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La tauromaquia de Fernando Botero

Viernes, 26 Abr 2019    Morelia, Mich.    Quetzal Rodríguez | Foto: El País   
"…Pocos artistas, en la historia de la pintura, se han volcado..."
La vida, y la pintura de Fernando Botero, han estado marcadas por varios viajes decisivos, el primero de ellos quizá es el que lo llevó de Medellín a Bogotá en 1951, luego de graduarse de bachiller. Expondría en la galería de Leo Matíz, singular fotógrafo nacido en Aracataca, como García Márquez, y quien en México había retratado a María Félix, Diego Rivera, Frida Khalo y había servido incluso de modelo para murales de David Alfaro Sequeiros.

Así pues constancia existe de que los primeros dibujos que Botero garabateó, en el colegio de los jesuitas de Medellín, fueron siluetas de toros. Aunque no dejaría de ser una cierta premonición que la primera obra más o menos personal que se conserva de él, sea la acuarela de un torero. 

En 1982 o 1983, ya célebre y con una vasta obra reconocida en medio mundo, volvió una tarde a ver una corrida en la plaza de la Macarena, en su ciudad natal, al respecto comentó que de inmediato sintió que allí tenía un mundo familiar y estimulante sobre el cual trabajar y declaró: "De allí empecé un cuadro después de otro hasta el punto que me entusiasmé con el tema y en tres años no hice más que pintar toros".

Con sus monumentales y graciosas esculturas, Botero sale de los museos e invade los espacios públicos de América Latina, reconquista los espacios y los recrea. Además, Botero logra trascender  fronteras e irrumpirá corporal y masivamente en el espacio de las ciudades de los otros.  Conquista con sus cuerpos voluminosos de manifiesta enormidad a los que impone una sensualidad descarada que no pide explicaciones. 
 
Con respecto de lo anterior, José Manuel Caballero señaló: "El mundo expresivo de Botero está primordialmente regido por una poética exultante, lujuriosa, desorbitada, de rotundas y casi esperpénticas alteraciones anatómicas"

De esta manera, pocos artistas, en la historia de la pintura, se han volcado sobre un tema con tanta minucia y simpatía como él lo ha hecho con los toros, reconstruyendo la fiesta en toda su variedad y su riqueza, con sus tipos humanos, sus decorados, su fauna y su, leyenda, su colorido, sus ritos y emblemas. 

Allí aparecen los espadas, los picadores, los banderilleros y peones, los alguaciles, los humildes monosabios y las briosas manolas de los tendidos, y las majas de los tablados donde van los matadores a celebrar sus hazañas o consolarse de sus fracasos.

En opinión de Mario Vargas Llosa sería un error creer que Botero engorda a los seres y las cosas sólo para hacerlos más vistosos, para darles mayor sustancia, una presencia más rotunda e imponente. En verdad, la hinchazón que sus pinceles imprimen a la realidad perpetra una operación ontológica: vacían a las personas y a los objetos de este mundo de todo contenido sentimental, intelectual y moral.

En la época reciente Botero ha señalado en repetidas ocasiones que su obra artística no se decanta por la temática del toreo sino que se está centrando más en naturalezas muertas y en paisajes, aunque no descarta volver a hacerlo en un futuro, pues a sus más de ocho décadas el artista de Medellín se declara un  "trabajador incansable".

Sin embargo, el colombiano concluye tajante: "Los toros existirán siempre. Habrá algún lugar en los que se prohíba, pero los toros existirán siempre, porque forman parte de la cultura española y universal (…) Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura"

Bibliografía

Botero, Fernando."Botero, La corrida. Óleos, acuarelas, dibujos". Sevilla, Hospital de los Venerables Sacerdotes, 1992.

Caballero, José Manuel. "Botero, La corrida". Madrid, Lerner y Lerner. 1989.

Vargas Llosa, Mario. "Botero en los toros", Diario El País, domingo 6 de septiembre de 1992.


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