Al Toro México | Versión Imprimible
Historias: Las glorias de Silveti
Por: Francisco Coello | Foto: FC
Miércoles, 25 Mar 2020 | CDMX
"...Con el mechón sobre la frente y un grueso tabaco entre..."
Juan Silveti Mañón (1893-1956), era con frecuencia, un torero que sabía hacer del humor, o de la bondad, ejemplo claro de su personalidad. Si desean conocer parte de estos perfiles, acompáñenme por favor al siguiente muestrario.

Con el mechón sobre la frente y un grueso tabaco entre los labios, se caracteriza invariablemente la figura pintoresca y simpática de Juan Silveti, el torero condecorado de infinitas cicatrices. Su vida desordenada y bohemia lo convierte en un héroe de leyenda, alrededor del cual la fantasía del pueblo ha tenido romances y aventuras increíbles.

¿Quién lo ha visto de corbata?
 
Nadie. Porque Silveti detesta todo lo que sea convencionalismos sociales, más bien por aparentar ser un pelado que por serlo efectivamente. Es cuestión de reclamo, para conquistarse las simpatías de las masas, y gusta de visitar las pulquerías, comer pancita y menudos en los arrabales y que todos lo llamen El Meco, El Indio y El Pelado Juan.

Pocos toreros han ganado los miles de pesos que Silveti. Y sin embargo, por su mano pródiga y su buen corazón, no tiene libreta de cheques ni depósitos en los bancos. Los toros le han dado una fortuna: ha ganado alrededor de un millón de pesos. Pero en la satisfacción de sus caprichos, en las peleas de gallos y en su largueza de gran señor, ha derrochado el oro y la plata de sus duelos con la muerte. Un día, reprochándole su ninguna pasión por el dinero, varios amigos le decían:

–Oye Juan; hay que pensar en el porvenir, cuando seas viejo y ya no puedas torear.
 
Y Juan contestó:

–Y yo, ¿para qué diablos voy a guardar dinero, si al fin he de morir en los cuernos de un toro?

BOTARATE (alguien que posee poco juicio obrando precipitadamente y sin reflexión) como nadie, en esta anécdota se pinta de cuerpo entero Juan Silveti. Estaban en un café varios toreros, entre ellos, Rodolfo Gaona, Matías Lara "Larita", Marcial Lalanda y Juan Sal "Saleri". 

Estaba también Silveti y jugaban las copas. Por una de esas rarísimas casualidades, Gaona, predilecto de la fortuna, perdió. Importaba la cuenta diecinueve pesos setenta y cinco centavos. Pagó con una azteca y la meserita puso sobre la mesa los veinticinco centavos de vuelto, rehusándose a tomar esa propina insignificante. Silveti, en un gesto de esos que le han dado cartel de espléndido, tomó la palabra:

–Guarda tus fierritos, mano, que no somos tan pobres…

Y obsequió un centenario en medio del asombro de los contertulios.

Gaona, filosóficamente, guardó sus veinticinco centavos.
 
Y comparemos: Juan es un bruja, que a veces, para torear una corrida, tiene que pedir un anticipo y desempeñar uno de los trajes de luces. Rodolfo es millonario.

Hay en el toreo una clasificación bien conocida: la de toreros artistas y toreros machos. A esta última pertenece Juan Silveti.

Valiente hasta la temeridad, no obstante que su cuerpo es un museo de cornadas, se arrima a los toros como si desconociera las caricias de las fieras.

Aclaro, que los apuntes hasta aquí recogidos, provienen de una interesante colaboración que, Arturo Rigel, colaborador de Revista de Revistas, entregaba para su edición del 7 de marzo de 1926.

Por eso afirmaba que… el número de veces que Juan ha caído en la arena, es asombroso:

DIECINUEVE. Quizá los únicos que puedan disputarle este campeonato de visitar las enfermerías sean Luis Freg y el Reverte Mexicano (Arcadio Ramírez).

