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Especial: Ser torero, un sueño muy difícil

Martes, 01 Ago 2017    Quito, Ecuador    Santiago Aguilar | Foto: Archivo   
Hoy es el Día del Novillero

"Ser torero es difícil; figura del toreo, casi un milagro" sentencia con implacable fuerza una leyenda colocada en la entrada de la Escuela Taurina de Madrid; mensaje que ya avisa sobre las extraordinarias dificultades que deberá enfrentar un muchacho que sueña con vestirse de luces.

La frase se ha convertido en un veredicto marcado a sangre y fuego en el corazón de una gruesa tropa de bisoños espadas que pretenden saltar del anonimato a la gloria con el capote y la muleta en sus manos.

En los cómodos tiempos que corren poco se conoce de las exigencias extremas de una profesión que reclama una inacabable capacidad de sacrificio, paciente entrega a duras jornadas de aprendizaje y, sobre todo, determinación y firmeza para buscar la fama y la riqueza entre los pitones de un toro.

El recorrido que deberán cumplir los principiantes espadas da inicio al apuntarse en una de las escuelas taurinas que, por fortuna, se han institucionalizado en casi todas las ciudades taurinas; a estos centros de formación de lidiadores llegan los jóvenes con la idea de beber de la sabiduría taurina generosamente entregada por veteranos maestros que con disciplina y dedicación, poco a poco, inician a los novicios en los secretos del toro y su lidia.

Las horas de preparación física se complementan con las clases teóricas y extenuantes ejercicios de toreo de salón en los que cada una de las suertes son repetidas miles de veces hasta lograr la adecuada mecanización de movimientos, el perfeccionamiento de la expresión corporal, la colocación y la estética a la hora de ejecutar lances y pases. Poco a poco las verónicas y los naturales dejan de convertirse en un desaliñado agitar de telas para adquirir corrección primero y gracia después.

Con los deberes del toreo de salón ya cumplidos llegará el momento de los ejercicios prácticos ante las inquietas becerras que toman los engaños con inocencia y velocidad, allí en el primer enfrentamiento se podrá valorar las verdaderas capacidades de unos y otros. La firmeza de ánimo y la claridad de ideas determinarán quienes son los más aventajados para este durísimo oficio; de hecho, las primeras deserciones se producen en esta etapa.

A la par del perfeccionamiento en la ejecución de las suertes del toreo el aspirante a novillero deberá asumir una rutina de vida  muy especial en la que su tiempo y pensamientos están consagrados al toreo, el toro y a su futuro. El novillero es un asceta; una especie de monje en cuanto a la formación espiritual, un atleta por su cuidado físico y un guerrero dispuesto a librar una y otra batalla en el ruedo con la muerte como telón de fondo.

De las inquietas becerras al encuentro del novillo median varios meses de ir y venir por ganaderías y tentaderos con el cuerpo torturado por prácticas y volteretas, ineludibles vaivenes del duro aprendizaje solo tolerables por la vocación y la ilusión.

El vestido de torero llega a la hora de la presentación como novillero; las lentejuelas, el volumen del astado y el público en la plaza de toros suponen un salto gigantesco solo permitido para corazones dispuestos, mentes preparadas y destrezas bien aprendidas.

De allí en adelante el joven deberá resolver su vida en un corto lapso, un puñado de novilladas determinarán su futuro, en esta categoría no se acepta otro resultado que no sea el triunfo el que deberá procurarse en la arena, a solas enfrentando a reses que ya exigen técnica y valor.

Sólo los novilleros que lograr brillar podrán seguir caminando hacia adelante, enfrentando nuevos retos, asumiendo mayores responsabilidades. De aquella larga lista de aspirantes muy pocos llegan a este punto, de ellos, apenas un puñado se convertirán en matadores de toros; desde allí, está dicho, convertirse en figura resultará casi imposible, casi un milagro.


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