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Tauromaquia: Globalización, tv y politiquerías

Lunes, 28 Nov 2016    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
"... con más afirmaciones oportunistas de nuestros políticos..."

En menos de una semana se vivieron dos formas de la norteamericanización galopante que invade México. El lunes 21, la NFL celebró en el estadio Azteca su Monday Night, ante 76 mil espectadores dispuestos a delirar con las tacleadas y los goles de campo de Raiders y Texanos en un ambiente típicamente estadounidense, reforzado por la presencia de unos diez mil seguidores de ambos equipos que desde la gran nación norteña se desplazaron hasta la antigua Tenochtitlan, aprovechando la ganga de la depreciación de nuestra moneda frente al dólar.

Y unas horas antes, la vorágine consumista había tomado por asalto comercios especializados y tiendas departamentales a lo largo y ancho del país, en mecánica adopción de otra modalidad del mercantilismo gringo, el Black Friday, rebautizado por los publicistas vernáculos como Buen Fin, que, allá como aquí, abarca hasta el lunes siguiente. Y que además de vaciar los bolsillos populares sirve para endeudarse a lo grande, al mejor estilo de USA y sus globalizados satélites.

Para obrar como perfectos gringuitos de tercera ya solamente nos falta incorporar a las costumbres “nacionales” el Día de Acción de Gracias --Thanksgiving Day, obligado preludio del Black Friday--. Y desterrar de una vez por todas las corridas de toros, en ese afán de sintonizar con esa moda --tan nice, tan cool, tan siglo XXI—consistente en abrazar y proteger la animalidad en todas sus formas y expresiones.

Aunque no necesariamente, porque la abolición de la corrida, soñada por los taurofóbicos, condenaría a extinción a la familia bovina toro de lidia, cuya reproducción y crianza perdería su única razón de ser. Algo que puede pasar, y más pronto de lo que suponemos, en un país que ni siquiera ha sido capaz de proteger del maíz transgénico sus 59 especies nativas –México es la patria del maíz--, expuestas a la expansión monopólica de Monsanto-Bayer, flamantes dictadores de la biodiversidad globalizada, mientras nuestros "ecologistas" made in Disneylandia claman contra el “maltrato” animal. 

Toros y política

Como ratificación de los desvaríos de nuestra clase política –y de su filiación progringa y, en consecuencia, antitaurina—una perla más, a cargo ésta del jefe de gobierno de la CDMX, cuando salió a declarar que su administración se enorgullece de haber arropado este año "dos eventos de clase mundial, como son el GP de México de Fórmula 1 y un partido oficial de la NFL, que fueron un éxito y trajeron una gran derrama económica a la ciudad”. 

Conviene, sin embargo, hacer una aclaración. Primero, en el sentido de que el futbol americano no pinta para nada fuera de Estados Unidos, siendo México su único reducto foráneo más o menos reconocido. Y porque, si a ésas vamos, el antiguo DF habría presenciado no dos sino tres eventos “de clase mundial” en este proceloso 2016: el señor

Mancera se olvidó de incluir la corrida del 31 de enero en la Plaza México, que sería, de los tres, el único suceso que agotó la totalidad del boletaje disponible, provocó una inflación escandalosa a través de la reventa y mereció notas y hasta editoriales en órganos informativos internacionales, inclusive de países donde no hay corridas de toros. 

Con un dato más, poco advertido pero digno de la mayor atención: el público taurino, decadente y todo, resultó más alerta y crítico para juzgar lo que se le ofreció --la corrida del 31 de enero y su decepcionante resultado--, en tanto los dos espectáculos “de clase mundial” escondían su mediocridad detrás de la actitud autocomplaciente de sus mitoteros promotores y alborotados espectadores, paralela a la de los medios nacionales abocados a festinarlos masivamente. No así los internacionales, que calificaron de "monótona y gris" la carrera dominada de punta a punta por los Mercedes Benz, y de “partido con más errores que aciertos” el de futbol americano del lunes.

Como si lo que le faltara a este país y su gente fuera no la indispensable actitud crítica ante la realidad, sino el seguir embelesándose con pan y circo aparatosamente publicitados. Y con más afirmaciones oportunistas y vacuas de nuestros inefables políticos.

Lo que el tiempo se llevó

Pero la desaparición de los toros de la escena pública en México no empezó bajo el imperio de la globalización. Data de la tarde fatal en que dejaron de transmitirse las corridas que semanariamente emitía la televisión abierta desde la Plaza México, El Toreo o algún coso del interior del país. Hasta entonces, lo había hecho cada domingo, sin faltar uno, durante dos largos decenios. Y gracias a dichas transmisiones, por voz de Paco Malgesto y, sobre todo, de Pepe Alameda, México fue el país taurinamente mejor formado e informado del mundo en los años 50 y 60 del siglo XX. Y lo peor es que la expulsión de cámaras y micrófonos se debió a los propios taurinos.

