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Desde el barrio: Desmemoria y olvido

Martes, 20 Dic 2016    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
...La incultura taurina del periodista especializado, ya sin...
A vuelapluma, de un día para otro, las noticias pasan y pierden su valor, el que ni los periodistas sabemos darles. Es tiempo de prisas, de acumulación masiva de intrascendencias, de carreras de relevos sin tiempo para un mínimo análisis ni mucho menos para cribar la importancia de los hechos.

Manda la propaganda, la satisfacción del “cliente”. La guía es el titular absurdo que genera “pinchazos”; la norma, dos párrafos, tres a lo sumo, mal redactados para desarrollarlo, no sea que el lector superficial se nos aburra. No más de un minuto por noticia. La red marca las pautas que, acomplejado, perdida su grandeza, obedece el papel. Y, así, el periodismo va agonizando junto a la sintaxis.

También le pasa al casi extinto periodismo taurino, entregado ya al amateurismo, a la lógica desmemoria del voluntarioso y explotado becario, o al tunelero prejubilado que mata su aburrimiento a golpes de vanidad, o al publicista censor que impone, por las migajas, la superficialidad complaciente, para provocar ese ruido monótono que equivale al silencio.

Si no pagas, no existes. Como los muertos. Será por eso, o por esa desmemoria general de las redacciones, por lo que el fallecimiento de Manolo Cisneros en una clínica de Barcelona ha pasado, salvo honrosas excepciones, tan casi desapercibido como los de Manolo Armilla, Victoriano de la Serna hijo y otros desaparecidos ilustres: tres tristes párrafos tal que tres triste tigres.

Los obituarios, parece, también han muerto por falta de "rentabilidad" y/o de conocimientos. La incultura taurina del periodista especializado, ya sin tertulias, sin lecturas, sin referencias, se apoya únicamente en la débil y breve memoria de los últimos años, confiado por entero a rebuscar cien gramos de pasado en el recurrente contenedor de basuras de la Wikipedia.

La implantada certeza periodística de que lo antiguo no existe, por ignorancia, es una de las causas que favorece la deriva irrespetuosa y desclasada que sufre el toreo actual, que desconoce su historia y que, al oírlos, se extraña de los nombres y de los hombres que la forjaron con una dignidad ya olvidada, arrinconada en la memoria de unos pocos lunáticos que pierden el tiempo en recordar y comparar.

Pero así son ahora las cosas: tres párrafos para resumir toda una vida, la de Manolo Cisneros, caballero del honor y del trato de despachos, conversador culto y pausado, apoderado de grandes toreros –Viti, Romero, Esplá– que, no por casualidad, también hablan despacio de toros, que saborean sus reflexiones del toreo en la era del pensamiento único, del fast-food de los estúpidos y confusos 140 caracteres.

No era este, desde luego, el mundo del toro en que se movió Manolo Cisneros, quien, ya retirado, caminaba despacio y anónimo el zaragozano Paseo de Sagasta, quizá sumido en aquella edad dorada de la casa Balañá que él alentó y otros saquearon, en sus tratos de buena mesa con Canorea y Chopera, en sus viajes de largas tertulias con el Bambino de Alicante…

Se ha ido Cisneros también despacio, y sin darle tres cuartos al pregonero como buen apoderado que fue. Quizá uno de los últimos que pudo considerarse como tal, una vez que el torpe sistema empresarial español de esta época se ha ido encargando de eliminarlos, pero sin saber que en el mismo pecado de prepotencia ha llevado la penitencia de su caída hacia la nada que se está concretando este invierno.

Apoderados… Aún quedan algunos, los que todavía resisten a la masacre. Unos pocos y raros ejemplares de una raza en extinción, supervivientes a la invasión de nuevas especies de taurinos sin pedigrí, sin experiencia ni respeto. Pero este ya no es su tiempo, sino el de los sumisos e incautos adláteres de toreros, de los espontáneos pretenciosos y ruidosos que negocian sus ruinas por twitter y alimentan, a tanto la cursilada, el negocio del periodismo sin memoria.

Que a nadie le extrañe, pues, que Cisneros se haya ido entre el silencio. El silencio de los corderos.


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