Así como es pobre de dineros, es rico de sobrenombres: Juan Sin Miedo, El Tigre de Guanajuato, el Meco, El Tigre del Bajío, Belmonte Mexicano, el Hombre de la Regadera y el Hombre del Mechón, entre otros más.

El primero de estos apodos es el más conocido, y sirve también para nombrar una pulquería, así como hay otras que se llaman "Las Glorias de Silveti" y "Los Triunfos de Silveti".

En esto sí se parece a Gaona, que luce su nombre en diversas pulquerías.

Una tarde que Juan toreaba en México, ya vestido y como todavía faltaban veinte minutos para partir plaza, se fue a la enfermería y tranquilamente se acostó a dormir en la mesa de operaciones.

Allí lo encontró un cronista de toros: "Rascarrabias", que despertándolo, le dijo:

–¿Qué haces aquí, Juan? Ya es hora…

–Pues calentando la cama, por si vengo después.

Su vida amorosa podría escribirse en folletos. Juan Silveti es un moderno Juan Tenorio, y ha tenido galantes aventuras en todas partes. Las de los cafés y teatros son las más populares.

Hubo una meserita, Carmen, la de los grandes ojos negros, que decepcionada del torero y de las promesas que nunca le cumplió, se suicidó por él, envenenándose. Esta es una de las víctimas. Otra fue la novia con quien se casara ante un juez supuesto, y que luego le acusara de engaño.

Aquí agrego otro pasaje en el que fue acusado de "robarse" materialmente a otra amante, hija de un picador de su cuadrilla en la ciudad de Puebla, huyendo. Aquel final, digno de un episodio pasional, tuvo el ágil remate en el que Juan, siendo diestro en el manejo del caballo, llevó a su amada en las ancas de aquel soberbio ejemplar. Silveti, enterado del escándalo, que ya había subido a niveles judiciales, "liberó" a la enamorada y ahí terminó el episodio.

Siguiendo con las interesantes historias y pasajes que Rigel reunió en su texto, encontramos estas otras "perlas".
 
Él también ha sido la víctima. Después de la novela que vivió con una tiple de moda (esto al parecer que ocurrió con Celia Montalbán), y tras el disgusto que terminó estos amores para siempre, Juan no podía olvidarse de la hermosa mujer. En un café, antes de marcharse para España y ante varios amigos, lloró por ella y quiso ahogar sus tristezas en el vino. No lo consiguió, porque todavía este amor le duele y hace sangrar su corazón.

Pero un 1o. de noviembre, justo cuando se representaba la célebre obra de José Zorrilla, y en plena representación –esto en un entreacto–, brotó un vozarrón del que surgió la frase "¡Aquí no hay más Don Juan que yo!". Y es que quien emitió aquello fue ni más ni menos que Juan Silveti que en esos momentos buscaba a su amiga, la actriz Celia Montalbán, quien en esos momentos representaba el papel de Doña Inés de Ulloa, hija del comendador y prometida de don Juan –aunque ya no se sabe si de Tenorio o de Silveti–. Consiguió su propósito, se la llevó en brazos y en el siguiente acto tuvo que ser sustituida por otra actriz.

Esta es la página de su vida sentimental que todo México conoce, y alrededor de la cual se han tejido los más absurdos comentarios. No hay que escribir el nombre de ELLA, porque todos lo saben.

Hace un año (esto en enero de 1925) y dos meses que epilogaron estos amores Juan Silveti y la artista de la sonrisa incomparable. Fue a España, volvió a México y se marchó al Perú, mientras ella sonreía. Siempre alejados, distanciados por el orgullo.

Regresó. Reaparecía el domingo 21 de febrero. Al dar la vuelta al anillo, correspondiendo a los saludos del público, sus ojos se encontraron con los ojos de ella. ¿Qué se dijeron entonces, en esa mirada?

