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Tauromaquia: Un monumento emblemático

Lunes, 19 Oct 2020    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Se erigió con los beneficios de una corrida de once toros
En Córdoba, donde nació, existe una escultura de cuerpo entero que representa a Manolete, histórica figura y el más eminente califa taurino cordobés. Se trata en realidad de un grupo escultórico de dimensión estatuaria –el personaje central, vestido de torero y con el capote de brega en las manos, flanqueado por dos equinos con sus respectivos caballerangos a pie–, obra de Manuel Álvarez Laviada; y está ubicado en la plaza del Conde de Priego, no lejos de la parroquia de Santa Marina en la cual se bautizó a Manuel Rodríguez Sánchez, nacido el 4 de julio de 1917. Mucho ha cambiado desde entonces la austera ciudad andaluza que fuera sede del antiguo califato mozárabe.

Una iniciativa de Carlos Arruza

El monumento es producto de una amistad entrañable y de la corrida destinada a reunir los fondos que hicieron posible la obra. Festejo que organizó quien fuera en los ruedos el más enconado rival del inmenso torero al que "Islero" de Miura hirió mortalmente en Linares (28-08-47). Ese rival, llegado del otro lado del Atlántico, fue el mexicano Carlos Arruza. 

Manolete y Arruza alternaron juntos en 58 ocasiones, la mayoría en España (51) y ninguna en México, ya que Carlos no participó en las dos temporadas que convertirían al cordobés en uno de los mayores ídolos de la afición mexicana; oscuras y nunca aclaradas razones impidieron que la pareja de moda en España tuviera ocasión de manifestarse en México, pero la rumorología atribuyó la inhibición arrucista a componendas entre el empresario Antonio Algara y José Flores "Camará", el astuto apoderado del cordobés.

Manolete y Arruza torearon mano a mano diez corridas, repartiéndose equitativamente trofeos y victorias. Su rivalidad fue breve pero intensa y sus hechos forman parte de la historia grande del toreo, como grandeza humana hubo en el gesto de Carlos al concertar con buena parte del taurinismo hispano de principios de los años cincuenta –toreros, ganaderos, prensa en general, gobierno municipal de Córdoba inclusive todo lo necesario para la organización de una corrida monstruo que provocó un lleno histórico en el coso de Los Tejares y transcurrió dentro del ambiente festivo y triunfal que la magna ocasión ameritaba. La fecha: domingo 21 de octubre de 1951.

Acontecimiento sin precedentes

Se anunciaron once toros para un rejoneador y diez matadores –seis hispanos y cuatro mexicanos–. Los astados de once divisas diferentes, fueron donados por sus respectivos criadores, entre los cuales se encontraba el mismísimo Carlos Arruza, cuya ganadería española lidiaba a su nombre. No hace falta decir que ninguno de los coletas cobró un centavo por torear, y la recaudación alcanzó la cifra, insólita para la época, de 800 mil pesetas. La taquilla se abrió el domingo 14 y para el lunes 15 no quedaba un solo boleto sin vender.

Así fue la corrida

Naturalmente, antes de que partieran plaza los diestros actuantes hubo desfile de reinas y discursos a tutiplén. Y más allá del número de apéndices otorgados, condicionado sin duda por las especiales circunstancias del festejo, se trató de un evento que los cordobeses tardarían muchos años en olvidar. Para empezar, Carlos Pérez-Seoane y Cullén, Duque de Pinohermoso, –que por cierto había nacido en Roma– rejoneó un burel de su ganadería, estuvo acertado en general y cosechó fuertes aplausos.

Rafael Vega de los Reyes "Gitanillo de Triana", el espada más antiguo, compadre de Manolete y asimismo cabeza de cartel la tarde trágica en Linares,  se encontró con un ejemplar de José de la Cova tan áspero que lo cogió dos veces en el transcurso de su sobresaltada faena. Pero estuvo valiente, mató bien y se llevó la primera oreja de la tarde. El gitano sustituía al cordobés Manuel Calero "Calerito", anunciado inicialmente.

Rabo para Carlos

Arruza estuvo imponente con el suyo –"Mirlito", de Felipe Bartolomé– al que saludó con emotivos faroles de rodillas, veroniqueó con elegante quietud, quitó por gaoneras ceñidísimas y, tras juguetear en banderillas con el noble animal, al que le colgó tres pares colosales, cuajó una larga, ceñida y magistral faena de muleta, vertical y templado en los redondo y naturales, variado y original en los remates de las tandas y haciendo honor al sobrenombre de "Ciclón Mexicano" que le adjudicó el cronista español K-Hito al cerrar faena con molinetes y lasernistas de hinojos que levantaron clamores; cuando concluyó, de formidable volapié, las orejas y el rabo estaban cantados.

También para Parrita, Capetillo y Aparicio

Agustín Parra, que brindó la muerte de su toro a sus diez compañeros de cartel, hizo honor a su reputación de seguidor fiel del estilo estatuario y vertical del Monstruo de Córdoba aprovechando la buena condición de "Tontuelo", de Galache. Sólo cesó la música cuando cuadró al bicho para estoquearlo por todo lo alto. Volvería a sonar mientras paseaba Parrita los máximos apéndices.

Más mérito aún tuvo el rabo que Manuel Capetillo le cortó a "Cuchareto", de Arturo Sánchez Cobaleda, un toro viejo, gordo y con buenos pitones, resabiado y geniudo por añadidura, al que se empeñó en meter en su muleta hasta obligarlo a seguirla en una emocionante faena a base de muletazos largos y templados. El público, entregado y feliz.

Los tres apéndices máximos premiaron también el desempeño de Julio Aparicio, a quien correspondió el más pequeño del encierro, un ejemplar llamado "Torero", de Marceliano Rodríguez, que respondió con alegre transmisión  a la muleta del madrileño, muy puesto y  dispuesto a lo largo de su triunfal actuación.

Discretos los demás. Aunque a José María Martorell se le concedió la oreja del complicado quinto –manso y geniudo, con el hierro de Alipio Pérez Tabernero Sanchón–, el honesto cordobés la rechazó, considerando que su faena no había pasado de valerosos intentos. Antes, sus lances de recibo habían causado sensación por su estatuaria belleza. Y en la estocada dio la cara e hirió arriba.

Los otros dos mexicanos anduvieron sin suerte con el ganado. Jorge Medina –llamado a sustituir a Juanito Silveti, que estaba lesionado– pasó por momentos de peligro ante el nervio de un correoso "Barquero", del Conde de la Corte, y Anselmo Liceaga –recién alternativado en Granada por Pepe Luis Vázquez (29-09-51)– tampoco encontró colaboración en el de Juan Belmonte, "Vicario" de nombre, que despachó en décimo lugar. Su fría labor fue silenciada.

Por último, al joven diestro local Rafaelito "Lagartijo”, último eslabón de la legendaria dinastía de los Molina, se le notó poco placeado y algo movido, pero no dejó de derrochar alegre pinturería a favor del buen estilo de "Quinquillero" de Carlos Arruza, el toro que cerraba el festejo y al que pinchó antes de acertar con la estocada definitiva.

Estocada que ponía punto final a una corrida auténticamente extraordinaria. Por su dimensión temporal, su inusitado lucimiento y, sobre todo, porque cerró de manera perdurable la historia compartida por Manuel Rodríguez "Manolete" y Carlos Arruza, pareja de época y dos colosales toreros, que hermanaron en el arte a España y México.


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