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Tauromaquia: Semana torista

Lunes, 12 Jun 2017    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | Opinión   
"...con semejante ganado sólo cabe programar toreros baratos..."

El concepto "semana torista" no nació con la feria de San Isidro, que en sus principios apenas constaba de cinco o seis festejos. Fue acuñado en este siglo, y no porque la lidia de determinadas divisas consideradas “duras” no figurara en la cartelería isidril desde tiempo atrás, sino por afán de darle un carácter particular a la última semana de la feria, cuando la desmesurada duración de ésta desbordaba ya la tradición y el sentido común: una manera, pues, de prolongar el volumen del negocio, porque con semejante ganado sólo cabe programar toreros baratos, a favor del poder de convocatoria del hierro anunciado.

Esta vez, la semana torista empezó el domingo 4, para culminar ayer, con la corrida de Miura. Cuadri, Dolores Aguirre, Victorino Martín, Rehuelga –debutante— y Adolfo Martín conformaban el resto del menú, porque Alcurrucén es otra cosa –Simón Casas la coló el jueves sin que se sepa por qué--. Y sucedió lo previsible: que de 36 buenos mozos apenas se les cortara la oreja a dos, sin contar las que le abrieron la puerta grande a Juan del Álamo, pues éstas las obtuvo, toreando de verdad, de su desigual lote de Alcurrucén, que ni incrustada en mitad de la semana torista puede considerarse ganadería especializada en criar las inquietantes prendas cornudas que sobreabundaron en estos días.

Rehuelga rompe el maleficio

La divisa debutante, de simiente santacolomeña, lidió el miércoles 7 y obró el milagro de contrariar el signo a que esta clase de carteles vive condenado. Y es que por encima de un volumen, un peso y unos pitones más que respetables, predominó en sus toros la buena casta. Con el milagro adicional de que el quinto, “Coquinero”, que había movido la báscula hasta los 647 kilogramos, luego de empujar en varas de manera emocionante, continuó embistiendo a la muleta de Alberto Aguilar, que se jugó la vida con entereza sin conseguir que el público le prestase más atención a él que al descomunal bovino, para cuyos restos se exigió y obtuvo la vuelta al ruedo, dejando contrito y pensativo al esforzado lidiador, que tras una tibia petición saludó discretamente desde el tercio. Acababa de confirmarse otra de las premisas de la semana torista: que los ojos de la afición estén puestos más en los toros que en los toreros. 

La corrida, con mucho que torear toda ella, tuvo en contrapartida una movilidad poco esperable de semejante muestrario de mastodontes, pero ni Fernando Robleño ni Pérez Mota pudieron salvar airosamente el compromiso.

Oreja a Gómez del Pilar

Dolores Aguirre, divisa poco apetecida por la gente de coleta, volvió a Las Ventas con un encierro menos arisco que de ordinario. Hubo dos que embistieron, tercero y quinto, y si con éste anduvo francamente desconcertado Alberto Lamelas –que toreaba su primera corrida del año--, al otro le pudo y le cortó la oreja.

Gómez del Pilar, que tampoco se calza el chispeante con frecuencia, pero se reveló como un torero con valor y posibilidades. El que topó con el lote imposible en este festejo del lunes 5 fue Rafaelillo, que tendría ayer, con la de Miura, su última oportunidad.  

Talavante y Ureña

De las figuras, el único que les puso el pecho a las balas –es decir, que aceptó medirse con astados de la semana torista—fue Alejandro Talavante, reaparecido ese día tras su cornada del 24 de mayo. Y en el gesto llevó la recompensa, porque al primer victorino de su lote le dio por embestir, y al extremeño por correrle la zurda en tres excelsas tandas al natural que fueron lo más sustancioso de una faena de oreja, que supuso un remanso de finura, originalidad y sosegado torerismo en medio de tanto sobresalto.

Esa misma tarde del martes, Paco Ureña se encontró con “Pastelero”, un victorino de libro –humillador, codicioso y listo como él solo--, y el hombre le plantó cara de verdad, sin florituras, que no cabían, muy teatral a ratos, pero logrando que la plaza entera se dejara ganar por la fuerza de la emoción, eterna promesa soterrada en este tipo de corridas. No mató pronto al cárdeno, pero su vuelta al ruedo fue de las más aclamadas del ciclo.

El aporte del ganadero de Galapagar se redujo a dicho par de encastados animales, más largo de tranco y mejor tratado el segundo, más tobillero y propicio a la épica el tercero; porque los otros dos de Talavante y Ureña, y el lote de un Diego Urdiales desmotivado y como fuera de distancia no ofrecieron ninguna facilidad.

