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Desde el barrio: La feria del mostrenco

Martes, 22 May 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Cumplido ya su ecuador, la feria de San Isidro de este lastimero 2012 está siendo un absoluto desastre ganadero. Los dedos de una sola mano bastan para enumerar los toros que realmente han ofrecido un mínimo de prestaciones para la lidia, si por ello entendemos no ya la bravura sino la entrega, el empuje y la emoción en sus embestidas.

Hace muchos años que los madrileños estamos acostumbrados a esta penosa situación en una plaza que ya perdió el rumbo ganadero y el sentido común sobre el concepto del toro de lidia en los tiempos de las vacas gordas, y nunca mejor traía la expresión. Pero lo de este año roza los límites de lo demencial.

De las diez corridas lidiadas hasta la fecha en el ruedo venteño, más de la mitad arrojan una media de peso cercana a los seiscientos kilos, algo que no había sucedido nunca en esta plaza. Un nuevo récord y una "medalla" más para una empresa que acaba de conseguir la hazaña de que se redujera el número de abonados por primera vez en treinta años.

Este ciclo isidril está sirviendo como pasarela de mostrencos, de toros viejunos y baratos (van lidiados hasta veinte cinqueños, un tercio del total), de corridas destartaladas, de sobreros bastos y boyancones de hierros olvidados o desconocidos, que salen al ruedo con esa capa de polvo de los trastos abandonados durante años en los desvanes que taurinamente son los corrales oscuros de Las Ventas.

Nos estamos hartando de ver salir al ruedo toda una piara de toros desproporcionados, que, en realidad, son animales deformes, sin armonía ni verdadero trapío. Toros excesivamente aleonados, empinados como las cumbres del Guadarrama, que enseñan por delante su imponente y aparente cuarto delantero, alzando su aparatosa testa sobrearmada por encima del ya elevado nivel de sus agujas, pero que esconden  a la vista de los funcionarios de la veterinaria su caído y escurrido cuarto trasero, incapaz de empujar su masa delantera.

El aficionado y, lo que es peor, los ganaderos, parece que han olvidado que ahí, en los riñones y en la culata, se aloja el verdadero motor de la bravura. Sin la fundamental "tracción trasera", esos toros se atascan en sus embestidas, se frenan, se defienden echando las manos por delante y la cara arriba, sin rematar nunca sus arrancadas. Y así no hay nada que torear, solo aplicar una técnica especulativa y la habilidad sin lucimiento.

Lamentablemente, de tanto ver en la arena a estos toros para el asfalto de las calles, muchos han acabado creyendo que el aparato y el peso exagerado son sinónimos de trapío y de seriedad. Y que ese comportamiento defensivo es la casta. Y lo peor es que en medio de tanta confusión, esfuerzos lidiadores, auténticos alardes de valor y de solvencia en el oficio, ni siquiera se valoran sino que son pitados y desdeñados incluso con sangre derramada de por medio.

El panorama venteño de los últimos años, y en especial el de éste de la crisis, es desolador. La plaza de Madrid necesita urgentemente un cambio de rumbo, una reflexión meditada sobre el toro que ha de salir a su ruedo, ese toro serio, sí, pero fino y armónico, como siempre fue el verdadero toro de lidia, porque de seguir por estos derroteros del anti-espectáculo la "desaceleración" en la venta de abonos tomará una inercia difícil de remontar en plena crisis económica.

Por eso hay que exigir responsabilidades a una empresa con todo a favor y en la que se asocian tres de los taurinos más poderosos de la actualidad, pero que, con todo un equipo de veedores y toda su fuerza negociadora, no ha sido capaz aún de reseñar un toro adecuado para Madrid. Ni de imponerse en el turbio juego de intereses internos que, según parece, se vive en los corrales de Las Ventas en cada reconocimiento veterinario. El fracaso de cada corrida venteña está sentenciado desde siete horas antes de que suene el clarín.


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