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La amargura del triunfo

Viernes, 21 Dic 2018    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Foto: Diario ABC   
Un adentrarse a la psicología de un torero, con verdadero conocimiento
En septiembre de 1925, Ignacio Sánchez Mejías torea y triunfa en la feria de Valladolid, esa misma noche lee con sus amigos del Ateneo el comienzo de una novela, se trata, desde luego un hecho inédito hasta entonces, presenta al diestro el escritor y político Federico Santander que se declara peón del matador.

En aquella época Sánchez Mejías dejó su cita semanal en el periódico La Unión de Sevilla, donde dio rienda suelta a diversas inquietudes y denuncias dentro del mundo taurino, pero como él mismo lo advirtió en su momento, el periodismo y la literatura se habían adueñado de él, llevaba varios años viajando al lado de baúles llenos de libros y siempre pareció sentirse muy a gusto rodeado de intelectuales, periodistas y poetas.

Hasta ese momento, existían algunos dimes y diretes de que Ignacio trabajaba sobre una biografía de Frascuelo, sin embargo, el sevillano enfocaba sus inquietudes literarias sobre una novela taurina, el torero vive este drama ficcional como torero, pero sabiendo que no era algo exclusivo de su profesión, siempre estando a la búsqueda de nuevos horizontes con un particular amor por la vida pero consciente de sus miserias.

En su relato, José Antonio Moreno, mejor conocido como "El Niño de Albento", es de extracción social humilde, hijo del casero de un cortijo andaluz y huérfano de madre, carencias iniciales que intentará repararlas gracias a sus muchas cualidades, joven, fuerte, habilidoso, artista y valiente, medios que le ofrecen la posibilidad de convertirse en torero de primera fila.

Como otros héroes literarios, el personaje de José Antonio ha de enfrentarse no sólo al toro de la muerte, sino también con un rival, es decir, el hijo de su protectora la Marquesa de Garosa, en ese sentido, el personaje de Manolo, es presentado como un antihéroe envidioso y cobarde, acto seguido, la mujer como en muchas narraciones típicas de este género literario, sirve de acicate fundamental en la narración.

En un principio parece que Marujilla "La de las perlas negras", que da título al capítulo II, era la que iba a desempeñar esa función, pero como le advierte el viejo y experimentado Espeleta, su fiel mozo de espada, que teme que ese amor sea un factor paralizante de las facultades artísticas del diestro, pues según el relato, no era más que una vieja buscona que se timaba con varios toreros.

El relato continúa cuando una hermosa y atractiva aristócrata de nombre María Rosa Moreno, del capítulo III, mujer prudente y discreta a la cual le estaba reservada la misión de encarnar el gran amor triunfante del torero, pero a su vez, la fuente de su amargura, a pesar del enamoramiento mutuo, pues la diferencia social y la férrea oposición del padre de la joven, le niegan el derecho de amar a una mujer que no sea de su clase.

No se sabe a ciencia cierta que impidió el conocer en que acabaría esa aventura, si finalmente, el protagonista, guiado por una férrea voluntad de superación, obtendría la recompensa deseada, la novela termina ahí de manera brusca, sin concluir nada. Ignacio dejó dicho que consideraba que las novelas de torería estaban escritas desde fuera, y él quiso hacerlo desde dentro.

Un adentrarse a la psicología de un torero, con verdadero conocimiento de causa, desde esta perspectiva, construye al protagonista de su narración a partir de experiencias personales, sin dejar de lado, el cierto guiño autobiográfico, como pudieron ser las ilusiones, amarguras y la voluntad de ser como visión de vida.

El autor también dejará en claro las oposiciones entre escritor y personaje, cuando aparece el protagonista como un gañan en la ficción y el torero es de familia burguesa, otro personaje próximo a la realidad histórica será el personaje de Espeleta, inspirado en el propio mozo de espadas de Ignacio, el gaditano Antonio Conde que en la narración se convierte en la voz de la conciencia del joven diestro.

La novela nace, pues, desde dentro de unas psicologías y un ambiente muy del mundo del toro que  la hacen creíble, escrita con claridad y sencillez, con una buena dosificación de diálogos, descripciones y relato, en contraparte, podría  resultar bastante convencional tanto ideológica como literariamente,  con personajes demasiado planos  y tópicas las relaciones entre ellos, tal vez Sánchez Mejías se dio cuenta de las limitaciones de ese primer intento narrativo, y llamado por otras aventuras, renunció a desarrollarlo con profundidad.

Bibliografía:

Sánchez Mejías, Ignacio. "La amargura del triunfo". Edición e introducción de Andrés Amorós. Córdoba. Editorial Berenice. 2009.


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