Infinidad de lecturas nos remiten a la celebración de espectáculos que no cubrieron a satisfacción propósitos siempre deseables por la afición a los toros. Esto ocurrió frecuentemente durante los siglos XIX y XX. También había venido siendo una constante en otros tantos ocurridos en lo que va del XXI, hasta que apareció ese toro que nadie esperaba.
Su presencia fue, es y sigue siendo de tal dimensión, que en el simbólico ruedo de la vida se ha armado un auténtico herradero. Es tiempo pues de que el "matador" en turno, junto a su cuadrilla se dispongan a realizar faena vistosa, inteligente y clara, lograda para convencer al más escéptico. Y ese "matador", y sus cuadrillas, que serán todos cuantos participen en el ritual de la tauromaquia, de asumir y hacer suyo el papel protagónico para el que ofrendaron sus vidas, estoy seguro, se entregarán al momento del sacrificio; convencidos momento a momento, de culminarlo heroicamente; sin ambages ni eufemismos.
La comunidad toda estará de acuerdo en sumarse a la ceremonia elevando su canto para celebrar el culmen del holocausto. Asumir tal empeño, donde incluso les vaya la vida, harán crecer como caja de resonancia la magnitud de dicha consagración, con tal capacidad, la de convencer a nuevos tirios y romanos, enfrentados hasta hace muy poco, a una desgastada contienda.
La iglesia católica (ligada indefectiblemente a este ejercicio), tiene claro sus propósitos de convencer legiones de almas, a partir de un discurso eficaz, fortalecido por la potente figura de un auténtico revolucionario que encabece tan digno movimiento espiritual. Si ese modelo o paradigma se aplica en tan rigurosa como clara y legítima voluntad por parte de quienes profesan o son practicantes de la tan misteriosa religión del toreo, estoy seguro, encontrará también multitud de nuevos creyentes, convencidos de que cuanto han visto u oído forma parte de una "religión" seductora, cuyo encantamiento, como el amor, eleve ese acto terrenal a lo majestuoso. Y aún más, a lo celestial que en esto goza del privilegio y la gracia sus "momentos", aunque efímeros, gozosos.
No olvidemos, como lo anotaba Lope de Vega, y aquí anticipo a definir el concepto "toreo"… es algo que se aposenta en el aire / y luego desaparece. Aún más, al poseer razones misteriosas ha sido capaz de detener el tiempo.
Esta no es una crónica más, es la realidad en su absoluta pureza por cuanto habremos de enfrentar, desde el sacerdote hasta quienes escuchamos o presenciamos ese divino y anhelado sermón con el cual retornaremos de nuevo a las plazas de toros donde esperaremos la consumación tarde a tarde de un auténtico prodigio.
Encaminados ya por el sendero de esa dura realidad que será recuperar el ritmo, el paso que se venía dando antes de la pandemia, en este aquí y ahora, las prácticas de todo cuanto se haga, habrán cambiado. Y en el toreo, cada uno de sus procedimientos tendrán que aplicarse no solo bajo rigurosa observación.
En ese sentido, quienes participen en la puesta en escena habrán de ser muy cuidadosos, no solo porque lo recomienden usos y costumbres, sino por el hecho de que quienes asistimos a dicha representación, deseamos un festejo acorde a lo recomendado por la tradición. De otra forma, diversas miradas que esperan bajo el discurso de la oposición, van a desatarse –como los demonios–, en un caudal de críticas, nada bueno si nuestras pretensiones son las de una legítima defensa y su consiguiente permanencia, la de un legado o patrimonio que muestre evidentemente un conjunto de distorsiones que abonen aún más, el argumento de la tortura, así en forma abierta y declarada.
Tortura es, para ellos, el ataque colectivo, acompañado de agresiones con instrumentos punzocortantes. Causar además derramamiento de sangre, agotamiento y agonía a un toro que se ve impedido de escapar que luego termina siendo retirado al destazadero, mientras los toreros y el público celebran un infortunado triunfo luego de haberse cometido semejante horror.
Nosotros, los taurinos estamos convencidos primero de que se trata de una ceremonia, de un ritual cuyo desenlace es el sacrificio y muerte del toro lo cual queda sometido a la frontera entendida entre el todo y la nada que, entre lo pagano y lo profano alcanza status similar cuando el sacerdote ofrenda el cuerpo y la sangre de Jesucristo; sístole-diástole de la tauromaquia.
No es cosa fácil pero si asumimos el significado de este tiempo nuevo, todo tendrá que adaptarse a realidades muy claras, nada encorsetadas. Se vive hoy en medio del más frágil de los reposos y esa fragilidad será límite difícil de remontar si los taurinos permitimos volver a aquellas prácticas perniciosas, nada favorables de aquí en adelante.
Un soplo, por ligero que este sea, puede desatar esa perfecta red que construye una araña, aunque sabemos que puede ser tan resistente para los fines por ella concebidos. Así nos encontramos ahora, plenamente despiertos y conscientes de que la vida continuará. Sin embargo, y repito una vez más la recomendación, tendremos que poner en marcha una labor quirúrgica incluso, para que el toreo en su nueva marcha, quede intocado, puro, heroico y majestuoso. Toro verdad, toreo verdad, todo verdad.
No pueden quedar de lado todos los hechos y recuerdos concebidos en cinco siglos de paciente construcción. Esa historia acumulada –con todo y desaciertos–, ha merecido integrarse en diversas formas en otros tantos géneros literarios en más de dos mil doscientos títulos y esto no es una casualidad. Así que lo otro sería un sin sentido. Y si en seis años la tauromaquia mexicana ha de alcanzar 500 años, es porque creemos que dicha conmemoración ha de celebrarse dignamente.
Tengo la certeza de que cumpliremos a cabalidad con lo requerido para continuar con el curso de ese viejo ceremonial. Sabemos que no estamos cometiendo ningún delito en cuanto a su desarrollo. La fiesta de los toros tiene un profundo fundamento que se liga a la costumbre de reunirnos en un espacio abierto en donde sin ningún prejuicio consideramos como legítima la aprobación en la que una comunidad celebra la dignificación de la bravura, de la belleza y la inteligencia enfrentada con aquella imponente fuerza, la de un toro, cuya figura es la que más exaltamos.
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