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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 12 Sep 2019    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...Y fue así como aquel hombre venido desde abajo...
El fin de semana pasado don Paco Medina perdió la batalla con la enfermedad que lo había mantenido atenazado en los últimos años, y su vida se extinguió en un hospital de Toledo, la edad de 85 años, y luego de haber dedicado una gran parte de su existencia a la crianza del toro bravo.

Quizá a la afición mexicana el nombre de este singular personaje no le suene nada, pero si hablamos de la ganadería de El Ventorillo, que fue su obra maestra, seguramente que más de algún aficionado que está enterado de lo que ocurre en España, recordará sin duda este hierro.

De la mano de Alejandro Talavante, por allá de 2006, sonó con más fuerza El Ventorillo, porque aquellos magníficos utreros lidiados en la plaza de Las Ventas dieron notoriedad tanto a su divisa como al torero extremeño, que de ahí salió lanzado hacia una promisoria carrera que esperemos retome en breve.

Don Paco fue uno de esos hombres que dio rienda suelta a su tremenda afición cuando estuvo en posibilidades económicas de hacerlo, y en 1992 adquirió una punta de vacas de Juan Pedro Domecq, ya que el carismático ganadero toledano se identificaba con “el toro artista” al que más tarde infundió su sello, su vigor.

Y fue así como aquel hombre venido desde abajo, forjado en la cultura del esfuerzo, trabajó con mucha entrega y una enorme sensibilidad, hasta situar el hierro de El Ventorillo en uno de los favoritos entre las figuras de la década siguiente.

Hasta que un día llegó el constructor Fidel San Román y le compró la ganadería en 2005, luego de hacerle una oferta irresistible. Don Paco se quedó con setenta becerras sin tentar y cuatro sementales, para crear su nuevo hierro de El Montecillo, en esa misma finca toledana de los Yébenes donde tenía asentado su cuartel general.

Durante su trayectoria, los triunfos en Madrid se sucedieron unos a otros, con toros como "Cantinero", "Fantasmón" o "Cervato", entre muchos otros. Este hecho lo llenaba de orgullo y satisfacción.

Su talento campeaba en los cercados de una finca donde su presencia siempre hacía sumamente agradable una visita, pues era una persona con la que se podía hablar de cualquier cosa con amenidad, ya que tenía don de gentes y una cautivadora sencillez.

De los toreros mexicanos que fueron sus amigos en estos últimos años se cuenta a los hermanos Adame, con Joselito a la cabeza, que consiguió un par de triunfos importantes en Madrid con los toros de El Montecillo, criados por su querido y respetado amigo don Paco, que hoy deja detrás de sí una historia muy bonita como ganadero.

Y es por ello que su legado cobra una mayor relevancia, porque gracias a su intuición, a su natural inteligencia, consiguió ser un ganadero triunfador, algo que está vedado para la mayoría de aquellos que, con la misma ilusión y esfuerzo, se aventuran en esa apasionante y compleja labor de la crianza del toro bravo.


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