Sucede que a fines de la década del 60, los destinos de la Fiesta en México estaban en manos de dos grupos empresariales: el capitalino, capitaneado por Ángel Vázquez, un cubano ducho en beisbol profesional pero lego en materia de toros, impuesto por el también beisbolero Alejo Peralta, accionista de la Monumental; entre otras barbaridades, el “Gallego” Vázquez adoptó la modalidad de contratos en exclusiva que obligaban a los toreros a presentarse en plazas y fechas designadas, como si fueran jugadores de un club deportivo. Naturalmente, semejante puntada generó inmediata resistencia.

Visto lo cual, Vázquez estableció una alianza subrepticia con las uniones de matadores y subalternos, a fin de generalizar su práctica. Un grupo de disidentes formó entonces la Asociación de Matadores, integrada por ilustres veteranos como Luis Procuna, Jesús Córdoba y José Huerta –figura en auge--, pero también por valores emergentes de la talla de Finito y Manolo Martínez, piedra angular del clan y de un naciente emporio empresarial capitaneado por Leodegario Hernández, que en un santiamén arrendó varios cosos estratégicos del interior del país y con idéntico ímpetu levantó otros nuevos, como el actual Nuevo Progreso de Guadalajara.

Para reforzar su oferta, Leodegario dio en importar figuras hispanas de la talla de El Cordobés y Palomo Linares, protagonistas de la guerrilla al empresariado de su país en 1969. Para acentuar el contraste con Vázquez y las uniones, las corridas de don Leo no se televisaban, y se empezó a hablar de unos derechos de imagen que nunca figuraron en los contratos de la empresa capitalina, acostumbrada a televisar sin hacer partícipes de compensación económica a los coletudos.

Teleconflicto

Como la división de la Fiesta en dos segmentos antagónicos era incosteable, acabó por firmarse la paz, unificándose el gremio en un solo organismo y accediendo la empresa de Ángel Vázquez a contar con elementos ajenos a sus leoninas exclusivas. Pero los toreros mantuvieron la reivindicación de pagos extra por dejarse televisar. Era eso, o no torearían. A punto estuvo de suspenderse por tal causa una encerrona de Manolo Martínez en la Santa María queretana, tanto que la cervecería patrocinante tuvo que entregarle al norteño el grueso cheque requerido en el mismísimo patio de cuadrillas (por cierto, ésta del 16 de junio de 1968 fue la primera corrida transmitida a colores en la historia de la televisión mundial).

Pero ese invierno, Vázquez mantuvo, contra el parecer de los diestros, la cláusula que reservaba a su empresa el derecho a televisar. Una tensa pugna entre las asociaciones de toreros y el beisbolero empresario presidió las primeras corridas de la temporada, televisadas como de costumbre, hasta que los coletudos fijaron este ultimátum: o las cámaras salían del coso o nadie partiría plaza el 19 de enero de 1969. Empresario y televisora se cerraron en banda, y aunque el clarín sonó puntualmente a las 4:30, porteros y espectadores se quedaron esperando, mientras los anunciados Pedro Luceiro --a caballo--, Mauro Liceaga, Fabián Ruiz y el confirmante malagueño Miguel Márquez, vestidos para torear pero solidarios con su gremio, emprendían la retirada rumbo al hotel. Y a los aficionados hubo que devolverles el coste de sus entradas.

Quedaba así rota para siempre una tradición de dos décadas: la reunión, en familia o con amigos, para ver y comentar la corrida de cada domingo. Contra posteriores rumores en el sentido de que tan arraigada costumbre restaba público a los festejos de provincia, lo cierto es que, durante veinte años de transmisiones, las temporadas en cosos de los estados transcurrieron sin problemas, con entradas ligadas al atractivo del cartel correspondiente. Y es que, lejos de perjudicarlas, a las empresas locales las  beneficiaba el constante flujo de nuevos aficionados, enganchados a la Fiesta por la corrida o novillada semanalmente difundida por televisión abierta y en proyección nacional.

¿Y saben ustedes qué deporte, en la emergencia del vacío creado, sustituyó a los toros en la televisión dominical? Pues el futbol americano profesional. Y la teleaudiencia disminuyó exponencialmente. Años de machacona publicidad costaría levantarla.    


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