Banners
Banners
altoromexico.com

Desde el barrio: Tres imágenes elocuentes

Martes, 26 Sep 2017    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...es que la tauromaquia ha sufrido una nueva agresión impune...
El pasado martes, apenas un par de horas después de que esta columna subiera a la red, la tierra volvía a temblar en la Ciudad de México. Treinta y dos años más tarde, y en la misma fecha, la capital del país era sacudida de nuevo por esa fuerza telúrica que sigue recordándonos nuestro ínfimo papel como huéspedes de paso por este planeta.

Volvían así a repetirse las terribles imágenes del pasado, como una recurrente pesadilla: los edificios derribados, las sepulturas de escombros, las grietas hacia el abismo. Y esas cadenas humanas que, tristemente expertas, han hablado por sí solas de la irrenunciable solidaridad de todo un pueblo que sabe remar unido y a ritmo contra la desgracia.

También la Plaza México abrió sus puertas como puesto de ayuda para los afectados, esperando que pronto, como siempre pasó, vuelva a servir de escenario de un festejo que, a base de toreo desinteresado, ayude a paliar los efectos de esta nueva catástrofe allá donde la tierra conserva la inquietud original.

Durante varios días, los telediarios españoles, tras el dilatado parte de guerra de la "cuestión catalana", nos han ofrecido la visión de una ciudad de ruinas y trabajo en común, simbolizada en ese colegio donde varios niños quedaron atrapados y que fue retardando el largo recuento de víctimas.

Pero, entre tanto dolor, esta extraña sociedad que nos ha tocado vivir también tiene tiempo y espacio para el absurdo y la estupidez, como la de quienes han asaltado las redes protestando por el uso de perros rastreadores en el rescate de las víctimas del terremoto. 

Dicen los "animalistas", como si las vidas de unos y otros valieran lo mismo, que no se puede poner en riesgo a un perro para salvar a una persona, lo que, de manera inequívoca, confirma una vez más la demencial deriva hacia la que nos llevan estas sectas de trastornados.

Porque lo más probable es que también piensen así muchos de los ciento y pico jovencitos que, al reclamo de una torticera convocatoria, se congregaron ayer ante la piedra rosada de la ocho veces centenaria Universidad de Salamanca para reventar la presentación de una recién creada Cátedra de Estudios de Tauromaquia. 

La imagen de la protesta de los intransigentes estudiantes, suficientemente aleccionados por los explotadores del neofascismo, era toda una afrenta a la inteligencia justo a la sombra de la estatua de Fray Luis de León y a las puertas del aula Miguel de Unamuno, dos símbolos de la defensa de la libertad de cátedra y pensamiento que tantos  agravios les costó defender ante la Inquisición y el franquismo.

Pero ahora vivimos otra dictadura, más sibilina, que busca imponer el nuevo  pensamiento único a través del buenismo y de la cínica corrección política, justo las que parece que fueron las causas que llevaron al rector de la centenaria universidad a suspender el acto de presentación de una cátedra que estudiará un legado cultural y una materia legal que una minoría violenta y teledirigida pretende erradicar de nuestro país.

Claro que los "motivos de seguridad" que alegó el rector, más que una decisión prudente ante la prevista violencia de la manifestación animalista –que se hubiera neutralizado con la presencia de una simple dotación policial–, parecen la perfecta excusa para llevar a cabo un boicot preconcebido desde dentro de la institución, quien sabe si por simpatías antitaurinas o por los intereses personales de algunos miembros del claustro ante las próximas elecciones al rectorado de la universidad salmantina.

Sea como sea, la cuestión es que la tauromaquia ha sufrido una nueva agresión impune –y van ya cientos…– sin que haya habido una respuesta rápida y contundente dentro de sus débiles e inanes estamentos. Ni tampoco de sus pretendidos órganos de defensa, más preocupados en la organización de fiestas infantiles y la expedición de carnés de colorines que de crear de una vez por todas una robusta estructura que, al menos, frene, evite y persiga tantos y tan repetidos ataques.

Ya dentro de las plazas, también resultó muy chocante ver estos últimos domingos el ruedo de Las Ventas pintado como un estadio olímpico, con más rayas de cal de las normales y graduadas en metros hacia los medios tal que si fuera a celebrarse allí una competición de lanzamiento de peso. Pero, no. Se trataba de una "competición" de bravura, en eso que se viene calificando como “Desafíos ganaderos” y que juntan cada tarde toros de dos ganaderías distintas.

El pasado domingo se celebró el último, entre los "santacolomas" de Ana Romero y los "albaserradas" de José Escolar, para gozo y disfrute de los aficionados dizque "toristas" de Madrid, que, cosas de estos tiempos de mentalidad deportiva, parece que necesitan de rayas y de metros para medir algo tan difícilmente traducible a cifras como la bravura, y que ni mucho menos tiene que ver con la distancia desde la que acudan los toros al cite del picador.

Sin ir más lejos, hace unos años se celebró una corrida concurso en Zaragoza en la que un jabonero se arrancó varias veces de punta a punta de la plaza, la última vez desde la misma puerta de chiqueros, hasta un caballo al que… acababa pegando dos coces en cuanto sentía en sus carnes el hierro de la puya, que es el verdadero calibre de la suerte de varas.  

Pero, erre que erre, acudieran o no a la llamada, tardearan o volvieran grupas, empujaran o no en el peto –que casi ninguno lo hizo–, por decreto ley todos los toros se tuvieron que poner de largo durante unos dilatados y soporíferos tercios de varas que solo vinieron a confirmar una de las verdades absolutas del toreo: que una corrida de toros no es, ni debe ser, un tentadero. 

Y lo peor no fue eso, sino que el último domingo los creyentes de este forzado y rígido neotorismo, tan pendientes como estaban de su incauto "test de bravura", no quisieron ni enterarse, quién sabe si por desprecio o por ignorancia, de la medida, honda y maciza faena que Luis Bolívar le hizo a su primer toro de Ana Romero.  

El hecho es que, reduciendo a criterios tan simplistas la valoración de una cualidad tan compleja y cargada de matices como la bravura, la tauromaquia corre el peligro de caer también en la tentación de dejarse guiar por el recurrente pensamiento único. Ese que, ahorrándole el esfuerzo intelectual y la necesaria sensibilidad para sentarse en el tendido, también acabará convirtiendo al aficionado en un ciego espectador de la decadencia que otros buscan.


Comparte la noticia