Joselito Adame, en blanco

Incómodo estuvo José, el jueves 8, con un par de bichos más insípidos que otra cosa –rajado el primero, brusco y huidizo el otro, conformaron el lote menos propicio de Alcurrucén--; que no estaba de vena el de Aguascalientes lo demuestra su atropellado quite por gaoneras al cuarto, y los reproches del público a su colocación entre pase y pase –fuera de cacho, para decirlo pronto--; y con la espada también apuntó ese desánimo, al grado de atravesar feamente al quinto, con el que escuchó un aviso.

Algo significativo tuvo su tarde, y los estadísticos no han  dejado de destacarlo: éste fue para Adame su paseíllo número 12 en Las Ventas (10 en San Isidro), igualando la docena de Miguel Espinosa, aunque no sus 11 comparecencias isidriles, y situándose a uno solo de Carlos Vera “Cañitas”, el mexicano con más corridas en el coso venteño (13). Paradójicamente, Cañitas, que perdería la pierna derecha debido a una cornada terrible en El Toreo de Cuatro Caminos (21-08-60), jamás en su vida toreó en la Plaza México.

Del Álamo y el presidente

Un señor llamado Trinidad López se ganó la bronca más sonora de la feria por negar la segunda oreja a Juan del Álamo, que había dado una lidia perfecta a “Licenciado” (551 kilos), colorado melocotón y paliabierto, un toro de comportamiento rarísimo, manso declarado de salida, con regates de púgil ante los capotes y que se escupió descaradamente de los caballos, huidizo a más no poder; pero el salmantino se tuvo fe y se la tuvo a semejante pájaro, y “Licenciado” terminó embistiendo con un son delicioso por ambos pitones, correspondiendo con insólita calidad a la entrega del torero, que primero lo fijó del tercio a los medios con medidos y plásticos doblones, y luego le corrió la mano a placer, mejor con la derecha que con la zurda, en faena compacta y emotiva, que el público siguió con verdadero entusiasmo.

Muerte de bravo, en los medios, tuvo el colorado de Alcurrucén, y sólo al despistado presidente le pareció que aquello no merecía el premio de las dos orejas. En pago, tuvo que darle una del sexto –éste sí manso perdido: blando al hierro, huidizo, calamochero y probón—al que Del Álamo se arrimó como desesperado, apoyado unánimemente por un público decidido a arrancarle al palco ese apéndice tan mal negado con anterioridad. Inviable del todo una faena limpia y ligada, desprendida la estocada, aun así Trinidad López tuvo que sacar el pañuelo y ceder el trofeo que le abría a Juan del Álamo su primera puerta grande de Madrid. Y sin duda, la más clamorosa de las tres habidas durante la presente isidrada. 

Ya veremos si sirve para que el salmantino circule por las ferias, o queda en mera anécdota.

Gran toro de Alcurrucén

Negro meano, precioso de hechuras, se llamó “Antequerano”, salió en cuarto lugar y le correspondió a El Cid, que aun toreándolo bien –incluso muy bien por momentos—no llegó a ponerse a la altura de un ejemplar de gran codicia y nobleza, con un son y una transmisión tremendos. Claro que no era fácil poderle, y El Cid le pudo, y hasta le sacó algunos derechazos y naturales de escándalo, la mano bajísima, el temple exacto y ligados en un palmo.

Pero la faena, vista en conjunto, no alcanzó el nivel demandado por el quizás mejor toro de la feria. Aun así, sin el pinchazo previo a la estocada seguramente le habría cortado una oreja a este gran “Antequerano”, cuyo arrastre fue acompañado por una ovación clamorosa, acorde también con su gran pelea en varas, la segunda de las cuales tomó desde largo, recargando con gran fijeza y estilo. Un toro de vacas, que decían los clásicos.

Antonio Ferrera

Ineludible el elogio del veterano diestro ibicenco, que vive la etapa magistral de su accidentada carrera y por fin está encontrando el reconocimiento debido. Si el 21 de mayo les había inyectado vigor, a fuerza de torerismo, a dos apagados animales de Las Ramblas, buscándole al juez una bronca por negarle la segunda oreja del cuarto tras magnífica faena, este viernes 9, con la decepcionante corrida de Adolfo Martín, exhibió una vez más valor y recursos de sobra, acompañados de un temple, una verticalidad y un buen gusto de nuevo dignos de premio, malogrado en este caso por su espada. Pero la prolongada ovación de Las Ventas a Ferrera supo a confirmación rotunda de que hay en él un maduro maestro en tauromaquia.     


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