Banners
Banners
altoromexico.com

Historias: En recuerdo de Manolo Martínez

Miércoles, 16 Ago 2017    CDMX    Francisco Coello Ugalde | Foto: Archivo   
"... mejor torero mexicano de los últimos tiempos..."

Manolo Martínez pertenece a la inmortalidad desde el 16 de agosto de 1996, al abandonar este mundo luego de haber logrado uno de los imperios taurinos más importantes del siglo pasado. Su sola presencia alteraba la situación en la plaza, y como por arte de magia, todos aquellos a favor o en contra del torero revelaban su inclinación.

Parco al hablar, dueño de un carácter enigmático, adusto, con capote y muleta solía hacer sus declaraciones más generosas, conmoviendo a las multitudes y provocando un ambiente de pasiones desarrolladas antes, durante y después de la corrida.

En sus inicios como torero, el regiomontano Manolo Martínez comparte una época donde la presencia de Joselito Huerta o Manuel Capetillo determinan ya el derrotero de aquellos momentos. Dejan ya sus últimos aromas Lorenzo Garza y Alfonso Ramírez "Calesero". Carlos Arruza recién ha muerto y su estela de gran figura pesa en el ambiente. 

En poco tiempo, Manolo asciende a lugares de privilegio y tras la alternativa que le concede Lorenzo Garza en Monterrey  inicia el enfrentamiento con Huerta y con Capetillo en plan grande, hasta que Manolo termina por desplazarlos. También acumula una etapa en la que se confronta con Raúl Contreras "Finito". Su inesperada muerte terminó con aquel episodio más pronto que ya.

Su encumbramiento se da muy pronto hasta verse solo, muy solo allá arriba, sosteniendo su imperio a partir de la acumulación de corridas y de triunfos. Pronto llegan también a la escena Eloy Cavazos, Curro Rivera, Mariano Ramos y Antonio Lomelín, quienes cubrirán una etapa polémica en el quehacer taurino contemporáneo.

Hombre solitario, artista capaz de dar rienda suelta a sus emociones internas. Manolo Martínez quien con su peculiar forma de ser en el ruedo creaba un ambiente propicio para las "pasiones y desgracias", que dijera el gran poeta Miguel Hernández.

En la plaza, el público, impaciente, comenzaba a molestarlo y a reclamarle. De repente, al sólo movimiento de su capote con el cual bordaba una chicuelina, aquel ambiente de irritación cambiaba a uno de reposo, luego de oírse en toda la plaza un ¡olé! que hacía retumbar los tendidos.

Para muchos, el costo de su boleto estaba totalmente pagado. Con su carácter, era capaz de dominar las masas, de guiarlas por donde el regiomontano quería, hasta terminar convenciéndolos de su grandeza. No se puede ser “mandón” sin ser figura.

No es mandón el que manda a veces, el que lo hace en una o dos ocasiones, de vez en cuando, sino aquel que siempre puede imponer las condiciones, no importa con quién o dónde se presente. (Guillermo H. Cantú).

El diestro neoleonés acumuló muchas tardes de triunfo, así como fracasos de lo más escandalosos. Con un carácter así, se llega muy lejos. Nada más era verle salir del patio de cuadrillas para encabezar el paseo de cuadrillas, los aficionados e "istas" irredentos se transformaban y ansiosos esperaban el momento de inspiración, incluso el de indecisión para celebrar o reprobar su papel en la escena del ruedo.

Manolo ser humano, de “carne, hueso y espíritu” le tocó protagonizar un papel hegemónico dentro de la tauromaquia mexicana en los últimos 30 años del siglo pasado.

Manolo Martínez procedía de una familia acomodada. Nació el 10 de enero de 1947 en Nuevo León. Sobrino-nieto del presidente constitucionalista Venustiano Carranza, mismo que, de 1916 a 1920 prohibió las corridas de toros en la ciudad de México, por considerar que  "entre los hábitos que son una de las causas principales para producir el estancamiento en los países donde ha arraigado profundamente, figura en primer término el de la diversión de los toros, en los que a la vez que se pone en gravísimo peligro, sin la menor necesidad, la vida del hombre, se causan torturas, igualmente sin objeto a seres vivientes que la moral incluye dentro de su esfera y a los que hay que extender la protección de la ley".

