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La llave del toreo

Sábado, 22 Jun 2019    Granada, España    De Labra | Enviado           
"...¿De donde ha venido este ser tan extraño hoy a Granada?..."
José Tomás la tiene. Sí, tiene la llave de la cárcel del toreo. Y así como el gran Manolo Caracol entraba y salía de aquella cárcel del cante cuando lo decidía, el artista de Galapagar entra y sale del arte del toreo "cuando quiere, porque sabe y porque puede"... como Caracol.

Y quizá aún más esta tarde, por estar en Granada, la tierra de ese gran poeta tan amigo de México, como el propio José Tomás. Me refiero otra vez, como ayer, a Manuel Benítez Carrasco, que compuso esos versos para definir la esencia de Caracol, con ese originalísimo juego de palabras del que era un maestro consumado.

En el caso de esta corrida, por esa imperante necesidad de sentirse vivo, aunque sea una vez cada año, que para eso da lo mismo. Tener la llave es lo importante. Y José Tomás la tiene. Los demás toreros lo saben; sus seguidores, desde luego que lo saben, por eso lo adoran y van adondequiera que decida torear, y al resto no le queda más que asumirlo, resignadamente, cuando el golpe de su martillo golpea en el yunque de la tauromaquia. Ése que también le pertenece.

¿De donde ha venido este ser tan extraño hoy a Granada? De ahí, de la misma cárcel del toreo. Ahora tocó en esta plaza, después de cinco años de no pisar su redondel, así como en Algeciras hace apenas doce meses.

La entrada del verano trajo a esta ciudad andaluza la llave de la puerta grande de esa cárcel en la que José Tomás se había encerrado por voluntad propia… hasta que decidió volver a salir a torear, para descubrir su arte. Como si todo fuera nuevo. Íntimo y reciente. Reencontrarse. Regodearse en ese egoísmo que forma parte de su esencia torera.

Decir que la tarde de hoy en Granada fue histórica sería una manida hipérbole de la crónica taurina de otro tiempo. Y contar que cuanto hizo fue algo excepcional carecería de sentido. Es mejor afirmar que ahí hubo magia, y una comunión perfecta, en la que el arte del toreo se resumió en cuatro faenas de distinto corte, pero con idéntico acento expresivo: una muleta tersa, planchada, de vuelos desmadejados, como alas de mariposa; las zapatillas enraizada al albero, y una entrega absoluta que en cada pase le iba la vida. Ceñido, sentido, serio y hondo. ¿Se puede pedir más? No, por supuesto.

Entrar en detalles sería innecesario, porque lo que hizo José Tomás, va más allá de una mera descripción de hechos concretos. Porque lo más relevante de esta tarde granaína ha sido eso: recodar lo que es la ética, la estética y, sobre todo, la patética del toreo.

Y no porque toda la plaza estuviera a reventar de eufóricos tomasitas, dispuestos a rasgarse la camisa ante su ídolo. La lentitud de su toreo fue la esencia misma de una forma de abandonarse; de "olvidarse de que tenía cuerpo", como decía Belmonte, para imprimir a cada una de las suertes -con capote y con muleta-, un matiz singular que terminó por convertirse en una conmoción provocada por esa pasmosa lentitud para ejecutar las suertes, que incluyó un pellizco de aire senequista llegado desde la Córdoba de Manolete.

¿Cómo describir con palabras lo que se vivió? Es mejor dejarlo libre, como al propio José Tomás, que hoy metió la llave en la cerradura en la cárcel del toreo, abrió la puerta, y volvió a encontrase consigo mismo, libre de cualquier compromiso, libre de cualquier atadura. Como sólo lo saben hacer esos artistas intemporales que, para fortuna de quienes están predestinados a recibir su arte, siguen existiendo en este universo donde, de pronto, suceden milagros.

O más que eso: milagros únicos, con testigos de excepción, como esas 14 mil personas que abarrotaban una plaza donde José Tomás fue el artífice de su propia liturgia; ahí donde se dejó el alma, donde se abandonó a su arte, de cante grande.

El egoísmo de este formato de talante omnipresente, a semejanza de Pablo Hermoso, que manda en el toreo a caballo en México, el rejoneador Sergio Galán tan sólo fue un complemento grácil, ventana abierta frente a aquella vieja reja de la cárcel del toreo, de la que hoy salió José Tomás para torear… "porque quiere, porque puede y porque sabe". Como Manolo Caracol, cuyo padre fue mozo de espadas de ese otro rey de los toreros: Joselito El Gallo. Hace un siglo.

Ficha
Granada, España.- Plaza de toros "Frascuelo". Tercera corrida de la Feria del Corpus. Lleno de "No hay billetes", en tarde soleada y calurosa. Toros de Pallares y Benítez Cubero para rejones (1o. y 4o.) y Núñez del Cuvillo, El Pilar, Garcigrande y Domingo Hernández, bien presentados y de buen juego en términos generales, de los que destacó el 6o. por su clase. El rejoneador Sergio Galán: Ovación en su lote. José Tomás: Dos orejas, dos orejas, ovación y dos orejas y rabo. Incidencias: Sergio Aguilar saludó una ovación tras buenos pares de banderillas al 3o., mientras que Miguel Martín hizo lo propio ante el 5o. Destacó en varas Vicente González, que picó muy bien al 5o.

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