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La mexicanidad en Silverio Pérez

Viernes, 01 Jun 2018    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Foto: Archivo   
...la tremenda aventura de ser torero y convertirse en ídolo...
Se puede convenir que al hablar de mexicanidad nos encontramos ante una serie de rasgos o elementos culturales que identifican al pueblo mexicano, a principios del siglo XX habrá que corresponder con arte y cultura a la novedad de la Revolución Mexicana y su fuerza de estímulos violentos.

Un nacionalismo cultural que reflexiona sobre su pasado, un Samuel Ramos filosofando sobre el perfil del mexicano, un Ramón López Velarde con un tratamiento poético de una tradición popular o un Diego Rivera que pinta sus murales con una preparación a base de savia de maguey.

Como dijera con precisión José Vasconcelos: es el nacionalismo como espíritu apoderándose y transfigurando una colectividad; en ese refinado contexto intelectual aparece Silverio Pérez Gutiérrez, un mexicano que asumió a plenitud su oportunidad de ejercer como hombre, como artista y que también asumió, como nadie, la tremenda aventura de ser torero y convertirse en ídolo.

Pero sigamos con el arte, en esta época surge también la llamada Escuela Mexicana de Pintura, movimiento pictórico con base en su creencia en el pueblo, la adquisición de una identidad nacional, la aspiración de originalidad y la captura artística de lo genuino mexicano, eso que el escritor Carlos Monsiváis denomina como sistema de recompensas para quienes han nacido en el atraso.

Y aquí la primera interrogante ¿acaso es casualidad que al aparecer una Escuela Mexicana de Pintura, surja tiempo después una llamada Escuela Mexicana del Toreo? Y aquí es donde emerge, de nueva cuenta, la faraónica figura de Silverio Pérez, el bien amado "Compadre" (como le apodó el periodista José Pagés Llergo) hacía el paseíllo con la cabeza baja, rumiando su miedo, sin querer llamar la atención y cuando salía el toro, cuando una luz lo cubría, era señal inequívoca de que esa tarde se le vería torear.

Silverio adquiere fuerza en los ruedos mientras, a la par, Samuel Ramos expresa una de sus tesis: El mexicano ha superpuesto una imagen falsa de sí mismo (europea sobre todo) si una virtud habría de aconsejarle al mexicano –dice Ramos– es la sinceridad para que arranque el disfraz que oculta a sí mismo su ser auténtico. 

Y aquí, de nueva cuenta Silverio levanta la mano, él es mexicano y es auténtico como persona y sobre todo como torero, quedan de ello testimonios fiables que dan prueba. En principio de cuentas, con el texcocano el público encontró un diestro que iba al toro con reserva y preocupación, sin alardes ni desafíos que impresionaran a la masa. Puntal lo mencionó Guillermo H. Cantú, con Siverio Pérez apareció una extraordinaria capacidad de transmisión de emociones, capacidad totalizadora desde las que emergían del rico pozo de las culturas y esencias más genuinas.

Y claro, aquí aparece Silverio Pérez ya con toda claridad, precisamente por sus esencias genuinas y en su ser auténtico en la expresión de su toreo, todas las esperanzas de un pueblo taurino depositadas en la capacidad torera del ídolo; es cierto Rodolfo Gaona es pilar indiscutible de las destrezas taurómacas en México, con unos maestrantes Armillita y Garza; sin embargo, Silverio Pérez redujo el espacio entre toro y torero y aumentó la duración del "tiempo-peligro" al ejecutar las suertes.

Con lo anterior, una nueva estética taurina estaba por definirse: la "Escuela Mexicana", que con Pérez disminuyó la velocidad de las suertes, modificando el concepto de lentitud que se conocía hasta entonces, Silverio derrochaba en el ruedo languidez y un sentimiento poético de la melancolía, logra acceder a una fase superior en la concepción moderna del temple en la lidia, ¿temple, dimensión? Aquí surge la segunda interrogante, y será el propio torero quien nos responda: "Yo aventaba el engaño y de allí jalaba jalaba jalaba al toro, eso era lo largo de un muletazo (…) aventar y luego jalar fue mi concepto de torear".

Tal vez por ello a nadie admiró tanto Silverio como a Manolete, a nadie tanto Manolete como a Silverio. Con lo anterior ¿alguien podría negarle a Silverio Pérez un lugar preponderante en la cultura como símbolo de mexicanidad?

Cuenta su esposa "La Pachis" que Silverio, aun después de los mayores triunfos, llegaba a su casa silencioso, ella le tenía llena la tina de agua tibia, él se desnudaba, se metía en ella. Encerrado en el silencio que daba paso a la contemplación, como sucede a los artistas mayores, ella, entonces, entraba al cuarto de baño con una cerveza. Había que hablar, que amarse, porque no había que creerse demasiado. Ya lo dijo el escritor Pancho Prieto, porque la verdadera vida…está en otra parte.

Bibliografía:

Cantú H., Guillermo. "Silverio o la sensualidad en el toreo", Editorial Diana, México, 1987.

Monsiváis, Carlos. "Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX", en Historia general de México, tomo II, Colegio de México, 1976.

Prieto, Francisco. "Silverio Pérez", en Revista Letras Libres, No. 94, octubre 2006.

Ramos, Samuel. "El perfil del hombre y la cultura en México”, Espasa Calpe, Colección Austral, 2010.


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