Su padre, el ingeniero Manuel Martínez Carranza participó en el movimiento revolucionario, para lo cual se unió a las filas del Ejército Constitucionalista, llevando el grado de Mayor.

A su madre, doña Virginia Ancira de Martínez le hizo pasar tragos amargos, porque Manuel, desde un principio dio muestras de rebeldía, integrándose a la práctica de la charrería que combinaba con sus primeros acercamientos al toreo, gracias a que su hermano Gerardo contaba con una ganadería, no precisamente de toros bravos.

Todo esto motivó el rechazo familiar. El colmo es cuando anuncia que deja los estudios de veterinaria en la Facultad de Ingeniería del Tecnológico de Monterrey para cumplir con su más caro deseo: hacerse torero. 

"Déjenle que pruebe sus alas y sus ilusiones...” dijo doña Virginia a la familia. Y antes de partir a los sueños impredecibles, le advirtió a Manuel: “Ve, anda, si quieres ser torero, demuestra tu valor. Si no eres el mejor, regresa al colegio. Recuerda que en esta casa no hay cabida para los mediocres...” Tales palabras sonaron a sentencia en los oídos del joven, que ya no tenía más voluntad que la de convertirse en una gran figura del toreo.

A pesar de que no había problemas económicos en la familia Martínez Ancira, Manuel se marchó empezando sus correrías sin más ayuda que su deseo por verse convertido en “matador de toros”. Puede decirse que a partir del domingo 1 de noviembre de 1964, tarde en la que triunfó en la plaza de toros "Aurora", nacía, la gran figura del toreo mexicano.

No sólo enfrentó el peligro ante los toros, sino también en otras circunstancias como tomar una motocicleta y buscar los caminos más difíciles y sinuosos, como también pilotear una avioneta y describir piruetas en el aire ante el asombro de muchos.

Corto de palabra, reducía sus diálogos a unos cuantos monólogos o a unas cuantas respuestas. Era como artista, una fuerza poderosa e indescriptible, surgiendo con ello los hilos de comunicación que se entrelazaban en un diálogo estentóreo, misterioso que conmocionaban los cimientos de cualquier plaza donde se presentara.

Consagrado sufrió serias cornadas, siendo la de "Borrachón", de San Mateo, la que lo puso al borde de la muerte, dada la gravedad de la misma. Fue un percance que alteró todo el ritmo ascendente con el que se movía de un lado a otro el gran diestro mexicano.

De hecho, la muerte casi lo recibió en sus brazos, de no ser por la tesonera labor del cuerpo médico que lo atendió. Tal herida causó un asentamiento de firmeza en el hombre y en el torero. Se hizo más circunspecto y calculador. De ahí probablemente su altivez, pero, al fin y al cabo una altivez torera.

Como figura fue capaz de crear también una serie de confrontaciones entre sus seguidores, que eran legión y los que no lo eran, también un grupo muy numeroso. Su quehacer evidentemente estaba basado en sensaciones y emociones, estados de ánimo que decidían el destino de una tarde.

Así como podía sonreír en los primeros lances, afirmando que la tarde garantizaba un triunfo seguro, también un gesto de sequedad en su rostro podía insinuar una tarde tormentosa; tardes que, con un simple detalle se tornaban apacibles; luego de la inquietud que se hacía sentir en los tendidos.

Ese tipo de fuerzas conmovedoras fue el género de facultades con que Manolo Martínez podía ejercer su influencia, convirtiéndose en eje fundamental donde giraban a placer y a capricho suyos las decisiones de una tarde de triunfo o de fracaso.

Era un perfecto actor en escena, aunque no se le adivinara. De actitudes altivas e insolentes podía girar a las de un verdadero artista a pesar de no estar previstas en el guión de la tarde torera. Pesaba mucho en sus alternantes y estos tenían que sobreponerse a su imagen; apenas unos movimientos de manos y pies, conjugados con el sentimiento, y Manolo transformaba todo el ambiente de la plaza.

Quienes estamos cerca de la fiesta, debemos despojarnos de la camisa de las pasiones y de los alegatos sin sentido, para ir entendiendo la misión de uno de los más grandes toreros mexicanos del siglo XX.

