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Historias: El Garlopo

Miércoles, 28 Mar 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...la efigie de un toro de cuerpo entero disecado..."

Don José Julio ordenó preparar el carro alegórico. Dispuestos, los empleados de la casa y algunos más expresamente traídos de la hacienda, atendieron la instrucción y se dieron a la tarea de hacer lo mejor posible… para presumir las piezas que allí se reunieron.

Colocaron como se aprecia, la efigie de un toro de cuerpo entero disecado que, a su vez, estaba montado encima de una base de madera en la cual aparecía esta leyenda: “El Garlopo. Raza de Santín. Jugado por El primer espada Bernardo Gabiño (sic) y su gran cuadrilla compuesta de 14 personas. En Puebla, el 28 de marzo de 1880”.

También se alcanzan a ver –por lo menos-, dos cabezas más y que correspondieron, con toda seguridad, a los toros “Camelio” y “Aguacate”, estoqueados en la plaza “Colón” de la ciudad de México el 3 de marzo y 24 de noviembre de 1889 en la plaza “Colón”, por Carlos Borrego “Zocato” y José Centeno, respectivamente.

Quizá estaban también la de “Polvorín”, que Palomar Caro pasaportó en la de Puebla el 10 de abril de 1898 y la de “Cuco”, toro que se lidió el 11 de septiembre de 1898, a manos de Juan Jiménez “El Ecijano” en la de “Bucareli”.

Todos esos toros pertenecieron a la célebre hacienda de Santín, ubicada en el valle de Toluca y administrada por D. José Julio Barbabosa (21 de mayo de 1858-octubre 3 de 1930).

Sin embargo, la figura destacada en esa ocasión fue, evidentemente la de “El Garlopo”, uno de los toros que formaron parte del encierro que se envió para la inauguración de la plaza del Paseo Viejo de San Francisco.

La pieza, acaba de recuperarse, y aún luce tan digna como en aquellos días que elevó la celebridad de Santín, por lo que hoy adquiere un valor muy preciado, lo que seguramente representará la mejor forma de que se conozca algo más sobre el ganado que se lidió durante el siglo XIX.

En caso tan extraordinario, sólo se sabe de otro más, ocurrido en 1838, con un toro que perteneció a la hacienda de el Astillero, siendo motivo de una curiosa ceremonia, de la cual nos da “santo y seña” la nota de EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, p. 4:

AVISO.-Para el jueves 1º del próximo noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión.

Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor.

Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne PEPE-HILLO, autor de la Tauromaquia.

Volviendo a la imagen, puede afirmarse que ese carro sirvió para unirse al desfile que, con toda seguridad conmemoraba el Centenario de la Independencia, esto en septiembre de 1910. Había llovido el día anterior, por lo que el personaje que aparece en primer término, llevando tamaño sombrero de ala ancha, y muy previsor por cierto, cargó con el paraguas por si la ocasión lo requería. Se observa, entre las palmas, gallardetes y demás adornos, una bandera nacional que remata el carromato, lo que habrían significado dos razones: el espíritu patrio, por un lado, y resignificar el hecho de que se trataba de ensalzar a los “toros nacionales”, como llegó a conocerse a los “santines” por aquellas épocas.

El transporte, a petición del fotógrafo, se detuvo nada más saliendo de la casa de los “Mártires” o casa “Barbabosa”, donde vivieron varios de los integrantes de aquella famosa familia toluquense para obtener la placa correspondiente. Llama la atención el tamaño portón de la casa del fondo, pero también la rotunda tranquilidad de los allí presentes, ajenos al hecho de que en cosa de unas semanas más, estallaría una guerra interna, que todos conocemos como el proceso de la Revolución Mexicana.

Ese conjunto de personas que estuvieron ante la cámara, se sabían fotografiadas, por lo que asumieron la mejor pose posible, con lo que sin imaginarlo, se obtuvo el propósito de perpetuarlos, de ahí que tengamos el privilegio de disfrutar este preciado testimonio gráfico con su peculiar tonalidad en sepia.

Y así, con “El Garlopo” que remata altivamente la composición, recordamos la célebre efeméride con que hoy se cumplen 138 años de aquella famosa jornada inaugural ocurrida en la plaza poblana.


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