitual para comentar cualquier faena, era un empujón de ánimo, una constatación de que el norte no estaba perdido en medio de este manicomio de conceptos tergiversados, de ligereza y confusión multiplicadas por las redes sociales y "periodismo" lamerón y pordiosero.

Te sabías artista, porque lo eras, y admirabas a los que, como tú, entendían el toreo como un mensaje íntimo que lanzar a pecho descubierto ante el toro, intensa y pausadamente. Por eso te enamoraste torera y perdidamente de Morante y de Diego Urdiales, que, yo lo vi, te buscaban en los callejones y los hoteles también para escucharte, para que les contaras, para enriquecerse ansiosamente de esa torería eterna que irradiabas.

El toreo se hacía más grande con gente que, como tú, entiende y sabe que nada queda de él si no hay corazón que lo sienta y memoria que lo registre, en esa íntima comunicación entre almas que lo moldean y lo interpretan. Y que paladean su sabor agridulce en el disfrute pausado de la tertulia de los buenos catadores.

Por eso creo que no te habrías entusiasmado viendo estas Fallas por la televisión, comprobando una vez más que la técnica especulativa, ese mensaje vacío de oficinistas de luces, se extiende como una mancha de aceite contaminado que arrasa con la sinceridad, con la apuesta por la pureza y la entrega del toreo que trasciende el tiempo.

No estuvieron tus toreros en Valencia, pero sí unos cuantos chavales de esa nueva generación que parece capacitada para mucho más que para unos triunfos tan frescos como de poca huella. Es evidente que, para bien de este arte y garantizar su futuro, necesitan como el agua de otros referentes, de esos atípicos y relegados sabios de la tribu que les guíen por otra vía distinta a la que lleva hacia la nada.

Pero, te has ido también tú y, de esos, ya quedan menos. Si acaso, un puñado de locos desubicados en este mercadillo de la superficialidad y el triunfalismo barato, desplazados testigos de mediocres faenas sin olés en el tendido pero de pringosos elogios en los papeles que señalan el desvío del toreo a la vía muerta.

Por eso nos han quedado tantas cosas por hablar, Chucho Solórzano. Sobre todo a ti. Y se ha quedado pendiente para siempre ese viaje que ibas a hacer a Sevilla, a visitar a Curro, a pasear por Santa Cruz, a echar un soñado día de campo, sin tequila pero con fino. Y a que tus amigos pudiéramos disfrutar de esa torería genética tuya que no entendía de fronteras.  

Lo siento por ti y lo siento por mí. Así que, como siempre, torero sabio, llévate un beso. El último. Y que sepas que voy a extrañarte mucho, pendiente de esa llamada entusiasta que ya nunca me harás.


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