Al Toro México | Versión Imprimible
Lima o la evocación de un pasado histórico
Por: Juan Antonio de Labra | Foto: Germán Fernández
Domingo, 10 Nov 2019 | Lima, Perú
Paco Ureña y Joaquín Galdós cotaron sendas orejas en Acho
La segunda corrida de la Feria del Señor de los Milagros de Lima mantuvo el interés del público en todo momento, y la emoción fue como una especia de sube y baja conforme transcurrieron los minutos, gracias a la sensibilidad de un público cuya conducta resulta altamente gratificante.

Y siendo exigente, mas no intransigente, la afición limeña más entendida aplaudió lo bueno, recriminó aquello que no le gustó, y dejó entrever el respeto tan grande con el que afronta el espectáculo y su compromiso como ese ente catalizador que está situado en medio de la conducta del toro y el proceder del torero.

De esta manera, la corrida comenzó con una primera faena valiosa de Miguel Ángel Perera, que enfrentó un toro incierto, que terminó siendo complicado, con el que el extremeño porfió para tratar de sacarle provecho. Pero no fue fácil la encomienda, porque el de Santa Rosa de Lima miraba mucho al torero, comenzó a terciarse y desarrolló sentido.

Luego de ese trago amargo, saltó a la arena un toro castaño albardado, perteneciente a la misma ganadería, a la sazón propiedad de la familia de Joaquín Galdós, y fue ruidosamente protestado por el público, hasta que le juez de plaza tomó la correcta decisión de echarlo para atrás.

Entonces se corrió el turno, y saltó a la arena del amplio redondel de la plaza de Acho el toro que estaba reseñado como quinto, perteneciente a la divisa española de Sánchez Arjona, con el que Paco Ureña se esforzó por estar a la altura del compromiso, y alcanzó a robarle algunos pases templados y largos antes de que el ejemplar terminara desfondándose.

A estas alturas de la tarde, la cosa no estaba como para tirar cohetes, así que, de manera inteligente, Galdós se fue a recibir a portagayola al tercero, un toro negro, muy feo de hechuras, con una cara destartalada, que acabó embistiendo con cierta nobleza tanto al capote –sedoso y templado a la verónica– como a la muleta del limeño, que le hizo una faena de menos a más, con momentos buenos en los que alcanzó a entusiasmar a sus paisanos.

Uno de ellos fue el comienzo de la faena, cuando toreó con una rodilla en tierra en redondo, girando con ritmo y acompañando la embestida del toro, en un detalles que recordó a la figura de Jesús Solórzano hijo, que solía prodigra este tipo de muletazos en los años setenta.

Al final de su labor, una estocada entera, un tanto caída, provocó las protestas de un sector del público, y Joaquín, consecuente con lo hecho, dejó esa oreja benévola en manos de su cuadrilla antes de arranarse a dar una aclamada vuelta al ruedo.

Hasta aquí la corrida no terminaba de romper. Pero luego vino la faena de Perera con el cuarto, al que consintió mucho, donde la gente recobró ese entusiasmo inicial del paseíllo, y el extremeño le hizo una faena muy interesante en la que toreó con recursos, temple y asentamiento de plantas, en la que fue pespunteando -como dicen los sastres- y ejecutó dosantinas largas, suaves, de trazo largo, que calentaron el ambiente.

Una estocada desprendida impidió el corte de la oreja, no obstante que hubo una tímida petición, y visto que se había protestado la que había sido concedida a Galdós en el toro anterior, el resto de la gente se abstuvo de solicitarla en mayor grado.

Sin embargo, esto dio pauta a que Miguel Ángel diera una aclamada vuelta al ruedo en medio del entusiasmo colectivo que ya se había apoderado de la gente, que estaba contenta y dispuesta a seguir el buen rumbo por el que se había encaminado la corrida.

