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Historias: Ibarra, hombre de virtudes (2/2)

Miércoles, 23 Ene 2019    CDMX    Francisco Coello | Foto: Archivo   
"...Proporciona datos que dan idea de diversos festejos..."
En la figura de Domingo Ibarra (1811-1893) apreciamos una postura reaccionaria que abrevó de otros tantos autores emblemáticos del siglo XIX, y cuya crítica hacia los toros fue significativa. Me refiero a José Joaquín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustamante, Manuel Payno, Ignacio Manuel Altamirano, Enrique Chávarri o Francisco Sosa.

Su "Historia del toreo en México" es el más vivo recuento del episodio que surge con motivo de la reanudación de las corridas de toros en 1887, luego de que fueron prohibidas en la ciudad de México entre fines de 1867 y 1886, aduciendo para ello la "justa, humanitaria y benéfica resolución del Presidente Benito Juárez que prohibió las lides de toros, como también el art. 1150 fracción XII del Código Penal, que ordena no se atormente a los animales".

Aquella prohibición, estuvo sujeta también a otra razón importante. Se llevó a cabo en el segundo semestre de 1867 la regulación y control bajo lo indicado por la "Ley de Dotación de Fondos Municipales", cuyo art. 87 establecía que todo aquello relacionado con impuestos o gabelas, estuviese al corriente por parte de comerciantes o empresarios. El que se encontraba administrando la plaza de toros del Paseo Nuevo, el señor. Jorge Arellano Arellano no quiso cumplir con la disposición, de ahí que se aplicara el rigor de la ley, sanción que se extendió casi por 20 años.

Si bien, Ibarra cuestiona el estado de cosas que habría de tejerse desde la inauguración de la plaza de toros San Rafael (ocurrida el 20 de febrero de 1887), y hasta junio de ese año, por otro lado nos proporciona datos que dan idea de diversos festejos, toreros, ganado y la actitud misma del público y prensa, además de poner en valor elementos descriptivos sobre el aspecto técnico respecto a cada una de las faenas que reseñó.

Comienza, por decirnos, con la apreciación rural, la descripción del ganado. La hay tan curiosa, como esta: "Quinto toro, meco gateado lo que, de acuerdo a nuestra visión actual, se trata de un toro chorreado en verdugo] y corniapretado, salió muy fogoso arremetiendo con todos", para luego pasar al intento constructivo de una crónica, la cual es el mejor reflejo del modo en que se concebían las faenas por entonces.

Es de ayuda fundamental la amplia nómina de personajes nacionales y extranjeros que participaron en los festejos por él descritos. De igual forma, una serie de suertes que hoy, una buena mayoría se encuentran en desuso, incluyendo por ejemplo, el episodio del "toro embolado, al que le ponían en la frente monedas de oro y plata".

Incorpora de igual forma, un conjunto de versos que circulaban por aquellos días, y cuya distribución se dio a través de las célebres "hojas de papel volando", salidas en su mayoría, de la muy famosa imprenta de Antonio Vanegas Arroyo.

Varios retratos de un José Guadalupe Posada recién llegado a la capital del país, van a darle un toque estético inconfundible al libro, tal como sucedió con diversos grabados que remataban aquellas preciosas y codiciadas hojitas impresas en papel de china o de estrasa.

Concede un espacio muy peculiar a opiniones que plumas como la de Enrique Chávarri "Juvenal" o Manuel Gutiérrez Nájera abordan temas derivados de situaciones excepcionales, como fue el caso de la célebre corrida nocturna, celebrada en la plaza Colón, el jueves 18 de abril de 1887. O el caso en el cual una cuadrilla de "niños toreros" se presenta para inaugurar el coso que se ubicaba al interior de la Quinta Corona, propiedad del aún famoso Juan Corona, picador que estuvo colocado en la cuadrilla de Bernardo Gaviño muchos años atrás y quien, en memoria del portorrealeño y con ese nombre, bautizó la plaza el 19 de mayo siguiente.

