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Opinión: El carácter en los ruedos

Martes, 16 Ago 2011    México, D.F.    Heriberto Murrieta | Récord | Foto: Tony Hernández   
Una foto de Manolo, cuando aprendió a pilotear avionetas con Tony Hernández

El 16 de agosto de 1996, hoy hace quince años, murió Manolo Martínez, el torero más importante que ha dado México en las últimas décadas. Horas después del deceso, los restos del "epicentro del toreo" fueron traídos desde California para ser velados en la Plaza México, el escenario de sus grandes triunfos.

Tenía 50 años de edad. Entonces escribimos que tenía que ser estrujante, estremecedor, el adiós a Manolo en La México. Gente del pueblo, aficionados, curiosos y morbosos, formaron un tumulto de inesperadas proporciones en el ruedo y los tendidos. Soplaba un viento frío. Era un manto de pena. El público que hizo el entradón en el departamento de sombra del gigantesco embudo, exigía que hicieran valer su derecho de apartado por un día y le dejaran ver el ataúd a larga distancia. Desde la llegada del féretro hasta el final de la misa de cuerpo presente, transcurrieron unos 60 minutos, tiempo que hubiera bastado al "mandón" para entender y cuajar un par de toros con chicuelinas, desdenes y martinetes.

Esa misma noche, con el depósito de las cenizas en un nicho del coso, terminó una pesadilla que había comenzado ocho días antes cuando Manolo, sabedor de que la muerte estaba cerca, llegó al hospital de La Jolla donde se tenía planeado trasplantarle el hígado. Quedaba la huella de quien supo lo que es tener carácter y casta torera. Queda también la reflexión de sus verdaderos amigos, que sabían que el diestro no era una persona fácil que aceptara la palmadita zalamera en la espalda, sino un hombre recio que estaba a la defensiva en las conversaciones y siempre a la ofensiva, como un celoso guerrero, en las plazas.

En los ratos libres que le dejaba el toro, Manolo solía practicar deportes acuáticos, charrería, motociclismo a campo traviesa y pilotaje de aviones. Su instructor de vuelo y amigo personal Tony Hernández recuerda que juntos ganaron competencias internacionales, a bordo de aeronaves que el propio Tony le vendía.

Manuel Martínez Ancira nació en Monterrey el 10 de enero de 1946. Tomó la alternativa el 7 de noviembre de 1965 en Monterrey, con toros de San Miguel de Mimiahuapam. Su padrino fue Lorenzo Garza y el testigo Humberto Moro.

En el libro "Vertientes del toreo mexicano" nos referimos al diestro regiomontano:

Pareciera un revoltijo de números y operaciones, pero es mera lógica empresarial. En poco tiempo, Manolo Martínez logró que se multiplicara exponencialmente el número de sus partidarios y adversarios. Aumentaban unos y otros casi a la par. Dividía las opiniones, virtud propia de los pocos privilegiados que despiertan interés. Y al dividir, sumaba. No le implicaba un mayor esfuerzo  torear. Desde sus inicios en los ruedos, todo lo hacía con una enorme facilidad y una inteligencia deslumbrante. Nunca padeció al desempeñar el oficio porque lo conocía a fondo y lo disfrutaba plenamente. Al presentarse en la Plaza México hizo notar que era un torero distinto, que "pensaba" como toro y poseía una intuición fuera de lo común. Pisó tan firme y su importancia llegó a ser tan grande que poco tiempo después de doctorarse en Monterrey, inició un verdadero mandato, algo así como la versión taurina de lo que ocurre en la política, con sus giros positivos y negativos.

Tuvo el poder y supo ejercerlo. Gobernaba la Fiesta debido a su enorme capacidad, su rentabilidad como pieza clave del engranaje taurino y la habilidad de sus apoderados. Si bien es cierto que cerró el paso a nuevos valores y detuvo el natural proceso de renovación de la baraja torera, no se puede negar que a esos prospectos les faltaron redaños para darle pelea. Ni siquiera cuando estuvo retirado entre 1982 y 1987 hubo quien le arrebatara el sitio de número uno, de “mandón” del espectáculo.