En el primer toro cayó herido, no por torpeza sino por la nerviosidad que lo dominaba, por demostrarle a ella que era el primero en la jornada.

La que vivió con Silveti esta novela de amor, ha llorado y sufrido, torturada por la gravedad del torero. Entre sollozos, recordó el lejano día en que Juan, antes de marchar a la plaza, extendió a sus pies el capote de paseo y cantara: Pisa morena…

Hombre de invariable buen humor, lo ha demostrado en estas frases ingeniosas, en el sanatorio donde una vez más ha vencido a la muerte.

Antes de operarlo, le decía un médico:

–Te salvarás, Juan; no tengas miedo.

Respondió:

–¿Y cuándo lo he tenido?

Guaseando con la enfermera:

–Lo que me has de dar de inyección, dámelo de bistec.

Y comentando su gravedad, ante los amigos que lo visitaban:

–No sea que por enterrar a Juan Carnaval, entierren a Juan Silveti.

Pues bien, aquel amor intermitente habido entre Juan y Celia, aún tuvo algunas llamas allá por 1928. Rafael Solana nos recuerda que Juan actuaba en las plazas de los estados todos los domingos, y muchas otras veces entre semana. En las redacciones de los periódicos se recibían con mucha frecuencia los mensajes enviados por su apoderado. Seguía tan valiente como antes, cortaba orejas y rabos, salía en hombros… Pero ¿por qué no toreaba en México?

Era que Cupido había acertado uno de sus flechazos en el corazón del Tigre de Guanajuato.

Una noche, ya muy cerca de las 12, acabábamos de terminar una partida de dominó en la cantina La Reforma, esquina de 16 de septiembre y Bolívar. Don Manuel Perera, Juan Aguirre "El Conejo" y Antonio "El Valenciano" se despidieron, y yo me dirigí al Teatro Principal, al otro lado de la calle, para asistir a la cuarta tanda.

En el pórtico encontré a Silveti, quien al verme llamó al revendedor El Chícharo para comprarle una localidad de luneta para mí, al lado de la suya. Salió la gente de la tercera función, y entramos.

Quedamos instalados precisamente a medio patio. Sobre nuestras cabezas, a cierta altura, estaba colocado un globo confeccionado de telas de seda, con gajos de muchos colores. La boca del aeróstato estaba cerrada, y no se venía lo que pudiera haber adentro.

Comenzó la representación. De pronto, la orquesta dirigida por mi inolvidable amigo el maestro Germán Bilbao, atacó una especie de pasodoble, y todas las miradas, las de los artistas que estaban en escena, las de los espectadores y también las de los músicos, se dirigieron al misterioso globo. Se abrió la boca, y por ella descendió un trapecio en el que aparecía sentada una guapísima artista, vestida de mallas, una trucita y un corselete.

Espectáculo de maravilla presentaba aquella mujer cuyas formas parecían modeladas por el autor de la Venus de Milo.

Juan se quedó maravillado, y yo también. Comenzó la artista a cantar al mismo tiempo que se mecía levemente en el trapecio. El número resultó sugestivo, se aplaudió mucho y hubo de bisarse.

Desde esa noche Juan Silveti no volvió a estar tranquilo. Se dispuso a la conquista de aquella mujer que tan repentinamente había abierto una brecha en su corazón. Y comprendiendo el Tigre que el amor y el valor frente a los toros no siempre van muy de la mano, optó por entregarse de lleno al placer erótico, se ausentó de la capital y se dedicó a viajar por toda la República, en compañía de su amante, cuyo nombre, es hora ya de que se lo diga, era Celia Montalbán.

Obras de consulta:

Rafael Solana Verduguillo, Tres décadas del toreo en México. 1900-1934. México, Bibliófilos Taurinos de México, A.C., 1990. 228 p. Ils., retrs., fots.

Revista de Revistas. Marzo, 1926.

Otros escritos del autor, pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.