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Historias: Un óleo pintado hacia 1860

Miércoles, 06 Mar 2019    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo FC   
...La figura femenina, viste un traje con la típica línea de diseño...
Con motivo del reciente festejo que tuvo lugar en Autlán de la Grana (Jalisco), el pasado 3 de marzo, y donde actuaron seis mujeres toreras: Karla Santoyo (a caballo) y a pie: Maripaz Vega, Lupita López, Karla de los Ángeles. También Paola San Román y Rocío Morelli, es probable que sea suficiente pretexto para poner en valor el significado que tiene hoy día la presencia de la mujer en los toros. 

Y todo lo anterior, con motivo de que este viernes 8 se distingue en lo particular como el “día internacional de la mujer”. No es una celebración más, sino la reivindicación y el posicionamiento del género femenino en este mundo que, en buena medida ha sido dominado por lo masculino.

Por tal motivo, conviene traer hasta aquí un antiguo texto, el cual comparto con gusto, mismo que elaboré en 2004, el cual se mantuvo inédito, hasta hoy.

Durante el siglo XIX actuaron en plazas mexicanas: Victoriana Sánchez, Dolores Baños, Soledad Gómez, Pilar Cruz, Refugio Macías, Ángeles Amaya, Mariana Gil, María Guadalupe Padilla, Carolina Perea, Antonia Trejo, Victoriana Gil, Ignacia Ruiz "La Barragana", Antonia Gutiérrez, María Aguirre "La Charrita Mexicana" y desde luego, la española Ignacia Fernández "La Guerrita".

Entre todas ellas, es difícil identificar a la modelo que aparece en este óleo (aunque podría tratarse de Soledad Gómez, Ángeles Amaya o Antonia Trejo, que actuaron en el curso de 1864), mismo que debe ser fijado hacia 1860-1870 (no con el ca. 1840 como lo indicaba por entonces su propietario), en virtud de varias razones:

La figura femenina, viste un traje con la típica línea de diseño español. Medias blancas, faja y corbatín azules. Montera bastante pequeña. Capote de paseo austero en bordados y largos vuelos. El trazo del cuerpo es un poco desproporcionado: anchas caderas y torso pequeño. Lleva en su mano derecha una copa con la que celebra, fuera del ruedo, un brindis. Su rostro tiene la razón del ideal femenino, muy al estilo de los pintores románticos de la época. Incluso, la pose con que quedó perpetuada, tiene gran semejanza con el apunte que aparece a su derecha, obra del célebre artista alsaciano francés Gustave Doré.
   
¿De quién se trata específicamente?

¿La esposa del hacendado que se mandó hacer con cierta modestia este retrato?

¿La amante del hacendado?

¿De una actriz de moda en teatros como el Gran Teatro Iturbide, Teatro Hidalgo o el Gran Teatro Nacional?

Y es que dicha pintura ilustra a un personaje que aparece en segundo plano, junto a quien tiene todas las características de un sacerdote. Ese varón, de 25 a 30 años, viste sombrero de copa redonda y ala con bordados de gusanillo, chaqueta de astrakán, pantalón de paño y posible botonadura de plata, a modo de franja, indumentaria mitad civil, mitad campesino, de este peculiar señor hacendado.

La figura masculina, tiene, por alguna razón mucho parecido con la de diversos retratos que mandaban hacerse diversos personajes de la sociedad decimonónica. Los había que se retrataban tocados de patillas bastante peculiares y con el porte atractivo obligado para destacarlo.

Generalmente las mujeres toreras en el México del siglo XIX, hasta donde se tiene información, no se ponían taleguilla. Se tocaban con un vestido a modo de que aparecieran los bordados usuales en dicha prenda, si es que estos se destacaban pues, al menos dos de las imágenes más evidentes, una mexicana, la otra, origen de Gustavo Doré, que son las utilizadas para ilustrar el presente texto, nos muestran, en sus detalles el uso de holanes, un concepto totalmente distinto al registrado en el óleo que se califica.

Lo que es notable es el uso de prendas normalmente empleadas por hombres, pero que no exime a la mujer de portarlas. Tal es el caso que adoptaron a finales del XIX tanto Ignacia Fernández "La Guerrita" como Dolores Pretel "Lolita" y otras pertenecientes a la cuadrilla de Señoritas toreras que hicieron campaña en nuestro país entre 1897 y 1904, aproximadamente. En las imágenes existentes, se les puede apreciar adoptando poses absolutamente naturales, sin afectación alguna.


La mano y el pincel, o el pintor y la escuela.


Respecto a la perspectiva, podemos apreciar hasta tres planos, ella la señorita torera en el primero; sacerdote y hacendado en segundo. Es curiosa la presencia –como elemento intermedio- del sacerdote. Su actitud displicente, sentado a la mesa, ¿es la de un elemento de la iglesia en común acuerdo con la posible relación de la pareja o un simbólico obstáculo para las pretensiones del caballero y la señorita torera?

Luego, campo, horizonte y los enamorados, el tercero. Precisamente el campo es una imagen en la que abunda la vegetación y existe un cielo azul plagado de nubes en escena por demás todo un símbolo de declaración del romanticismo… mexicano. En cuanto a la línea y estilo, podrían tratarse de trabajos elaborados por Félix Parra o Manuel Serrano. Lamentablemente, al no aparecer un registro autógrafo en dicho óleo, es difícil estimar su procedencia, pero las líneas y los trazos me permiten sugerir a ambos creadores, aunque me inclino más por el primero que por el segundo.

Dicha obra, sigue en alguna medida, el modelo de los apuntes de Doré, sobre todo en aquel denominado El triunfo del espada que asume una actitud triunfal en la plaza, levantando la mano izquierda con la montera y afirmando su posición mesiánica con la mano derecha a modo de guerrero triunfador.

El traje que porta la señorita torera del óleo aquí analizado, presenta, además, una aplicación de bordados ligeros, golpes o "machos" apenas insinuados, que permiten pensar más en recoger el diseño implantado en alguna obra teatral; de las varias que se representaron con este tema en los principales escenarios de la ciudad de México, que en el propio destinado a ser un auténtico traje de luces para su uso en el ruedo.

¿De qué posibles obras teatrales se recogería dicho modelo?

Allí está una nómina interesante y que puede ser imaginada, bajo los siguientes títulos:
-La perla de Andalucía, El torero y las lindas malagueñas, Juguete del señorito y la maja, La macarena, Manolas y toreros después de la corrida, El andaluz y la mexicana, El torero y la mexicana, Majas y toreros…, entre otras que no fueron registradas.

Al son de alguna melodía que sale de esa guitarra del fondo, donde el intérprete pretende a la mujer que aparece a su lado, sólo alcanzamos a oír lo que muy seguramente se escuchaba en aquellos años de inestabilidad política, misma que se diluía en escenas campestres como las que evoca Amor e morte (canción con acompañamiento de piano y guitarra), en cuya portada, la amartelada pareja se solaza en ilusiones, o quizá construyendo quimeras bajo los compases de La Declaración de M. Rizo, su autor:

Una fiebre devora mi pecho,
un frenético ardor me consume…
no hay tormento, ay de mi! Que no abrume
mi doliente y horrible vivir.
Es que te amo, mi bien, con locura,
es que tu eres el dios de mi culto;
es que anhelo, mi amor, no lo oculto,
tu piadoso y dulcísimo sí.


Como puede apreciarse, la labor no fue nada fácil, si para ello entendemos que tratándose de un anónimo, lo demás es echar mano de la mera subjetividad y un buen criterio capaz de entender el contexto reunido en este maravilloso material de origen mexicano.


Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/

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