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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 23 Feb 2017    Ciudad de México    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...y la autoridad, en coordinación con la empresa, agilizaran esos...
Los tendidos de la Plaza México siguen convertidos en un auténtico tianguis, con vendedores por doquier, moviéndose sin respeto durante la lidia, infringiendo el reglamento, mientras el espectáculo se ve continuamente interrumpido y, casi todas las tardes, las corridas se alargan de manera innecesaria unos 30 minutos más del tiempo que deberían de durar.

Desde luego que los esquilmos representan un ingreso considerable para la empresa, y que mucha gente disfruta consumiendo todo tipo de chucherías, pero al margen de esta circunstancia, sería bueno agilizar el excesivo tiempo que se emplea entre toro y toro para este desmedido afán de comercio. 

Muchas veces casi una cuarta parte del tiempo de un festejo se traduce en una despaciosidad exasperante: que salga el tiro de percherones a paso de tortuga para aproximarse al toro muerto; las continuas miradas del puntillero al palco de la autoridad para ver si concederá o no una oreja, no obstante que la petición sea nimia, y luego, finalmente, enganchar al toro para ser retirado del ruedo.


Entre esa operación y la de ver los rastrillos de los monosabios ir y venir más tiempo del necesario, ver cómo riegan la arena, escuchar el pasodoble eterno de las alturas, observar la mirada perdida del torilero levantando la cara hacia el palco para ver cuándo se le ocurrirá al juez dar la orden de que suene el clarín… y ya pasaron más de cinco minutos que, entre toro y toro, suman unos 25 minutos de tiempos muertos, que son insufribles.

Se comprende que los baños están lejos; que los vendedores no se dan abasto; que el trompetista de la banda se quiera lucir, y un largo etcétera de concesiones para que aquella falta de dinamismo nos parezca algo normal. Y si a ello sumamos esos desabridos reconocimientos que muy a menudo entregan a los toreros ciertas peñas al finalizar el paseíllo, todo ello aumenta la lentitud de los hechos.

Es verdad que las corridas en La México se llevan a cabo a otro ritmo distinto al que suelen tener en España, y aunque parece que a nadie le importa que sean tan largas, ni tampoco las faenas, ciertamente la distracción de la gente se sucede en densos vaivenes. Lo suyo sería que el personal de plaza y la autoridad, en coordinación con la empresa, agilizaran esos recesos para que sólo fueran puntuales, y no tan largos, monótonos o hasta soporíferos.

Eso contribuiría a que la emoción mantuviera un tono sostenido, y cuando una corrida sea aburrida, pues a hacerla menos lenta y tediosa de lo normal. El caso es elevar la atención del público el mayor tiempo posible, y que lo que acontece sobre la arena contenga ese elemento de interés que nace del toro. Bien decía Gregorio Corrochano que "donde está el toro, está la corrida". 


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