Manolo fue un torero de arte, dotado de una técnica perfectamente dominada. Recordamos su empaque para citar de largo y de frente a los toros antes de realizar sus personalísimas chicuelinas, el martinete de su invención, sus amplios y templados derechazos y el pase del desdén, su característica rúbrica de las series de pases, con el declive rojo de la muleta. Sus faenas eran siempre bien estructuradas. Artista y poderoso a la vez, dueño de un valor sereno, Martínez disfrutaba pasando largo rato en la cara de los toros y solía establecer largas pausas para dejar que el toro "reordenara su instinto de ataque". Con economía de movimientos, apenas daba pasos entre los pases, y luego se prodigaba ligando el toreo, factor indispensable para construir faenas de modo escalonado.

Puede considerarse que, a pesar de que en su tiempo consintió el empequeñecimiento del toro (en proporción directa con el agrandamiento de su condición de figura), Manolo tenía tanta personalidad que nunca dejó de interesar y tuvo la virtud de ofrecer infinidad de tardes memorables a los aficionados. Fue una época donde se acendró el antagonismo natural con su paisano Eloy Cavazos. El contraste de estilos entre los dos norteños fue punto de interés y centro de discusiones que avivaron la llama del toreo mexicano durante la etapa que va de 1970 a 1990.

Su personalidad era tan fuerte que lograba llenar la Plaza México aún sin la compañía de alternantes. Cinco encerronas resolvió con maestría en el coso metropolitano, en cuyos graderíos se hizo famosa la exclamación: "¡Manolo, Manolo y ya!".. Su controvertida presencia detonó el surgimiento tanto del martinismo como del antimartinismo, dos facciones cruzadas que llenaban de pasión las tardes de toros. En los años setenta, Manolo se fue robusteciendo con su proverbial laconismo en faenas sobrias y elegantes, de mucho cuerpo y pocos adornos, realizadas con los llamados pases fundamentales, acentuados con su sello personal.

Su forma de ser en la calle ha dado lugar a infinidad de consideraciones. Corto de palabra, pero con un concepto brillante del toreo; hosco y hasta déspota con algunos, temperamental a más no poder, era un ser introvertido que escondía un lado perceptivo, de sonrisa franca, detrás de su actitud aparentemente defensiva. Guardamos de él un gratísimo recuerdo.

Además de sus trasteos clásicos que ya están en el Olimpo del toreo, recordamos uno en especial donde demostró toda su sabiduría. Fue bastante largo y estudiado, durante la tarde de su retorno a la Plaza México el 26 de abril de 1987 con el toro "Romancero", de Begoña, al que literalmente enseñó a embestir, dictando paciente cátedra de bien torear.

Manolo sabía torear cruzado, presentando la muleta por delante en el cite y adelantando la pierna contraria al momento de enganchar la embestida para traerse toreado al animal en dirección hacia adentro. Pero, entendedor como ninguno del comportamiento del toro mexicano, también podía llevar el viaje más recto, no para aliviarse sino para hacer que éste durara más, o dando los toques más o menos suaves o manteniendo la mano a media altura con pulso exacto en el centro del muletazo, o cambiándolo de terreno, según requirieran las características particulares de raza y fuerza de cada animal.

Conocedor de los terrenos y las alturas, su admirable colocación le permitía situarse en el punto donde sabía que el toro iba a embestir. Y entonces citaba, con la certeza de que el animal acudiría sometido a su muleta artística y dominadora a la vez.

Sin duda alguna, el torero norteño vino a enriquecer de manera brillante la tradición taurina de México. Hoy es absolutamente impensable que un torero logre llenar la Plaza México al conjuro de su nombre. Y no exageramos al advertir que para reactivarse, a la Fiesta le haría mucha falta un torero con el magnetismo y la personalidad arrolladora de Manolo Martínez.

Hasta el momento, ningún diestro ha logrado llenar el hueco que dejó, en términos de dominio de todos los renglones de la Fiesta, personalidad, recursos, inteligencia y popularidad.

Números martinistas

Novilladas toreadas: 34.

Presentación en la Plaza México: 20 de junio de 1965 (19 años de edad).

Corridas toreadas: 1,344.

Actuaciones en la Plaza México: 91.

Trofeos en la Plaza México: 81 orejas y 10 rabos.

Indultos en la Plaza México: 1 (Amoroso de Mimiahuapam, el 23 de diciembre de 1979).

Alternativas concedidas: 40.

Manos a manos: 312.

Encerronas: 29.

Encerronas en la Plaza México: 5.

Última actuación en la Plaza México: 4 de marzo de 1990.


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