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Tauromaquia: El misterio de José Tomás
Por: Horacio Reiba | La Jornada de Oriente
Lunes, 15 Abr 2019 | Puebla, Pue.
No debe mantenerse bajo siete llaves, limitado a contadas muestras
El tema no es nuevo ni cómodo. Son ya muchas las idas y vueltas de José Tomás, la reducción al mínimo de sus actuaciones, el desconcierto de sus fieles, el hilo  cada vez más escurridizo de una lógica que lo justifique. Desde hace algún tiempo, sus más feroces detractores optaron por casi ignorarlo. Cuando no tomarlo a chacota. ¿Se puede considerar serio un torero que torea una vez cada doce o quince meses, en plazas de escaso compromiso y ganado, dicen, excesivamente cómodo? 

Como el mito tomasista pregonaba lo contrario, sus partidarios se ven así privados de su argumento de más peso, centrado en la autenticidad del artista inconmoviblemente quieto, obligando a obedecer el lento mando de sus muñecas a cualquier astado, despreciadas las diferencias de temperamento y condición bovinas, suprimida agobiadoramente la distancia entre el pitón y el cuerpo del torero. No es que no lo siga haciendo, pero sin Madrid, Sevilla o Bilbao en su itinerario la leyenda se deshilacha sin remedio. 

Queda en pie, por supuesto, la realidad del llenaplazas, la sugestión que provoca volver a ver al más deseado y escurridizo de los toreros, la invariable jauja para la empresa y la ciudad afortunadas. Pero ya la publicrónica comprometida con otros diestros no pierde el pulso ni recurre a la calumnia como antes lo hacía. No siente necesidad de hacerlo. Así de marginal percibe hoy lo que fue un fenómeno sin parangón hasta hace más o menos un lustro.

Y sin embargo, unos y otros, aunque no lo externen, se siguen preguntando por qué José Tomás hace lo que hace y, sobre todo, lo que deja de hacer. De paradigma de la verdad se trocó en enigma máximo de la tauromaquia de nuestro tiempo. ¿Qué pasará por la cabeza de José Tomás? ¿Puede aspirar a la condición de astro rey un sol que sólo asoma en el horizonte uno o dos días del año? ¿Es compatible el autismo extremo de un artista con una fiesta que vive del movimiento perpetuo, y de unos olores, colores y sabores tan peculiares como los de la tauromaquia, a la vez antiguos y modernos? 

Granada se prepara

Este año, José Tomás estará en el patio de cuadrillas de la torera y recoleta plaza de Granada la tarde del sábado 22 de junio. El secretismo que rodea a este torero no permite que se tenga un solo dato más, fuera de la escueta nota de su reaparición. El año pasado toreó una sola vez. Fue en Algeciras, feria menor, mano a mano con Miguel Ángel Perera, que se encontró con un toro de dulce, lo bordó como quiso, lo indultó y acaparó los titulares. 

Pero a nadie se oculta que José Tomás estuvo inconmensurable ese día, que su toreo, contrariando la falta de sitio connatural a su escasísima actividad vestido de luces, rayó en la perfección. Geométrica, ética y estéticamente. Una especie de estatua sembrada en su pedestal de arena, haciendo ir y venir a los toros con un exclusivo, dormido y sin embargo flexible juego de cintura y brazos, formando conjuntos de alta precisión y suprema belleza.

Y sin embargo, la sensación es que no basta con eso. Un patrimonio artístico como el que atesora este torero no puede, no debe mantenerse bajo siete llaves, limitado a contadas muestras en sitios ignotos. Ni los tiempos ni la Fiesta están para semejante desperdicio. Se diría, incluso, que José Tomás ha elegido complacer a sus enemigos antes que a sus fieles. Y a encerrar su leyenda en el autismo antes que dar lustre a la tauromaquia, a la que después de todo se debe. Que no es cuestión de dinero lo intuye todo mundo. ¿Qué vectores, entonces, mueven a José Tomás? ¿Habrá alguien capaz de descifrar el enigma?

Lo que no le quita su calidad de suceso al venidero corpus granadino.

Flaco favor

El 28 de este mes los españoles van a elegir a su presidente de gobierno, y las encuestas no están siendo favorables a los partidos de derecha. En el extremo se encuentra Vox, una formación nueva, que representa al segmento más ultramontano y reaccionario del espectro político. Y eso que el PP, bajo la égida de su nuevo líder, Pablo Casado, se ha movido todo lo posible hacia ese lado, al grado de hacer aparecer al nada bien recordado Mariano Rajoy como un demócrata tolerante y moderado.

