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La tauromaquia de Domingo Ortega

Viernes, 23 Nov 2018    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Foto: Diario ABC.   
Quizá la primera y principal: "Pegar pases no es lo mismo que torear"
Sin duda alguna, lo primero que llamaba la atención en este torero era su parecido con La Muerte, su sonrisa era la mueca escéptica y fatal de la descarnada, una cara marcada por el sol y surcada de arrugas, con ojos de chispeante viveza, concatenado a su arte que fue una verdad mucho más exacta que cualquiera ciencia humana.

Ortega fue el torero de una generación intelectual, la que sigue viva en "Historias de una Tertulia" de Antonio Díaz Cañabate, no de gratis escribieron páginas sobre Domingo, algunos escritores como Emilio García Gómez, que evocó tantas tardes en las que el torero dibujaba sobre la arena aquellos "ochos armoniosos",  que se iban curveando con lenta majestad, donde los movimientos majestuosos e inacabables desembocaban siempre con el que el gran torero, en lo alto, sonreía su triunfo.

La pluma de Eugenio de Ors lo observó como un ideal estético de clasicismo y perfección, desde su perspectiva y sistema de valores, mencionó a Ortega como: "El único diestro contemporáneo que me ha dado en el ruedo, 10 minutos consecutivos de perfección en el arte taurino". Por otra parte, de Ors con su predilección por el pensamiento figurativo, mencionó que el "Diamante de Borox" y su orden jónico alcanzaban la madurez y la maestría.

Por otro lado, el nombre de Domingo Ortega va ligado a un acontecimiento histórico ocurrido el 29 de marzo de 1950, cuando el torero pronunció una conferencia en la docta casa del Ateneo de Madrid, sobre El Arte del Toreo, con sus excepciones, pocas veces había alcanzado la tauromaquia un reconocimiento intelectual tan llamativo. La conferencia se publicó luego, con un anejo del filósofo José Ortega y Gasset, en una de las editoriales de más prestigio de la época: La Revista de Occidente.

No es frecuente, por desgracia, que los grandes toreros escriban un libro –en directo o con la mediación de una pluma cercana– sobre sus experiencias profesionales, sin embargo, Ortega en alrededor de cuarenta páginas ofrece de forma concisa lo esencial que de la tauromaquia emana y quizá pudo hacerlo porque como lo mencionó el crítico Gregorio Corrochano: "Sus normas son las normas eternas sobre las que resbalan las modas y los modos de torear".

Ese es el tema de su obra planteado ya desde su primera frase: "Vengo a dar esta conferencia sobre las normas clásicas en el arte del toreo". Entre tanto, el simple sustantivo "normas" ya repugnará un poco a algunas sensibilidades contemporáneas, pues en la literatura y el arte en general, al menos desde la época romántica, la supuesta auténtica obra de arte ha de crear sus propias reglas pues no tendrá sentido coartar la libertad creadora del artista con reglas preconcebidas.

La Tauromaquia de Domingo Ortega parte de de un principio incontestable: "Tenemos delante un animal al que hay que someter y reducir". Ésta será la finalidad básica del toreo (según su concepto) antes que la estética que supone su coronamiento: "Una estética visual en su caso, si no lleva consigo la eficacia que produce el bien hacer el arte, será negativa".

De ahí deduce el diestro con lógica implacable la vigencia permanente de las normas clásicas: "El que salga de ellas estará a merced de los toros, y estando a merced de ellos, a la larga se apoderarán de él". De esta manera, no se quedará Domingo Ortega tan sólo en las reflexiones atinadas, su Tauromaquia cristaliza en unas pocas máximas, quizá la primera y principal: "Pegar pases no es lo mismo que torear" y la segunda que consiste en añadir un nuevo término a la triada clásica: "parar, templar, cargar y mandar".

Torear, nos recuerda el maestro, es otra cosa, ante todo, dominio de un animal fiero (si no lo es, todo queda reducido a un ballet vistoso). Además, como propone el movimiento pictórico del Renacimiento, el toreo es "cosa mentale", supone una idea, un sentido de conjunto, un ritmo, una estructura y una medida.

No se trata –prosigue Ortega– sólo de abrir el compás, en vez de torear con los pies juntos, porque "con el compás abierto, el torero alarga pero no profundiza; la profundidad la toma el torero cuando la pierna avanza hacia el frente y no hacia el costado". En resumen las ideas del torero castellano, no son claras, sino puramente diáfanas, una experiencia de vida unida a la innata inteligencia que hicieron de él un verdadero filósofo.

Bibliografía:

Corrochano, Gregorio. "¿Qué es torear?, Introducción a las tauromaquias de Joselito y de Domingo Ortega", epílogo de Emilio García Gómez, Revista de Occidente, Madrid, 1966.

Díaz Cañabate, Antonio. "Historias de una tertulia". Editorial Castalia. Colección Prosistas Contemporáneos. Valencia, 1952.

D Ors, Eugenio. "Teatro, títeres y toros, exégesis lúdica con una prórroga deportiva", Renacimiento, Sevilla, 2006.

Ortega, Domingo. "El arte del toreo y la bravura del toro", Madrid, Revista de Occidente, 1961.


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