Son importantes también otra serie de datos, como aquel que rememora el año 1841, cuando en Durango y en su plaza de toros, se celebró una corrida nocturna, la que se iluminó con hachones puestos con profusión en todo el círculo alto de la plaza y en cuyo ruedo actuó entre otros el valiente espada Luis Ávila. También evoca al célebre toro "El León" de Atenco, el cual fue indultado por su bravura allá por 1853, como lo refiere el propio Juan Corona en sus "memorias", escritas entre 1853 y 1888:

El año 1853 en la Gran Plaza de San Pablo cuando gobernaba Su Alteza Serenísima, se corrieron en muchas corridas ganado de Atenco cimentando más la fama de que ya gozaban entre los aficionados; pero el más notable de los hechos en ese año en una de tantas corridas, fue la lucha de uno de esos toros con un tigre de gran tamaño y habiendo vencido el toro al tigre, el público entusiasmado con la bravura del toro pidió el indulto y que se sujetara y una vez amarrado fue paseado por las calles de la capital en triunfo acompañándolo la misma música que tocó en la corrida.

 Esos episodios ocurrieron en fechas muy específicas. Tal es el caso de un toro del "Astillero" que se enfrentó 29 de abril de 1838 a un tigre. Y aquí un breve recuento de aquel sucedido, que localicé justo en EL COSMOPOLITA, D.F., del 31 de octubre de 1838, página 4:

AVISO.- Para el jueves 1 del próximo Noviembre, ha dispuesto el empresario una excelente corrida de seis escogidos Toros de los que acaban de llegar de la hacienda de Atenco, con los cuales los gladiadores de a pie y de a caballo, ofrecen jugar las más difíciles suertes que se conocen en su peligrosa profesión. Luego que pase la lid del primer toro, se presentará en la plaza sobre un carro triunfal, tirado por seis figurados tigres el cadáver disecado, pero con toda su forma, y la corona del triunfo del famoso toro del Astillero, que en el memorable día 29 de Abril de este año, después de un reñido combate venció gloriosamente al formidable tigre rey, con general aplauso de un inmenso concurso que sintió la muerte de tan lindo animal, acaecida a los dos días de su vencimiento, como resultado de las profundas heridas que recibió de la fiera; y a petición de una gran parte de los que presenciaron aquella tremenda lucha, así como de muchas personas que no se hallaron presentes, se le dedica esta justa memoria, por ser muy digna de su acreditado valor.

Este célebre toro, adornado con todos los signos de la victoria y acompañado de los atletas, será paseado por la plaza al son de una brillante música militar, hasta colocarlo sobre un pedestal que estará fijado en su centro; cuyo ceremonial no deberá extrañarse, mayormente cuando saben muchos individuos de esta capital, que iguales o mayores demostraciones se practican con tales motivos en otros países, y que sin una causa tan noble, existe por curiosidad en el museo de Madrid la calavera del terrible toro de Peñaranda de Bracamonte, que en el día 11 de mayo de 1801 quitó la vida al insigne Pepe-Hillo autor de la Tauromaquia.

 En fin, que la "obrita" aquí reseñada, la de Domingo Ibarra, resulta ser una fuente esencial sobre aquella nueva época, la que, desde hace algún tiempo tengo considerada como de la "reconquista vestida de luces".

España reconoce la independencia de México hasta 1836. Gaviño es, en todo caso un continuador de la escuela técnica española que comenzaba a dispersarse en México como consecuencia del movimiento independiente, pero no un elemento más de la reconquista, asunto que sí se daría en 1887, con la llegada de José Machío, Luis Mazzantini Diego Prieto "Cuatro dedos".

Y no lo fue porque su propósito fundamental fue el de alentar –y aprovechar en consecuencia– el nacionalismo taurino que alcanzó un importante nivel de desarrollo, durante los años en que se mantuvo como eje de aquella acción, y cuyo estandarte lo ondeaba orgullosamente su mejor representante: Ponciano Díaz.

Por lo tanto, y a lo que se ve, la reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar espiritualmente al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera, chauvinista si se quiere, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades– aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España.

Espero que estas apreciaciones, hayan despertado interés para conocer de mejor forma cual ha sido la evolución del toreo en México, en los últimos 130 años.

Otros escritos del autor pueden encontrarse en: https://ahtm.wordpress.com/.


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