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Desde el barrio: La bravura de otro tiempo

Martes, 02 May 2017    Sevilla, España    Paco Aguado | Opinión   
...Así fue "Platino"; un huracán de seria y seca bravura desbordada...
En una feria de Abril en la que, hasta hoy, han saltado una docena larga de toros de triunfo, uno especialmente ha marcado las diferencias. No ha sido el más factible, ni el de más clase o el más "toreable", según los criterios al uso, pero sí el más bravo. Con creces. Se llamaba "Platino" y llevaba marcado a fuego en el cuadril el hierro de Victorino Martín.

Por ser distinto, tampoco fue un “victorino” típico, en tanto que sus acusadas hechuras ibarreñas –largo y bajo, muy degollado de papada, de pitones blancos, cortos y remangados, con un cuello kilométrico y de pelo negro…– le acercaban morfológicamente más a los "gracilianos" salmantinos que a los "albaserradas" de la familia Martín. Saltos caprichosos de la genética…

Y fue bravo, muy bravo. Tal vez demasiado bravo, con un comportamiento y una actitud sobre la arena, un aire de felina fiereza, que parecía fuera de época, como de otro tiempo y contexto históricos. Para ser más concretos, como si se tratara de un toro de los broncos años treinta, esa segunda parte de la Edad de Plata en la que los ganaderos ya habían dado con la madre de la verdadera casta brava pero sin tiempo aún para refinarla.

Así fue "Platino"; un huracán de seria y seca bravura desbordada, una prueba de fuego y supervivencia para quien se le pusiera delante  ya desde que salió al anillo achatado de la Maestranza con esa fuerza telúrica con que apretó de salida ante el hábil capote de Ferrera, en esas arrancadas aún sin desbastar, ásperas y desordenadas pero arrolladoras. 

Le faltaba todavía, para darle lógica y su total sentido a la suerte, pasar por la vara del picador, al que acudió como un torrente para derribar al jaco fácil y estrepitosamente a puro golpe de riñón, en rectitud y con la cara abajo. Pero una vez cobrada su presa, el crecido toro aún se dio el lujo de subirse sobre el derrotado con temible saña, como buscando hacerle pagar cara la osadía de haberle retado.

Cuando salió del peto empezó a meter ya la cara abajo a los capotes, justo antes de cobrar igual de fijo un segundo puyazo que, de no haberse desestimado su tremenda capacidad ofensiva, aún debió haber tenido continuidad en un tercero para bien de quien después tenía que tomar la espada y la muleta.

Tuvo Ferrera el gran detalle, de auténtica memoria histórica, de sacar a banderillear con él a José Manuel Montoliú, apenas dos días antes de que se cumplieran los veinticinco años de la muerte de su padre sobre este mismo albero de oro en el que ahora brillaba "Platino". 

El matador pareó con presteza, sin dormirse en la suerte, en el primer encuentro y recurrió al quiebro en el tercero para no gastar hiel, pero Montoliú quiso honrar a su sangre y se dejó ver en un segundo par honestísimo, tanto como franca y acelerada fue la arrancada del toro, que no necesitó soltar un derrote ni esforzarse demasiado para derribarle de un pitonazo en el muslo, como un golpe "recto" de un boxeador.

Mientras Ferrera y su hombre de plata levantaban sus manos al cielo de Montoliú, "Platino" se entretenía en rematar bajo el burladero donde le sujetaban, pidiendo guerra, esperando al tenso pulso de poder y mando que se planteó desde el primer muletazo que le dio Ferrera.

Por arriba, ni tuvo ni uno. Sin sometimiento, "Platino" se revolvía como un huracán que se sumaba al viento que molestaba a esas alturas de la corrida. 
Por abajo, mejor. Era lo que pedía, pero también así cada cite era una moneda al aire, una exigencia de férreo pulso y firmeza al timón y de asiento de plomo de las zapatillas sobre la arena…

Así que Ferrera, paciente, sobrado de experiencia y oficio de mil batallas, pendiente de esa mirada temible por su brava determinación, encontró la llave en un cite a muleta algo retrasada que asegurara el embroque y un remate a media altura que desplazara la ola crecida y evitara la repetición rauda en un palmo de terreno. 

Sin ligarle los pases, "Platino" escarbaba no como manso sino de puro nervio, por su ansiedad para seguir peleando. Y es que esa era la verdadera dificultad del toro: encauzar una repetida e inagotable fuerza de la naturaleza, no perder la iniciativa ante unas exigentísimas arrancadas que no perdonaban la mínima duda, no por sentido ni mala intención sino por el franco peligro de un ataque directo y  desbordante, presto a ir con todo por delante al reto.

El pulso fue largo, con sus pausas y con sus respiros necesarios e imprescindibles para Ferrera, que manejó los tiempos y la escena y que acabó consiguiendo no sólo no sucumbir al tsunami, que no era poco, sino que aminoró con solvencia y astuta inteligencia la gravedad de ese duelo a cara o cruz que se acabó resolviendo a los puntos.

Pero fue sólo con la espada atravesándole las entrañas como se fue diluyendo, gota a gota, la infatigable bravura de "Platino", en esa bella y épica agonía de los indomables con la que también marcó su admirable singularidad.


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