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Carta abierta a Chucho Solórzano

Jueves, 16 Mar 2017    Ciudad de México    Juan Antonio de Labra | Opinión     
... Ahora que te has ido, sólo quedará en mi corazón el eco de tus...
Me ha dolido mucho tu partida, Chucho. No la esperaba tan pronto. Ni de esta manera tan sorpresiva, pues apenas el viernes hablamos por teléfono y no me comentaste que estuvieras enfermo o que te sintieras mal. Al contrario. En tu voz siempre vibraba esa chispa de alegría que me fascinaba.

No he podido grabar mi comentario editorial, como todos los jueves. Un nudo en la garganta me lo impide. Y te ofrezco una disculpa por ello, pues sé que te gustaba escuchar mi voz y ponderabas mi trabajo, o me hacías una crítica puntual, constructiva, algo que a mí me halagaba y me enriquecía.

Ahora que te has ido, sólo quedará en mi corazón el eco de tus palabras, tu aliento para no desfallecer nunca, tu sugerencia de plantarle cara a la adversidad con ese talante romántico y torero que tú personificabas con natural elegancia.

Ya desde la primavera del año pasado cuando te recordé que en septiembre de 2016 cumplirías 50 años de alternativa, y que era preciso festejarlo, se te metió en la cabeza la locura de torear un festival. Cuando me contaste aquella increíble ocurrencia me quedé asombrado. Y fiel a tu capacidad de acción, te pusiste a hablar con varios toreros de tu gusto para que alternaran contigo en dicho evento. Tenías una impresionante afición que nunca te abandonó.

La verdad, y lo comentamos en "Aguas" el año pasado, tú ya no estabas para esos trotes, por más que te hiciera ilusión verte otra vez rodeado de gente, en un redondel, siendo el epicentro de las miradas, proyectando un sentimiento de grandeza. Dudaste ante aquella negativa mía.

Andando los días sentí un gran alivio cuando sonó el teléfono al día siguiente del accidente de El Pana y me dijiste que ya no ibas a torear ese festival. Aunque no me lo confesaste, sé muy bien que te espantaste con lo que le sucedió al pobre de Rodolfo, el torero de tu madre.

Un rayo de sensatez te hizo llamar a las figuras que ya habías involucrado para disculparte, incluidos Morante y Diego Urdiales, que también se habían entusiasmado mucho de torear contigo aquel festival que se quedó anclado en el fondo de tu fecunda imaginación.

Pero ya no te hacía falta torear, Jesús. Ya lo habías dicho todo como torero. Y siento que cuando tomaste la decisión de echar abajo aquel festival, te quitaste un enorme peso de encima. Estabas feliz. Así eras tú de espontáneo. No tenías ningún complejo. Eras consecuente con tus actos.

Lo que sí me hubiera hecho ilusión era haber ido a tentar otra vez contigo, como cuando compartimos aquellos maravillosos días de sol y campo en varias ganaderías, antes del festival que toreaste en Texcoco, en homenaje del inolvidable Silverio, uno de tus toreros favoritos y "patéticos", como tú decías también del gran David Silveti, del que tanto hablamos.

Esos largos viajes en carretera eran una delicia a tu lado. Solos, oyendo flamenco; escuchándote hablar de la vida, de la que te habías empapado a tope. No dejaba de emocionarme la riqueza de tus vivencias, la amenidad de tus anécdotas, la profundidad de tus conocimientos, o tu forma de entender el toreo como muy pocos lo entienden hoy, los toreros de tu corte, seres extraños que, por desgracia, ya están en peligro de extinción.

Ahí teníamos ese fantástico punto de encuentro que me motivaba a procurarte tan seguido. Para mí era importante saber que contigo hablaba el mismo idioma, y disfrutar el arte juntos, ya fuera en una faena, un documental, una melodía o una película. Bastaba apenas un cruce de miradas para tener esa certeza, como cuando te puse el disco donde mi padre cantando unos tientos. Lloraste, sensible como eras, al reconocer el temple de su guitarra y evocar su tremenda simpatía. Y también, rememorar los viejos recuerdos de tu época como novillero en España, cuando vivías a lo grande, fiel a las nobles costumbres de tu asolerada estirpe.

¡Cómo te  hacía gracia aquella frase mía de que tú habías sido el único torero mexicano egresado del "Harvard del Toreo"! Porque las personalidades que tú trataste, con los toreros que te relacionaste desde niño, los que conociste cuando eras joven, y con los que trabaste amistad años más tarde, todos, absolutamente todos, eran unos auténticos tíos, desde tu padre y el maestro Fermín, pasando por Silverio y Arruza, y más tarde Luis Miguel,  Ordóñez, Curro Romero o Álvaro Domecq, entre muchos otros, de aquí y de allá, que comulgaban con una misma filosofía taurina, esa que, por desgracia, ya escasea en esta época de frivolidad y ligereza.

Y qué decir de los ganaderos con los que conviviste, tanto en España como en México; los de allá, señores de Jerez de la Frontera; y los de aquí; los de antes, claro, especialmente sobre todo tu primo Paco Madrazo, que tanto te quiso y paladeó tu toreo en la intimidad de la placita de La Punta, que era como tu casa.

Poco a poco van desapareciendo de mi horizonte todos esos personajes, Chucho, que aprendí a querer y admirar más a través de tu generosa enseñanza; la gente como tú, que me ha servido de guía; aquellos que han inspirado mis pasos y han dejado esa honda huella humana y taurina que se va difuminando lánguidamente en medio de un océano revuelto, donde esos robustos faros hoy día tan sólo son puntos cada vez más lejanos vistos a la distancia.

Pero como artista consumado, aquí me dejas tú emoción y tu astucia, intensa, febril, y la motivación permanente de superación a la que te aferraste con una fe inquebrantable para alcanzar "una vida lograda", pensando siempre en positivo, sin amarguras, tratando de dar lo mejor de ti en cada momento. Con eso me quedo. Te voy a extrañar mucho, Jesús. Y lo sabes. Ahora sólo te resta echarme de vez en cuando un capote desde allá arriba.


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