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Desde el barrio: Un histórico cambio estructural

Martes, 22 Nov 2016    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...como demuestran esos cientos de pagarés que vuelan de despacho en despacho...
Acaba el año y el sistema taurino español se está viendo sometido, sin ruido y sin apenas reflejo mediático, a un telúrico cambio en sus estructuras de poder. En apenas unos meses se ha producido un fuerte seísmo empresarial como efecto retardado de la gran crisis que comenzó a asolar el país hace casi una década y de la que la gran patronal del toreo no quiso darse por aludida. 

Pero de aquellos barros llegan estos lodos. De la falta de reacción ante los nuevos condicionantes económicos, de la inoperancia y la ausencia de miras de las grandes casas para afrontar esa nueva y dura realidad, se derivan ahora las ruinas familiares, las reacciones desesperadas y la búsqueda de un "patrón" mexicano que acuda al rescate.

Desde 2008, cuando estalló aquella burbuja inmobiliaria que nos llevó a atar los perros con longaniza, la cúpula del empresariado taurino no ha hecho prácticamente nada para variar sus estrategias, para afrontar de manera profesional unos cambios que sí que han entendido sus homónimos de otros ámbitos económicos.

La engañosa comodidad de que los empresarios del sector taurino español disfrutaron durante los años de las "vacas gordas", cuando eran los "ponedores" quienes se dedicaban a sacar toreros y siempre había roneantes "ladrilleros" dispuestos a asociarse para soportar los leoninos cánones de arrendamiento, ha acabado siendo una trampa para osos de la que no han sabido salir cuando se han quedado solos delante del marrajo de la crisis.

Ese punto de soberbia que da el poder heredado y acumulado, y su uso impune y sin competencia, ha atenazado a unos y ha cegado a otros de los miembros de la oligarquía taurina durante toda una década. Y, como consecuencia directa de su orgullosa y asumida inoperancia, de ese confiado dejarse ir, todos los antiguos imperios taurinos se han ido desmoronando hasta desaparecer o quedar reducidos a su mínima expresión. 

Es un hecho fehaciente que, a día de hoy y tras un vertiginoso proceso de decadencia, las clásicas casas empresariales, las que dominaron de cabo a rabo el toreo durante más de medio siglo incluso al lado oeste del Atlántico, o ya no existen como tal o se encuentran en un estado precario, si no al borde del colapso económico. 

Si acaso, el único valor de mercado que les resta, el aval que aún les ayuda a mantenerse vigentes, es el de la experiencia de sus muchos años al frente de las plazas importantes, que es el dato que –contra la normativa europea de contratos públicos– más se cotiza en los tantos y nefastos concursos de arrendamiento que, durante décadas y con su complacencia, han impedido la renovación empresarial.

Desaparecida, pues, del mapa la casa Balañá –ya hace años, la primera en caer–, refugiada en sus cuarteles de invierno la astuta casa Lozano, desempoderados y sin mercado los Choperitas tras su salida de Madrid y con los Chopera en fase de reestructuración de su ahora menguado emporio familiar, comienza así una nueva era en el sistema taurino, en la que Simón Casas, con más plazas bajo su mando y Las Ventas como buque insignia, se dispone a tomar el relevo en el poder.

Claro que, tras tantos años de desidia y de absurdas guerras internas entre la patronal, la dilatada crisis de la que parece estar saliendo el país se ha quedado enquistada en el toreo, dejando al espectáculo en una situación endeble y preocupante en un contexto hostil. La égida del elocuente y activo empresario francés da comienzo, pues, en medio de un paisaje taurino desolador, casi de tierra quemada, en la mayoría de los estratos del toreo.

La rentabilidad de las grandes plazas ya no lo es tanto, ni siquiera con la escueta aportación de la televisión de pago, como demuestran esos cientos de pagarés que vuelan de despacho en despacho y de finca en finca, aunque su existencia se silencie por vergüenza ajena y propia. 

Y qué decir del mercado de los pueblos, arrasado por los mezquinos mayoristas de toros y toreros y sólo defendido por pequeños empresarios a los que los altos costos de organización, la falta de ayudas y el boicot de los nuevos ayuntamientos abocan casi forzosamente a la economía sumergida y a la picaresca.

Así que puede que sí, que, gracias a este profundo cambio estructural, haya llegado por fin el momento de que la patronal taurina española, liberada de la permanente presión de los intereses particulares de su cúpula, comience a mirar por los intereses generales del colectivo que, en el fondo, son los de la propia fiesta de los toros. 

Afortunadamente, aún siguen ahí, sin aburrirse, otros empresarios más jóvenes, con más amplitud de miras y con ganas de trabajar que han de ser quienes se echen la muleta a la mano izquierda y comiencen, de una vez, a encarar el incierto futuro del espectáculo. Para empezar, yendo a las instituciones a reclamar un mejor trato fiscal para ese toreo de base que los grandes siempre han ignorado. Porque ya estamos tardando.


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