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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 07 Nov 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
"...Con su partida, Monterrey ha perdido a uno de sus mejores..."
La muerte del ingeniero Edmundo Gil nos viene a recordar que cuando un ser humano se va, siempre se lleva con él un importante cúmulo de vivencias, las que dieron sustento a su existencia; las que hicieron de esa persona en particular, alguien especial.

En este caso, desde luego, se fue con una enorme espuerta cargada de relatos acerca de la fiesta de los toros, y una serie de recuerdos y anécdotas acumuladas a lo largo de toda una vida alrededor del toro y su gente.

Aficionados como don Edmundo ya van quedando cada vez me menos, por desgracia; sus conocimientos sobre tauromaquia, aunada a su amistad con una dinastía histórica, como la de los Armilla, le confería la autoridad moral para hablar bien de toros y toreros, algo que hacía con conocimiento de causa.

Y esa forma de ser que tenía don Edmundo daba la impresión de ser un libro abierto, extenso y generoso, ávido de enseñar conocimientos taurinos y hechos ocurridos en una época ya distante en el tiempo.

Porque ser "un buen aficionado", como dicen en España del que verdaderamente sabe de toros, implica estar enterado de muchos aspectos alrededor de la tauromaquia.

Y no sólo es acudir a la plaza a todas las corridas, o sólo al llamado de los buenos carteles, sino saber profundizar en una materia tan compleja, como es el arte vivo del toreo, para tratar de encontrar las claves de aquello que merece la pena apreciar.

Ser aficionado se trata de un compromiso por seguir aprendiendo, que es donde radica el auténtico valor de no dejar nunca de interesarse en todos esos detalles que envuelven a la tauromaquia, una disciplina tocada de un enjundioso humanismo, que ha sobrevivido como un ejemplo que sitúa al torero en un plano realista frente a la naturaleza, encarnada en la fuerza bruta del toro, un animal repleto de misterio.

De esos buenos aficionados era don Edmundo Gil, cuya sensibilidad y simpatía hacían de cualquier tertulia un pozo de enseñanza, capaz de motivar el interés por saber cada día más de toros.

Con su partida, Monterrey ha perdido a uno de sus mejores aficionados, y sirva esta breve evocación de su persona, a manera de sentido pésame para su familia y amigos por esta irreparable pérdida.

Ahí queda su ejemplo, como muestra de inteligencia y gracia, y una motivación permanente para imitar la profundidad de su entendimiento, y con ello disfrutar más todos esos aspectos que rodean al fascinante mundo de los toros. Descanse en paz.


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