Su proyección hacia otros países también deja una honda huella que se reconoce perfectamente, a pesar de las posibles omisiones, por lo que su obra quedó inscrita en el universo taurino.

La tauromaquia de Manolo Martínez es una obra soberbiamente condensada de otras tantas tauromaquias que pretendieron perfeccionar este ejercicio. Sus virtudes se basan en apenas unos cuantos aspectos que son: el lance a la verónica, los mandiles a pies juntos y las chicuelinas del carácter más perfecto y arrollador, imitadas por otros tantos diestros que han sabido darle un sentido especial y personal, pero partiendo de la ejecución impuesta por Martínez.

En el planteamiento de su faena con la muleta, todo estaba cimentado en algunos pases de tanteo para luego darse y entregarse a los naturales y derechazos que remataba con martinetes, pases de pecho o los del "desdén", todos ellos, únicos en su género.

La plaza era un volcán de pasiones, cuyas explosiones se desbordaban en los tendidos, hasta que el estruendo irrepetible de cien o más pases dejaba a los aficionados sin ya más fuerzas para agitar las manos después de tanto gritar.

Capote y muleta en mano eran los elementos con que Manolo Martínez se declaraba ante la afición. Lo corto de sus palabras quedaba borrado con lo amplio y extenso de su ejecución torera.

Manolo Martínez cimentó durante todo su recorrido profesional la imagen que nos dejó. Ahora perdura sólo el recuerdo del gran torero olvidando rencillas y rencores inclusive entre sus más declarados enemigos.

Sus triunfos, pero también sus fracasos como torero dejaron huella. Es decir, hablamos de los extremos, del bien o del mal, del amor o del odio, de la vida o la muerte. Manolo supo forjar momentos de grata memoria, pero también de aciaga condición.

Como todo gran torero, España fue otra meta a seguir. En 1969 logra sumar 49 actuaciones a cambio de tres cornadas que le impidieron llegar probablemente a las 80 corridas. El espíritu de conquista se dio con Manolo, puesto que logró convencer a la exigente afición hispana

La pasión de los toros..., según Manolo Martínez, lo lleva a entregarse a una de las ambiciones de todo gran torero: dedicarse a la crianza de toros bravos. Es por eso que movido por sus deseos en 1976 y en el rancho de Guadalupe, municipio de Llera, Tamaulipas, funda su propia ganadería, destinando para ello simiente de Garfias, san Martín, Torrecilla, Valparaíso, lo que marca la influencia total de San Mateo, alma esencial de la ganadería mexicana durante casi todo el siglo pasado.

Se involucró tanto en esta actividad que al mismo tiempo que logró un ganado con estilo propio, apoyó también a los principiantes, en quienes puso todo su empeño, al grado de que Enrique Espinosa “El Cuate” gozó de las recomendaciones del "maestro", quien en todo momento confió en este muchacho pero que no cuajó como era de esperarse.

Y Manolo no era el hombre dedicado en cuerpo y alma a su profesión. También era hombre de sentimientos. El 9 de mayo de 1969 se casó con Bertha Asunción Ibargüengoitia Cortázar, emparentada con ganaderos de reses bravas fundamentales en el quehacer taurino mexicano.

Con el tiempo los hijos fueron llegando: Bertha, Manuel Fernando y Mónica. La familia Martínez-Ibargüengoitia gozaba de los pocos días que Manolo no tenía comprometidos para torear. En esa intimidad, el señor Manuel Martínez Ancira hallaba refugio, amor y cariño.

Qué difícil condición la de ser torero cuando se llega tan alto. Ahora comprendemos en su exacta dimensión el papel desempeñado por uno de los grandes en el toreo mexicano: Manolo Martínez.

Manolo el hombre, la figura que, enfundada en el hábito de los toreros -el majestuoso traje de luces-, nos legó multitud de recuerdos que hoy siguen causando emoción y polémica.

He aquí un pequeño rasgo de la majestad torera, del sentido humano alcanzados –en frase muy atrevida y discutible también– por el mejor torero mexicano de los últimos tiempos: Manolo Martínez.


Comparte la noticia