Se trata, éste de las elecciones del 28A, de un asunto de máximo interés para los españoles pero aparentemente ajeno a nosotros. Sólo aparentemente, porque los dirigentes conservadores tuvieron la luminosa idea de incorporar gente del toro a sus candidaturas para puestos de elección popular. Huele a medida desesperada, buscando atraer el voto de los aficionados al toreo, cuyo arcaico membrete de fiesta nacional inclusive han revivido con fines propagandísticos.

Y como si fuera poca cosa el muy publicitado y viralizado espaldarazo dado por Morante de la Puebla a Santiago Abascal, fundador y líder de Vox, resulta que el PP ha puesto en sus boletas, como candidatos a ocupar sendos escaños en el Congreso, a los aún jóvenes pero ya retirados matadores de toros Miguel Abellán –que representaría a Madrid– y Salvador Vega –por Málaga–. Para no quedarse atrás, los ultras de Vox acaban de registrar por Barcelona al espada catalán Serafín Marín –virtualmente retirado–, y a un exbanderillero de apellido Ciprés por una demarcación de Huesca.

Si bien son escasas las posibilidades de que los mencionados resulten electos, el hecho de que los partidos más conservadores del abanico hayan recurrido a quienes alguna vez vistieron el terno de luces servirá para consolidar entre el común de la gente la idea de la tauromaquia como una actividad rancia y anacrónica, un vestigio del pasado que urge exterminar en nombre del progreso. 

Y si políticamente las candidaturas de los tres exmatadores y el subalterno mencionados poco o nada aportará a los partidos postulantes, socialmente robustece la  imagen negativa de la Fiesta, comprometiendo su futuro incluso más de lo que ya estaba. De paso, da parque a las formaciones presuntamente de extrema izquierda para utilizarnos como blanco de sus campañas abolicionistas, que nunca pretendieron partir de un análisis a profundidad del significado social, ético y estético de la tauromaquia, sino directamente a señalarla como un lastre que nada dice ya a las sociedades del siglo XXI. 

Como si éstas fuesen modelo de la dignificación y humanización de la vida, y no esa especie de rebaño transitando mansamente hacia una era de oscurantismo tecnológico de la que no serán ellos –los presuntos adelantados del progresismo y el buenismo– quienes nos liberen. 

Otro José pide plaza

Asombro y estupor produjo en muchos el notable desempeño de José Mauricio durante la feria texcocana, en la que triunfó clamorosamente. "Está mejor que nunca", fue la sentencia generalizada. A nosotros no nos sorprendió en absoluto, pues acabábamos de verlo en Apizaco, con torazos nada fáciles de Magdalena González, y el regusto que dejó fue de torero en sazón, que sin perder su finura de origen ha superado esa cierta fragilidad que lo caracterizaba; solamente porque sus dos adversarios de ese día se amorcillaron –tras estocadas sin duda defectuosas–, no se alzó con una victoria tan sonada por lo menos como la de Texcoco. Y ante animales con cerca de 600 kilos y más bien deslucidos, a los que metió en verada sin aspavientos ni poses, a fuerza de entenderlos y torearlos, y de pasarse los pitones a mínima distancia.

Ciertamente, José Mauricio ha tenido una carrera de altibajos. Como prácticamente todos los matadores mexicanos de su generación, utilizados pero nunca promovidos, a los que las empresas recurren como simple relleno y desechan o ningunean sin más. Me pregunto qué habría sido de este torero si llega a encontrar el eco adecuado –en empresas y medios– aquella actuación espléndida de enero de 2012 en que bordó a dos magníficos ejemplares de La Estancia en plena temporada grande (08-01-12). 

Y sigo regocijándome con la cara de asombro y susto que puso Curro Vázquez, que estaba en el callejón como consejero de la figura hispana del cartel, ante la lidia, poderosa y clásica al par, de estética moderna en el toreo en redondo y sabor asolerado en los doblones de perfecto remate que epilogaron su gran faena a un toro de Barralva encastado y fiero, "Azucarero" de nombre (25–01–09). 

Pero en fin, todo eso es historia antigua, memoria agridulce de lo que pudo haber sido y quedó inconcluso. Borrado del elenco de las últimas temporadas capitalinas, obligado a pueblear para subsistir, es de desear que la enésima "revelación" de José Mauricio suscite el interés que merece; que la crítica sana que aún queda sepa llamar la atención sobre sus logros recientes y posibilidades futuras, que empresas y aficionados respondan al mensaje, y que este torero, que reúne arte y personalidad, y además de templar y mandar sin histrionismos ni fuegos de artificio se complace en sentir el roce de los pitones sin inmutarse, encuentre al fin su lugar en la fiesta, ahora que atraviesa la etapa más dulce y madura de su ya larga trayectoria.