Cuando salió el quinto de la tarde, un sobrero de La Ventana del Puerto, que había quedado del año anterior, el silencio, mágico y sobrio de esta plaza, volvió a apoderarse del tendido, y una vez que Curro Vivas salió a bregar al toro para que 

Paco Ureña pudiese verlo, la vibración renació con fuerza en el tendido.
No habiendo tenido acoplamiento el murciano con el capote, con la muleta sí que dio algunos muletazos profundos, recios, tocados por esa forma de expresión reeditada y más dramática, de la que Ureña viene haciendo gala desde hace varios meses.

Y si bien es cierto que la faena no alcanzó las cotas de emoción requeridas para que aquello hubiese tenido más redondez, lo cierto es que hubo muletazos señeros, por ambos pitones, en series que abrochó con pases de pecho rematados hacia la hombrera contraria.

Con un toreo belmontino, heterodoxo y profundo, Paco le dio varios muletazos al toro que cimbraron el añejo tendido del coso limeño, y como mató de una estocada de impecable ejecución, a sus manos fue a parar una merecida oreja de un toro noble, que además tuvo fijeza y clase en sus embestidas.

La tarde había remontado la cuesta arriba del comienzo, y Galdós tenía la posibilidad, siendo el torero de la tierra, de haber abierto la Puerta Grande. Y aunque hizo una faena entonada a otro toro serio y hondo de Sánchez Arjona, a su labor le faltó más enjundia, mejor acabado, tal y como lo había hecho hacia el final del trasteo, en que sí se aplicó a fondo para entusiasmar a su gente.

Mas los tres pinchazos previos a la estocada definitiva emborronaron una labor de la que habría que destacar su toreo de plantas asentadas, en las que giró sobre los talones, siempre con la sana intención de hacer bien las cosas y de gustarse.  Todavía hay aspectos por pulir, pero en su tauromaquia se avizora esa base, importante, por bien aprendida, de un oficio que pude ir a más.

La gente salió contenta de la plaza, comentando las incidencias de una corrida en la que las cuadrillas estuvieron francamente bien, sobre todo los banderilleros, que parearon con arrojo y torería, exponiendo el físico y demostrando el dramatismo natural en tercios que tuvieron el sabor de otra época.

Mención aparte merece el soberbio puyazo que colocó Ángelo Caro a ese quinto toro, de La Ventana del Puerto, en una estampa de categoría cuando el ejemplar de la divisa salmantina le arreó con fuerza, primero por el lado izquierdo, e instantes después por el lado de la espuela, para rehacerse con enjundia y acabar picando en los mismos medios del redondel.

Detalles como éste; silencios respetuosos, exigencia justificada, y entrega cuando así se ameritaba, hicieron del público limeño, en esta tarde, la delicia del visitante, del que llega hasta Perú con la ilusión de reencontrase con su afición y su Fiesta, que ahí, en este hermoso país sudamericano, mantiene una esencia de rasgos históricos, y más aún en una plaza incomparable, como es la de Acho.
Ficha
Lima, Perú.- Plaza de Acho. Segunda corrida de la Feria del Señor de los Milagros. Media entrada en tarde agradable. Tres toros de Santa Rosa (1o., 3o. y 4o.) dos de Sánchez Arjona (2o. y 6o.), y uno de La Ventana del Puerto (5o., sobrero sustituto de uno devuelto por su falta de trapío), de los que destacaron 5o. y 6o. Estos toros sustituyeron a los inicialmente anunciados de El Olivar y La Viña. Pesos: 466, 502, 496, 517, 513 y 585 kilos. Miguel Ángel Perera (blanco y plata): palmas  y vuelta tras ligera petición. Paco Ureña (lila y oro): Silencio y oreja. Joaquín Galdós: Oreja con algunas protestas y palmas. Incidencias: Destacaron en la brega Javier Ambel y Dennis Castillo, que además saludó en el 1o. en el tercio de banderillas, tal y como también lo hicieron David Zorrilla y Ricardo Ramos "El Loro", así como Ronald Sáchez. Y Ángelo Caro, que picó de manera extraordinaria al 5o. Al finalizar el paseíllo se rindió un minuto de silencio a la memoria del doctor Moisés Tacuri García, jefe de los servicios médicos de la plaza de Acho, fallecido la semana pasada.