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Historias: Fierros y divisas

Miércoles, 21 Feb 2018    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...distintivos que identifican al toro..."

Nota aclaratoria: Apuntaba en mi colaboración anterior, relacionada con la historia de Santín lo siguiente: "…hasta hace algunos años perteneció a los descendientes de la familia, siendo Celia Barbabosa (q.e.p.d) quien, junto a su hijo César, mantienen parte de esa historia, ahora con otro fierro quemador y colores de divisa".

Pues bien, y para no crear confusión, debo decir que doña Celia Barbabosa (hasta julio de 2009 en que fallece) logró preservar esa historia, la de Santín, que hoy día su hijo César mantiene viva con el mismo fierro quemador y los colores de la divisa.

Ya que he mencionado los términos de fierro quemador y la divisa, es buena ocasión para dedicar algunos apuntes al respecto.

Divisa y fierro quemador son distintivos que identifican al toro, a la ganadería de donde proceden, evitando así considerar al ganado como cerrero, mostrenco, montaraz o de origen extraño.

Desde hace siglos, los propietarios de haciendas ganaderas tuvieron obligación de marcar sus ganados, sobre todo los mayores, con objeto de distinguirlos entre las miles de cabezas que solían aparecer en aquellas grandes extensiones, de las que una delimitación irregular, como las mojoneras (señales para fijar los linderos) o cercados no eran suficientes para que aquellos hatos anduvieran a su aire por aquí y por allá.

Esa peculiaridad, sobre todo la de la señal del propietario, fue práctica común desde los primeros tiempos en la Nueva España, donde se consolidaron instituciones como la Mesta, cabildos o ayuntamientos, los cuales observaban rigurosamente el cumplimiento de disposiciones que obligaban a nuevos propietarios tener bajo su control, además de tierras, hombres y mujeres dedicados a labores del campo y otras actividades rurales, sus ganados –mayores y menores.

Pronto, esos señores mostraron ante la autoridad, las señales que proponían para dichas identificaciones, por lo que en su mayoría, se trataba de figuras o iniciales enlazadas donde quedaban unidos nombres y apellidos, deslizando en algunos casos insinuaciones de la nobleza, ganada o comprada. En esa forma, el control permitió tener mejor idea de cuanto pastaba en sus propiedades.

De entre los primeros ganados que se corrieron específicamente en fiestas bajo el nombre de sus propietarios, se tienen los de Fr. Jerónimo de Andrada, provincial del orden de la Merced quien proporcionó ganado para unas fiestas celebradas el 3 de septiembre de 1652. En esa misma ocasión, también se corrieron públicamente toros de los Condes de Santiago (es decir de Atenco), mismos que se lidiaron en el “parque”, espacio adjunto a su lujosa residencia (la primera que tuvieron, pues la segunda, aún más ostentosa, y construida hacia la segunda mitad del siglo XVIII por el arquitecto Francisco Guerrero y Torres en el mismo lugar, es hoy día el renovado museo de la Ciudad de México).

Para el siglo XVIII y creadas ya ciertas estructuras que mostraban orden y profesionalización, los toros que salían a la plaza mostraban un nuevo distintivo: la divisa, y así se les anunciaba en carteles lo cual permitió identificarlos de mejor manera. Durante el siglo XIX, y ya plenamente reconocidos hubo en ciertas tardes ocasión de celebrar competencias, por ejemplo entre toros de Atenco y los de El Cazadero con premio monetario de por medio, lo cual permitió subir el nivel de importancia y calidad en el espectáculo, así como la fama entre sus dueños.

Así que desde la primera mitad del siglo XIX y, hasta nuestros días, estas condiciones se cumplen a cabalidad. De aquel tiempo a este, el ganado luce ambas señales junto con otras, que son peculiares. Me refiero, por ejemplo a la casta procedente (fenotipo, caracteres aparentes comprobados por el reconocimiento exterior, también entendido como "trapío" o "prototipo racial"), el corte recto o longitudinal en las orejas o más aún, distintivos como las "corbatas" que hoy día siguen mostrando los toros de Piedras Negras (en Tlaxcala) o los de San José de Buenavista (en Guanajuato). Se trata de cortes en la badana, uno de abajo hacia arriba, y el otro de arriba abajo.

Autores como Pedro Martínez Arteaga o Ildefonso Montero Aguera los definen como parte de los diversos "trebejos" que suelen ser usados para el desarrollo de la lidia.

 Y si no bastaran apenas los dos o tres listones de colores atados en forma sencilla a un arponcillo, hay otras que llevan agregado un rosetón que lucen los toros con notoria gallardía apenas saliendo del toril. 

Ahora bien, todavía existe la moña de lujo, usadas para dar mayor detalle en las ya casi olvidadas corridas de Covadonga, donde se montaba una roseta de más de 30 centímetros de diámetro, en la cual podrían haber sido agregados, además de los arreglos en complicadas representaciones, esculturas de bronce veneciano, remates metálicos, así como anchos y largos listones, tal cual puede apreciarse en una de las imágenes que acompañan las presentes notas.

Se trata apenas de dos detalles, visibles en el enorme catálogo de minucias con que se adornan matices propios del espectáculo. En uno y otro caso, son indicativo de un ordenamiento que avanzó a lo largo de los siglos con lo que se ganó no solo en lo decorativo. También en la clara idea de marcar las diferencias habidas entre las muchas ganaderías que han destinado sus toros para dar forma a dicha representación.


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